"Quisiera saber llorar como un niño para sentirme mejor hombre"
"Vivo para creer; creo para vivir"

miércoles, 23 de diciembre de 2020

Conjunciones



Llegó de puntillas, pero llegó la Navidad; aquella tan amada por unos, denostada por otros y disfrazada de rechazo por muchos que sin saberlo, de uno u otro modo también la albergan en sus corazones.

Este año, quizás la reservo para mí; sin estridencias, sin algarabías, sin accesos de bondad exagerada, sin panderetas, sin felicitaciones grupales ¿sin alegría?...

Quizás ese interrogante se marca en mi cerebro de punta a punta sin una respuesta que no admita discusión.

Ha sido un año difícil éste que hemos vivido, que seguimos viviendo en un estado pandémico no sólo por el virus.

La desidia, el mal humor, la impaciencia, el miedo…

Todo ayudó para que siendo un año más, se recuerde como aquel maldito año que sacó lo mejor y lo peor de muchos entre los que me incluyo.

Y luego está la fe. Esa que unas veces me persigue y otras asemejo esconder por no negar en cierto modo. Vaivenes que me hacen estar vivo en mares llenos de tempestades. Pero cuando la duda aparece, la certeza se hace más presente a golpe de Presencia sentida en el fondo de mí. ¡Esa suerte tengo!

Y si faltara algún detalle, hemos vivido una conjunción de planetas que me han llevado a un desierto, a unos personajes que hace dos mil años también siguieron una estrella muy brillante que ha iluminado e iluminará siempre los corazones de la gente de bien.

A toda esa gente, mi felicitación más sincera y el deseo de un año, de un mundo mejor que éste.

 

¡¡¡FELIZ Y SANTA NAVIDAD!!!    

sábado, 21 de noviembre de 2020

En el punto de mira


            En el punto de mira, sólo un objetivo; acabar en pleno centro del Corazón de Dios. Mirarle y no desviar la mirada; despejar el pensamiento del diario devenir de la vida.

¡Fuera ataduras de sociedades que mirándose al espejo no se reconocen. Dejar a un lado la distracción de la vacía vanidad del mundo!

Es hora de abandonar superfluas costumbres que sólo conducen al maltrato existencial de quien pareciera no querer vivir un anticipo o tráiler de la vida eterna y futura.

¡Cuántas ocasiones, horas y días perdidos en egos mundanos sin más enseñanza que la propia dejadez de funciones hacia nuestra misma persona y aquellos que nos rodean!

Llegó la hora de cargar el arma de oraciones y súplicas; de peticiones y ruegos; de confianza y actuación sin más miedo al qué dirán.

        Desde la humildad, orgulloso de ser lo que Dios quiera que sea. 

viernes, 23 de octubre de 2020

Ave Fénix

 


Dejar pasar los días y razonar o más bien razonando, dejé pasar los días. Ante noticias que tocan la fibra sensible, caben dos posibilidades:

Lanzarse a galope a escribir lo que se piensa, o por el contrario, macerar la respuesta. He optado por esta última opción.

Escuché, vi y a duras penas asimilé que hace unos días con el pretexto de una manifestación en Santiago de Chile, un grupo de personas, en su mayoría jóvenes, no encontraron mejor forma de protesta a sus reivindicaciones que la quema de dos iglesias.

Imágenes dantescas de un vivo fuego que arrasó torres, enseres y todo aquello por lo que se pudo abrir paso.

Pero más allá de la barbarie de jóvenes vociferantes y llenos de odio disfrazados de razones dentro de su sinrazón, pasado el tiempo, me doy cuenta que no es el hecho del acto en sí lo que provocó mi ira inicial.

Es el hecho más bien de pensar qué de bueno debió inspirar esos actos en estos jóvenes. ¿Se sintieron más realizados? ¿Pueden presumir de algo ante alguien? ¿Realmente jugando con fuego hasta una parte de la juventud se siente atraída por estos fanatismos más propios de otras épocas, lugares o creencias?. No llegué a entenderlo en un principio, pero transcurridos unos días, me llegan respuestas a tantas conjeturas o más bien, alcanzo certezas ilógicas seguramente para esos desalmados que así actuaron.

¿Qué han conseguido con sus actos? Nada. Si acaso la reprobación de personas con un mínimo de sentido común y espero que también el reconocimiento de las leyes que se les pudieran aplicar.

Y en mi caso y aunque pudiera parecer paradójico, puedo decirles lo que han provocado en mí:

Un fortalecimiento de mi fe; no como escudo, sino como esperanza, porque en esas iglesias hoy quemadas, las oraciones perdidas entre sus escombros, las peticiones de esa viejecilla que hablaba con Dios, el cobijo de un pobre, o la simple paz espiritual de quien atravesara sus puertas, también se elevaron al cielo igual que el humo que provocó la inconsciencia del ejecutor de la maldad.

Hoy quedaron restos de humo tan negro como la negrura del corazón de quien fue capaz de hacer algo así. Pero en esos restos, sigue vivo el espíritu de la iglesia que jamás podrán quemar. Porque iglesia, somos todos los que abrazamos una fe que nada ni nadie podrá borrar con ningún fuego.

Y no seré yo quien juzgue lo hecho, dicho o pensado para obrar así; es más, elevo mis oraciones también por ellos simplemente para que algún día despierte de verdad esa conciencia que acabará alcanzándoles por mucho que ahora corran.

Todo se quemó, todo se arrasó, pero de las llamas quedan rescoldos; de las cenizas se alzará un resurgir de almas que como ave fénix volverá a brillar en los corazones de las gentes de bien. 

Alguien dijo una vez: “Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen”…



miércoles, 23 de septiembre de 2020

 



    Una noche más, una madrugada menos; en la capilla donde se detiene el tiempo durante las dos horas de reloj que marcan el tiempo de dos a cuatro.

   Un relevo habitual y un cuerpo tumbado abrazado a Morfeo en uno de los bancos de madera ocupado por un hombre cuyo destino no parece permitirle encontrar el refugio de un colchón que abrigara sus sueños.

   ¿Qué hacer en estos tiempos de mascarillas y miedos de almas y cuerpos?

   ¿Debiera por salud despertar al dormido e invitarle a salir dejando atrás ronquidos y estertores?

   ¿O por el contrario debiera velar su sueño mientras converso con el Santísimo que desde lo alto nos observa?

   En esa tesitura, busco consejo. El Consejo.  No fue larga la espera ni la conversación.

   Le miré, me respondió y comprendí:

 

“Abre ventanas y puerta y que corra el aire”

 

    Así hice y una suave brisa inundó la estancia dejando un ambiente de cierto frescor de recién estrenado otoño y una sensación de calma espiritual por la comprensión hacia el hermano que quizás soñaba y seguro merecía mejores días.

miércoles, 26 de agosto de 2020

Cuatro sillas


        Cuatro sillas ocuparon bajo un hermoso y soleado día una familia que por nombre lo son y por sentimiento más si cabe.

El lugar era propicio; el día, festivo como cualquier domingo de mes; el país, extraña y maravillosamente familiar llamándose Portugal.

Día de misa atípica por la situación mundial. Sin paredes, sin encierros, sin distancias cortas; al aire libre de una iglesia que franqueó sus puertas aprovechando un hermoso sol de verano.

El oficiante, un sacerdote español hablando en un imperfecto portugués que siendo españoles, agradecimos por entenderle.

Muchas personas buscando sombras bajo un árbol y muchos voluntarios que vestidos cual boy scout ayudaban a limpiar manos con geles, colocar sillas donde faltaban o simplemente atendían necesidades de los allí concurridos.

Me pudo quizás la emoción de verme por fin después de tantos meses, al completo con los míos. Mi mujer, mis hijas y yo después de siete meses, por fin podíamos abrazarnos al completo sin una pantalla digital de por medio.

Y teníamos que dar gracias a ese Dios que al aire libre se hacía presente entre las manos de su ministro.

Gracias por estar vivos, por sentirnos vivos, por llegar hasta allí sin las heridas de una guerra contra un enemigo invisible que tanto daño está provocando en la Tierra que habitamos.

Fueron cánticos hermosos, oraciones conocidas que nosotros debíamos subtitular en castellano. Pero no fue impedimento para sentir esa misa como una de las más especiales que sentí jamás.

Comulgamos tres, pero aquella que no podía hacerlo, quizás no sepa que siempre lo hace conmigo aunque no esté.

Vi gente cantar, vi gente rezar, meditar e incluso a un señor mirar al cielo aunque sólo fuera para entre dientes “maldecir” a esa ave que no tuvo mejor momento ni mayor puntería para acertar su hombro.

Pero sobre todo, vi unión. La unión que solo Dios, nuestro Dios, puede conseguir en gentes de distinta habla, condición y lugar en un soleado día en el que cuatro sillas fueron ocupadas por una familia agradecida.




viernes, 19 de junio de 2020

A Sus pies




Tres meses después, cuando los relojes hablan de madrugadas, me postro a Sus pies, rodeado de silencio. Echo la vista atrás y además de unos alineados bancos de madera, me acompañan miles de almas que habiendo abandonado este mundo, quise traer conmigo en el pensamiento.
Traje conmigo también muchas noches con sus solitarios días de calles vacías de gentes con miedos a lo invisible que acechaba más allá de la puerta de sus casas.
Mil gracias, pensé, por protegerme y hacerlo también con los míos y aquellos otros que sin serlo, también siento como tales.
Dejé a Sus pies también miedos, agobios, iras, preocupaciones y conseguí vaciarme de malos recuerdos y peores vivencias.
Sólo me quedó un pensamiento:

“Qué bien se está aquí”

Cuando los minutos parecieron un puñado de pocos segundos y las prisas por marchar se quedaron en olvido, descubro que no hay mejor lugar o momento que un “ahora” a Su lado.
No necesito hablar para conversar. Una mirada, una plegaria, una intención, bastaron para regresar a un tiempo que nunca debió quedar atrás.
Quiera ese Dios ante el que me postro, que el mundo regrese al camino que nunca debió abandonar a su suerte.

jueves, 4 de junio de 2020

Rebobinando


         
 Las puertas de hierro abrieron. El templo comenzó a respirar acogiendo a quienes tuvieron que aguardar encierros de obligatorio cumplimiento.
          Más de sesenta días después y con miles de almas que dejaron de vivir en esta tierra, el pasado regresó buscando futuros.
          No cambió lo que los ojos ven; las columnas continúan como siempre apuntalando cielos y plegarias; las imágenes siguen fijamente la mirada de quien las quiera ver y hasta el altar y las velas alumbran al son que los mortales queramos tocar, ver o escuchar.
          Pero las personas, quizás no todas, quizás solo aquella que siempre me acompaña y nunca conoceré aunque tenga mi mismo nombre, fisonomía y años, sí puede que haya cambiado; quizás haya cambiado máscara por mascarilla; buenos deseos, por deseos sin más; oraciones buscando hermanos por verdaderos hermanos encontrados en la oración; misas de siete por siete en misa.
          Quién sabe sino Él en qué hemos cambiado en estos días. Me acerqué a preguntar, a preguntarme; me acerqué a reencontrarme con altos techos, con bancos vacíos, con luces tenues y cantos de quien nunca deja de cantar.
          Y también quise, pude y me atreví a pedir perdones a sabiendas de que quien aguardaba el encuentro era alguien más allá de una cara conocida que ya también exculpó mis errores la última vez que mi conciencia me empujó a hacerlo.
          No debiera elegir, pero lo hago y quiero pensar que no fue casualidad reencontrarme con el mismo sacerdote con el que compartí secretos confesables, lágrimas y cierta charla con olor a despedida en aquella última confesión antes de la debacle que nos ha envuelto y aún nos sigue persiguiendo.
          Lo demás siendo esperado, me sorprendió. No di paces ni miradas; ni tan siquiera conté o canté. Me vi caminando por el mismo pasillo de otros tiempos en cuyo término, no me fijé en quien me ofrecía el pan, sino que sólo acerté a ver ese pan que tanto hacía no llenaba mi alma. Descubrí en ese momento lo que la tela cubría y me llené de paz cuando el Señor rozó la boca que tantas veces me contuve de abrir o me obligaron a tener cerrada.
          Regresé a mi asiento; hinqué rodillas y escondí la cara entre las manos; necesitaba aislarme conmigo, con Él y en Él.
          Lo que pensé, sentí, agradecí o deseé, permanece guardado en el rincón de los grandes momentos reservados a mí mismo.
          No sé si en un futuro cercano el lugar será el mismo; si las circunstancias serán iguales, las caras serán conocidas o mis intenciones irán más allá de lo que simplemente pido, pero siempre me quedará el regusto de rebobinar hacia algún tiempo que siendo pasado, siempre fue de lo mejor.

domingo, 17 de mayo de 2020

Puertas abiertas


Pasaron días, lluvias y vistas cansadas en pantallas de todos los tamaños. Días de entretenimiento como fuera y al precio que fuera.
Como si de una burbuja habláramos, en alguna ocasión intenté hacer oídos sordos a lo que escuchaba y ojos ciegos a lo que veía, simplemente para ver y oír con un corazón a ritmo lento que hiciera caso sólo a pensamientos más allá de las nubes; pero debo admitir que fracasé estrepitosamente.
Me pudo la ira, la incomprensión, la perplejidad de los acontecimientos y ese estado de tensa espera a futuros de inciertos presagios.
Lo que hubiera debido interiorizarse de puertas para adentro en conversaciones íntimas de Dios conmigo y yo con Él, se convirtió mayormente en telediarios de tres de la tarde o noticias a las ocho.
Sí que grabé en la retina a un Papa cruzando en solitario una Plaza de San Pedro abarrotada de silencio y lluvia. Grabé también un Cristo de la Misericordia tras unas rejas de Catedral que pareciera como muchos confinadamente apenado y una Virgen de Fátima a hombros de medio mundo representado en las pocas personas que en una explanada que amo, también se llenó de silencio y niebla.
Tiempos oscuros de almas inquietas; tiempos de plegarias buscando consuelos; de muertos acompañados solo por su propia muerte y quizás alguna mano extraña que no quiso que mereciera esa soledad en un último hálito de vida.
Tiempos de esperanza venida a menos y de crisis económica venida a más.
Pero también un tiempo de unión entre hermanos aún sin ser de sangre. De enfermos de convicciones profundamente cristianas que supieron apoyar sus sufrimientos primero en Dios y después en todo aquel que supiera y quisiera escucharles con rosarios a cuatro pantallas o risas en la distancia.
Acercarnos en lejanía, pareciera poco común, pero muy necesario. No nacimos para estar solos como tampoco pienso que naciéramos para estar en multitud. Dios nos acercará o alejará de quien Él quiera y como siempre decimos, “hágase Su voluntad”.
Quizás no esté aprovechando como debiera este tiempo de interiorización cristiana, pero por otro lado, esa voz que me acompaña siempre, está callada y eso para mí es buena señal. No forzaré lo que por natural deba venir. Miraré cielos cuando el corazón sienta que deba hacerlo y no lo haré cuando esa voz interior no me anime a ello.
Dentro de poco, las puertas de hierro se abrirán y mis pasos podrán atravesar umbrales de templos para encontrarme nuevamente cara a cara con una Comunión que dejará de ser espiritual para retomar caminos de pasillo y genuflexión. Si será más o menos sentida, sólo Él y yo lo sabremos cuando ese momento llegue.

*Dedicado especialmente a L@s pochit@s confinad@s.


domingo, 5 de abril de 2020

Palmas


Hoy será un nuevo día de palmas a las ocho; de reconocer esfuerzos; de alentar trabajos; de deseos encerrados; de abrazos por cumplir; de horas de reloj dejando pasar el tiempo, de pelis, palomitas y bostezos.
Un día más, un día menos en este confinamiento no buscado pero impuesto con el sano y único propósito de proteger vidas propias y ajenas.
Esas palmas son solidarias, son sinceras y hasta cierto punto creíbles. Y digo esto porque cuando esta pandemia sea recuerdo, ojalá me equivoque pero  creo que lo que hoy es bondad, solidaridad, hermanamiento, parabienes, abrazos echados de menos y tantos y tantos etcéteras que provocan buenos sentimientos, todos o casi todos regresarán a ese cajón o tarro de las esencias que los humanos desgraciadamente en contadas ocasiones abrimos.
Sentado bajo un sol de primavera luminoso, medito sobre esas otras palmas al contemplar en esa barandilla de terraza, que falta un pedacito que fiel a su cita un día como hoy ya debiera formar parte de su conjunto.
Porque hoy es Domingo de Ramos. Un domingo en el que serían protagonistas también esas palmas bautizadas por aguas benditas y que nos recuerdan la gran entrada triunfal de un hombre que siendo Dios quiso regalar perdones aún a sabiendas del pago que recibiría a cambio.
Entonces, también se batieron palmas; el hermano era hermano sin sangre y el bien común iba a lomos de un simple jumento atravesando una ciudad llamada Jerusalén.
¡Cuánto reconocimiento! ¡Qué gran algarabía! ¡Cuánta fe en ese hombre! ¡Cuántas esperanzas depositadas!...
El final o más bien el principio de esa historia muy pocos no la conocen. Final triste, descorazonador, horrible a ojos vista de quien sólo veía lo que al final no fue. Tantas palmas para acabar muriendo la esperanza puesta en ese hombre.
Final para muchos, principio para mí. Mi fe me alfombra el camino para pensar así. Pero soy humano y como tal, al menos hoy mi esperanza en el hombre no se viste de gala y a las ocho de la tarde, batiré palmas mano contra mano y también rezaré corazón con corazón para que lo que hoy es de hermanos, cuando esto acabe, no sea sólo un recuerdo.




sábado, 21 de marzo de 2020

Qué difícil




Qué difícil se me hace asistir a misa sin iglesia;
Qué difícil se me hace dar la paz sin estrechar manos;
Qué difícil se me hace buscar al hermano y no verlo;
Qué difícil se me hace recibir a Dios sin pan;
Qué difícil se me hace volver a casa sin salir de ella;
Qué difícil tantas y tantas cosas…

¡Cuánta dificultad y cuanto bien sin merecerlo!

Pensarán que estoy loco, pero así lo siento. Estamos viviendo días de encierro involuntario; días de miedo en las miradas; días de sospechas infundadas o de certezas confirmadas. Todo eso y mucho más pondríamos en la balanza de lo que no queríamos que sucediera y sucedió.

Son siete días de confinamiento los que llevamos, pero muchos años sin mirar a Dios; sin contemplar su obra; sin cuidar nuestro mundo ni preparando el que deberíamos dejar a los que vienen detrás; pateando la naturaleza con la vista puesta sólo en el vil dinero y la vil codicia; maltratando al prójimo como a ti mismo; perdonando sin perdonar; mirando sin escuchar y escuchando sin mirar; orando sin devoción y siendo devotos de nuestros orgullos y apariencias; golpeándonos el pecho y sólo sentir su dolor cuando un maldito virus lo ataca; siendo infieles incluso a nosotros mismos de pensamiento, palabras y omisiones; pidiendo paz y haciendo guerras; en definitiva, siendo Adán con su Eva y un paraíso que dejamos escapar nuevamente innumerables generaciones después.

¿Y quién viene al rescate? El Mismo de Siempre.

Un Señor que a pesar de los pesares, nos sigue diciendo “Te quiero”; que nos quiere como somos y nos perdona incluso lo imperdonable. Ni clavos en las manos y en los pies hicieron mella en Su amor hacia nosotros. Y hoy, ahora, estos días, seguimos usando martillos y coronas de espinas para matar el mundo que nos dio, la vida que nos regaló y el don preciado del Amor por el Amor.

Estamos viendo multitud de escenas de sufrimiento; de agotamientos físicos y mentales; de enfados por ese material que no llegó o ese o aquel político que no debió llegar. De reproches sin mirar atrás pensando en lo que se dijo y ahora pretendemos que se olvide. De ataúdes esperando; de despedidas sin serlo y de familias rotas en un aislamiento forzoso sin besos de despedida a ese ser que marchó en soledad.

Pero yo quiero ver la otra cara de la moneda y sentir o buscar el bien que en el mal se encuentra. Y lo estoy viendo, lo estoy sintiendo y aunque me tachen de loco, lo estoy agradeciendo.

Porque en este encierro me siento acompañado; de los míos, de los que a kilómetros de mí están tan lejos como a mi lado; de los hermanos que sin sangre de por medio, me demuestran serlo; de la mirada de un viejecillo y su barra de pan bajo el brazo buscando el refugio del hogar; del barrendero que me suplica un “buenos días” y me encuentra; de metro y medio de solidaridad en una cola buscando el alimento; de aplausos en terrazas, himnos sin esconderse y esfuerzos de sonrisas cansadas. Y sobre todo, me siento acompañado por la mejor compañía que uno pudiera tener:

D I O S  
  
Sí, ese mismo Dios, Jesús, Cristo, Señor o como le queramos llamar; Ese mismo al que se culpará de males y plagas y al que ni en éstas muchos verán Sus Obras.
Ese Dios que me llama a misa sin toque de campanas y teniendo como banco la comodidad de un sofá; Aquel que me tiende la mano para dejar en ella un rosario de plástico perdido entre tanto guante de latex color azul; el que me hace pensar, valorar, añorar lo que durante mucho tiempo di por hecho o habitual; el que me une al vecino de enfrente, arriba o abajo; el que me incita a beber en la fuente de la solidaridad entre las gentes más que en la blanca espuma de la rubia cerveza; el que abre sus brazos para abrazarme sin miedo a mis contagios; el que me grita “Confía” y a la vez me recluye en la oración; el que provoca que mis ojos se nublen de esperanza y mi corazón de ritmos bondadosos; el que me hace pensar siempre que somos un número y Uno más… En definitiva, el que un día dio la vida por todos y que aún hoy la sigue dando en un mundo que necesita romperse para volver a encajar.
Hoy mis letras, mis pensamientos, mis oraciones apuntarán a esa hermosa madre Tierra que me cobija y sé ciertamente que está en los brazos del Único que la puede sanar, cuidar y acompañar.
¡Qué difícil imaginar que todo esto no tenga un sentido que nos lleve a todos por fin a retomar un camino que nunca debimos abandonar!
  


miércoles, 19 de febrero de 2020

Entre perdones




Un examen de conciencia; una espera de perdón; un encuentro en desencuentro. Ese sería el resumen de una confesión obligada por un estado de Gracia justo y necesario para quien iba a acompañar mano en hombro a un apadrinado camino de su Confirmación.
El destino se busca, aunque en algunas ocasiones es él mismo el que te encuentra.
Minutos de larga espera con el único propósito de encontrarme no con el sacerdote de cara conocida sino con aquel otro que no supiera más de mí que yo de él. Vano esfuerzo e inútil transcurrir de un tiempo que no fue aliado mío.
¿Qué hacer entonces? ¿En quién depositar lo malsano y escondido de mi alma si mirar con desconfianza era lo penúltimo que mi mente cavilaba? La respuesta, llegó pronto; no había otra hoja para dar la vuelta que aquella que me enfrentara con la cara opuesta a lo que en ese instante deseaba.
Era hora de despejar miedos, dudas y reproches e intentar abrir corazón sin medida y sin sopesar consecuencias.
No elegí yo; me empujó Él. Reclinado en madera antigua, abrí de par en par pensamientos, sensaciones, conjeturas y perdones.
Destapé el tarro de los recuerdos; de tiempos mejores vistos por ojos asombrados en un pasado no lejano que en presente tornaron a tristes por cargas de incomprensión.
Vacié el cargador de lo pensado y esperé respuesta. Y la tuve, vaya si la tuve. Porque además de unas palabras, recibí silencios que me hablaron mucho más que mil discursos.
Vi ojos de lágrimas a punto de saltar al vacío para encontrarse con las mías que ya no permitían ser retenidas por más tiempo. Dos hombres frente a frente jugando a un juego tan antiguo como inusual llamado sinceridad.
Porque fue sincera, tremenda y espiritualmente hermosa la confesión de dos que hablaron, se miraron y se pidieron mutuo perdón.
Y hubo un momento tan largo quizás como el de un parpadeo, en el que pude presentir que allí entre aquellos dos hombres mirándonos estaba Dios. Estaba Jesús sonriendo y gritándonos en silencio:

“No era fácil y los dos lo habéis conseguido; pedir perdón y perdonarse”

No recuerdo una confesión igual. Puede que no vuelva a sentir que en una confesión de dos, cuente tres. Quizás nuestros caminos no se vuelvan a encontrar aunque caminen paralelos, pero por un momento ese Señor, ese Dios que siempre digo que me quiere, me arropó y me guio hacia un perdón entre perdones.

domingo, 16 de febrero de 2020

Misión cumplida




A falta sólo de nueve días para cumplirse exactamente dos años, mi misión encomendada finalizó ayer con una ceremonia hermosa para toda persona de corazón sincero.
Fue un reto atrayente, expectante y en cierto modo, interrogante para mí.
Nunca antes se me pidió fuera guía de ningún grupo que no vistiera con colores de ejército. Mucho menos aún, que mi misión consistiera en marcar los tiempos de marcha de unos adultos hacia un encuentro con el Espíritu Santo que aún no habían recibido.
Acepté de buen grado el encargo y hoy, dos años después, si el tiempo retrocediera, volvería a hacerlo.
Dejamos atrás muchas mañanas de encuentro sabatino a la hora del Ángelus. Siete reunidos alrededor de una mesa. Seis adultos y Él, siempre Él.
Recuerdo con especial cariño esa primera reunión. Cinco caras llenas de símbolos de interrogación que no se conocían apenas y casi no se atrevían a dibujar sonrisas y hablándoles, un tipo como yo, lleno de dudas y con pocas ideas realmente claras de lo que había que decir, hacer o proponer.
Pero la respuesta no tardó en llegar; respiré hondo y mi pensamiento fue mucho más allá de una habitación con personas y busqué cielos.
Me encomendé al de Siempre y sólo tuve que pensar: “pues sea lo que Dios quiera”.
Dios quiso, vaya que si quiso. Esa persona que lleva mi nombre y es idéntica a mí, comenzó a hablar con calma, sin esforzarse a la hora de pensar qué decir y las palabras fluyeron con orden e incluso concierto.
Mil ideas, mil propuestas se agolpaban en mi cabeza, pero sólo un objetivo. Que al menos cuando acabáramos este camino que iniciábamos juntos, hubiera tocado el Señor con mayor o menor intensidad sus corazones para cambiar o dar plenitud en cierto modo la vida con fe o sin ella que hasta entonces llevaban.
Se dice por ahí que dos no riñen si uno no quiere. También se podría decir que seis son hermanos si sus apellidos son “buena voluntad”.
Y hoy, casi dos años después, me atrevo a decir que todos podemos llevar con orgullo esos apellidos y autoproclamarnos hermanos en la fe.
Atrás quedan días de preguntas y preguntarse; de risas y algunas lágrimas furtivas; de ojos de asombro y otros de bondad. De días de frío y calefactor ruidoso; de oídos que escuchan más que oyen. En definitiva, de buenas gentes que sin proponérselo, se buscaron y se encontraron.
No seremos los mejores, ni los más cristianos. Ni tan siquiera los que más han estudiado Escrituras Sagradas o libros de santos más allá de una estampita. Pero hemos conocido realidades; hemos entreabierto las puertas de una iglesia que siempre nos han parecido herméticas; nos han arañado el corazón testimonios de gentes vestidas de enfermedad que son ejemplos cercanos del amor que encuentran en Dios hasta en los peores momentos.
Hemos rezado sin la vergüenza de antaño; hemos pedido siempre incluso “por mí y por todos mis compañeros”. En definitiva, quiero pensar que aquellos que un 24 de febrero de 2018 éramos unos perfectos pecadores, hoy casi dos años después, lo somos un poquito menos.
La de ayer fue una ceremonia entrañable para algunos y ciertamente hermosa para mí. Ver mi grupo encaminarse hacia un altar en el que les esperaba el propio Espíritu Santo vestido de Sr. Obispo, me llenó no ya de orgullo, que también, sino de esperanza. Esperanza para que esto no acabe en una ceremonia de iglesia a rebosar y mil fotos hechas y para que este sea el comienzo de una hermandad de verdaderos hermanos en la fe que se alegren de reencontrarse cualquier día, a cualquier hora, en cualquier lugar.
Doy gracias al Colega con C mayúscula por las personas encomendadas, por lo vivido y por lo realizado y como siempre, brindo yéndome de cañas con Dios.

Que el Espíritu Santo nos bendiga a todos nosotros y nuestras familias.


*Debo dar las gracias desde aquí a todas las personas que han hecho con su ayuda y predisposición que esta misión haya sido mucho más fácil de lo que jamás hubiera imaginado. A mis "niños de Catequesis ( Ana, Jesús, Lucía, Paco y Tamara).
A los sacerdotes, diáconos y personal encargado de la iglesia, por su colaboración en todo aquello que les propuse. A mis compañeros catequistas (especialmente a Pedro con quien más relación he tenido compartiendo cervezas y pensamientos y a su grupo de Confirmación por hermanarse con nosotros y demostrar que además de ser familia, lo demuestran.
Muy especialmente agradecido a las personas que desde la enfermedad nos otorgaron ejemplares testimonios de superación teniendo la mano del Señor como mejor apoyo en la adversidad (a Patricia, Laura, Ricardo y ahora también a Ana, con mi mayor cariño y reconocimiento).
Y dejo para el final, un último pensamiento. Es la hora de embarcarme en esa otra catequesis de puertas hacia adentro en la que me espera mi gente; esa gente sin cuyo aliento, no hubiera sido posible llevar a buen puerto esta historia. A mi mujer (esa pochita a la que tengo que cuidar y confieso que descuido, con la promesa de un esfuerzo) y a mis hijas, la de allá y la de acá, a las que pienso seguir arropando sin distancias o años cumplidos.

A todos, desde la patata, G R A C I A S




domingo, 19 de enero de 2020

Desplegando



Pasaron las dos velas que faltaban. Volvió a nacer el Niño y por desgracia, ese otro niño que suele brincar en mi interior más conocido, esta vez, no lo hizo como siempre llegadas estas fechas. Se mantuvo pertrechado a la espera de mejores tiempos libres de virus familiares, ausencias primerizas y encuentros que no fueron tales por inexistentes.
Unas navidades que me acercaron a un final anunciado de antemano.
Unas navidades en cierto modo con el cambio de marchas en modo automático. Anclado en un transcurrir de días tachados en un calendario sin números que remarcar para el recuerdo, más allá de alguna sorpresa casi prevista.
Espiritualmente, navegando en aguas tranquilas alejado de puertos habituales; humanamente, navegando en aguas casi tan tranquilas que pudieran parecer estancadas.
Resultado, ninguna de esas aguas son mis favoritas. Prefiero la navegación a ratos de aguas turbulentas, de olas encrestadas sin crispación y de corazones y almas alerta en devenires con acción.
La rutina, la quietud y las perspectivas enterradas, nunca fueron buen timón para quien desee la bravura del buen marino de espíritu.
Pero de todo lo negativo, siempre se puede extraer aquello que no lo es tanto. Y en ese aspecto, despejé dudas. Las cartas marcadas o no, dieron su vuelta en la mesa y descubrieron faroles y jugadas arriesgadas. Sé perfectamente con quien quiero jugar a ser mejor y de qué me debo alejar si no quiero ser peor.
El modo pausa al que me refería no hace tanto, debe ser pulsado para jugar nuevamente al play de la vida que Dios quiera que viva y que parece indicarme claramente que debe encarar proas a otros rumbos.
Así que a roscón, chocolates y  papeles de regalo pasados, desplego velas que sin ceras, son sinceras.