"Quisiera saber llorar como un niño para sentirme mejor hombre"
"Vivo para creer; creo para vivir"

jueves, 4 de junio de 2020

Rebobinando


         
 Las puertas de hierro abrieron. El templo comenzó a respirar acogiendo a quienes tuvieron que aguardar encierros de obligatorio cumplimiento.
          Más de sesenta días después y con miles de almas que dejaron de vivir en esta tierra, el pasado regresó buscando futuros.
          No cambió lo que los ojos ven; las columnas continúan como siempre apuntalando cielos y plegarias; las imágenes siguen fijamente la mirada de quien las quiera ver y hasta el altar y las velas alumbran al son que los mortales queramos tocar, ver o escuchar.
          Pero las personas, quizás no todas, quizás solo aquella que siempre me acompaña y nunca conoceré aunque tenga mi mismo nombre, fisonomía y años, sí puede que haya cambiado; quizás haya cambiado máscara por mascarilla; buenos deseos, por deseos sin más; oraciones buscando hermanos por verdaderos hermanos encontrados en la oración; misas de siete por siete en misa.
          Quién sabe sino Él en qué hemos cambiado en estos días. Me acerqué a preguntar, a preguntarme; me acerqué a reencontrarme con altos techos, con bancos vacíos, con luces tenues y cantos de quien nunca deja de cantar.
          Y también quise, pude y me atreví a pedir perdones a sabiendas de que quien aguardaba el encuentro era alguien más allá de una cara conocida que ya también exculpó mis errores la última vez que mi conciencia me empujó a hacerlo.
          No debiera elegir, pero lo hago y quiero pensar que no fue casualidad reencontrarme con el mismo sacerdote con el que compartí secretos confesables, lágrimas y cierta charla con olor a despedida en aquella última confesión antes de la debacle que nos ha envuelto y aún nos sigue persiguiendo.
          Lo demás siendo esperado, me sorprendió. No di paces ni miradas; ni tan siquiera conté o canté. Me vi caminando por el mismo pasillo de otros tiempos en cuyo término, no me fijé en quien me ofrecía el pan, sino que sólo acerté a ver ese pan que tanto hacía no llenaba mi alma. Descubrí en ese momento lo que la tela cubría y me llené de paz cuando el Señor rozó la boca que tantas veces me contuve de abrir o me obligaron a tener cerrada.
          Regresé a mi asiento; hinqué rodillas y escondí la cara entre las manos; necesitaba aislarme conmigo, con Él y en Él.
          Lo que pensé, sentí, agradecí o deseé, permanece guardado en el rincón de los grandes momentos reservados a mí mismo.
          No sé si en un futuro cercano el lugar será el mismo; si las circunstancias serán iguales, las caras serán conocidas o mis intenciones irán más allá de lo que simplemente pido, pero siempre me quedará el regusto de rebobinar hacia algún tiempo que siendo pasado, siempre fue de lo mejor.