"Quisiera saber llorar como un niño para sentirme mejor hombre"
"Vivo para creer; creo para vivir"

martes, 24 de enero de 2023

¿Hijo pródigo?



Después de mucho tiempo de ausencia a una reunión semanal de gentes que buscan resquicios de luz y sabiduría espiritual y que siempre fue para mí un momento de pausa, reflexión y encuentro entre amigos que profesamos una misma fe, decidí regresar.

No fue una decisión meditada, ni tampoco inconsciente. Lo que abandoné un día por cierto hastío, regresó de una forma que como antaño, me hace mirar al cielo.

La inquietud, la falta de fe activa de quien como yo pensó que siendo oveja perdida no tuvo un buen pastor que fuera a buscarla, me ha tenido y aún me tiene navegando en mares demasiado calmos espiritualmente que no me ayudan a bregar como antaño lo hacía. Pero sin pensar en Él, no pudo ser otro el que me incitara a desandar caminos equivocados.

Separarse de lo conocido aunque no nos mueva a nada más que a la rutina, puede ser bueno si esa ausencia es bien aprovechada. Pero si lo que hago es dar tumbos sin aposentar pensamientos, creencias y situaciones, la cosa no puede llevarme más que al fracaso.

Tardé mucho en darme cuenta que se hace camino al andar, pero también se hace al desandar.

Echaba de menos tiempos pasados de risas, oraciones, reflexión y contacto con caras conocidas.

Algo o diría que Alguien me movió a pensar en un regreso que tardó años en producirse. No estaba seguro, pero me bastó la afirmación de un buen amigo cuando al verme aparecer me dijo:

“No sabes la alegría que me das con tu vuelta”. Fueron palabras tan sinceras como el brillo de sus ojos. Con eso me bastó para saber que lo que no hace mucho pensé, fue una decisión acertada.

No soy ningún hijo pródigo, pero sí que me puedo considerar en cierto modo prodigio dejándome llevar como siempre por lo que Dios quiere, mi fe y mi fuerza de voluntad me llevan a hacer y lo que el futuro me depare.

El tiempo, Dios y yo dirán si lo que reinicio me servirá para retomar de forma correcta un camino que aunque sea con diferentes actores, quizás nunca debí abandonar.

  

lunes, 12 de diciembre de 2022

Reacción en cadena

 



Tarde de misa dominical en hora vespertina poco habitual en mí. Homilía larga y un poco tediosa. Quizás es más mi falta de abrir más los oídos y la patata que últimamente no se abren como debieran de par en par.

Poco cántico, lo cual agradezco y llega el momento de darnos la paz.

“ La paz esté con vosotros” “Y con tu espíritu” “Daos fraternalmente la paz”

¿Fraternalmente? ¡Si desde que se inició la maldita pandemia la paz se asemeja más a un saludo japonés que al habitual apretón de manos, abrazo  o sucedáneo!

Pero Dios en ocasiones obra acciones en circunstancias que sin ser milagros, con los tiempos que corren, a mí me lo llegan a parecer.

Donde hasta ayer había miedos, miradas escondidas y pocas palabras, puso Dios delante de mí a una joven desconocida que al darme la paz me ofreció su mano. ¡De mil amores se la estreché como de mil amores ofrecí la mía a la mujer que tenía sentada a mi lado! Y no sólo no la rehusó sino que busco en su compañera de asiento también la suya. Y ese saludo se trasladó al banco trasero y como una reacción en cadena se extendió hasta donde yo pude ver, que no es mucho, pero suficiente.

Quizás sólo fuera ayer y esto no se repita en mucho tiempo, pero mereció mucho la pena sentir como siempre la calidez de hermanos de fe.




 

 


sábado, 22 de octubre de 2022

Una flecha amarilla

           

   


        Las prisas nunca son buenas; el afán por alcanzar en tiempo y forma las metas, en ocasiones, tampoco. Lástima que como en otras muchas ocasiones nos demos cuenta algo tarde.

Recordando los pasos andados, los lugares transitados y el sentido dado a una experiencia ya de por sí atrayente como es la de realizar el camino de Santiago, me doy cuenta de los errores o digamos novatadas de inexperto.

En nuestra defensa diré que éramos totalmente primerizos en algo así. No ya como senderistas, que también, sino como almas que no aprovecharon en su plenitud lo que Dios creó para nosotros .

Pienso que transitamos por un camino paralelo, pero diferente al que deberíamos haber hecho.

Echando la vista atrás, me doy cuenta que fue un error involuntario pero mayúsculo transitar por esos caminos, calles, montes y paisajes con las prisas de quien quiere a toda costa llegar a la meta con el tiempo suficiente para alcanzar una buena mesa y mantel en la que reponer fuerzas para el día siguiente.

Y es ahora cuando la rutina nuevamente nos envuelve en la gran ciudad, cuando esos tres que recorrieron una pequeña parte de Galicia, abren los ojos a ese otro camino que pudo ser y no fue.

No nos arrepentimos por ello, porque de los errores se aprende en ocasiones mucho más que de los aciertos y sólo tenemos que dar gracias a Dios porque para empezar y no está nada mal, conseguimos finalizar la peregrinación sin mayor novedad que alguna rodilla maltrecha y unas ampollas traicioneras.

Pero ahora y con la vista puesta en otro mañana, percibo que fueron muchas las cosas que perdimos en ese camino.

Perdimos el sonido de nuestras propias pisadas; el agua del riachuelo que bajo nuestros pies nos gritaba “haz un alto y descansa en mí tus pies”; la escucha de nuestra propia respiración jadeante en empinadas cuestas; perdimos la soledad necesaria también en algún momento de reflexión individual aunque fuéramos más allá de uno; perdimos amaneceres entre los árboles con la necesaria contemplación del milagro de un nuevo día; la mirada del animal que tranquilo pace en verdes valles; el trinar del ave que sin verla acompaña campos y vientos; unas nubes en el cielo con su azul más cielo que nunca; el cobijo de un árbol; el semblante del peregrino que irradia felicidad o de aquel otro que por el contrario despide sufrimiento. Perdimos quizás alguna charla de taberna en aldeas y un cantero de pan con un poco de queso y quizás un chorizo o jamón que degustar a la sombra de cualquier árbol y vino de la tierra. Perdimos en definitiva todo aquello que las prisas del hombre moderno nos roba.

 

¿Arrepentimiento? Nunca

¿Aprendizaje? Siempre

 

Perdimos muchas cosas, sí; pero también encontramos muchas otras. Encontramos el espíritu de superación; nos dimos cuenta que aún en circunstancias adversas, somos capaces de superarnos a nosotros mismos.

Reconocimos la necesidad de un abrazo; el poder de una sonrisa; la esencia de unos ojos sin maldad en un perro; el poder del silencio en un templo perdido o aquel otro que siendo pariente de la cercana Catedral nos envolvió con el recogimiento imposible de encontrar en aquella que alberga multitudes; el dulce canto de unas monjitas tras unas rejas o de un grupo de peregrinos portugueses cantando su fe.

Degustamos la amabilidad de las gentes y el compartir sueños o ronquidos a partes iguales con personas que muy probablemente nunca volveremos a ver; superamos etapas a golpe de mojones kilométricos y desayunos bajo un sol reconfortante; subidas infames y bajadas criminales y aunque alguna bajada era hasta denunciable, sin rencor.

Una llegada a Santiago de Compostela a son de Louis Armstrong y la sonrisa de unos peregrinos extranjeros tan felices con su música y su fe.

Y el perdón en mayúsculas que el Señor quiso regalarnos a un señor mayor y a mí que tuvimos un encontronazo dialéctico sin razón por ambas partes. Pero ya es “casualidad” que al día siguiente en un lugar muy diferente y a varios kilómetros de la ira del día anterior, zanjáramos con una mirada sincera, un abrazo y unas palabras que grabé en lo profundo:

 

¿Sin rencor, verdad? Buen camino

 

Hoy, nos quedan los recuerdos y una hucha que sin ser la más hermosa, espero, deseo y rezo por ello, pueda llenarse de buenas intenciones para volver a caminar con paso firme, oído dispuesto y el alma de par en par siguiendo siempre una flecha amarilla para encontrar la meta final del encuentro con nosotros mismos.


P.D. Al Señor, a una hermosísima Virgen peregrina, a mi gente y a todos aquellos que de una u otra forma hicieron de este camino un recuerdo imborrable, G R A C I A S y B U E N  C A M I N O.














domingo, 21 de agosto de 2022

La chica Finisterre

 


La chica Finisterre es la sonrisa perenne en un rostro joven de mujer. Una mujer que decidió un buen día marcarse como reto una peregrinación fuera de toda lógica y grandeza. Porque grande, muy grande se vislumbra el reto de peregrinar desde Finisterre a Jerusalén ayudada “únicamente” por sus pies, una mochila a la espalda y una fe mirando al cielo de esas que estoy seguro deben provocar, más allá de las nubes, el mismo rictus de admiración que sin duda provoca en quienes aquí abajo la seguimos desde hace ya algún tiempo.

Quizás esta chica habrá tenido o tendrá momentos de soledad sintiéndose verdaderamente sola, pero además de su fe inquebrantable, debe saber que detrás de ella vamos miles y miles de personas que sin vernos, alentamos cada uno de sus pasos, cada uno de sus sufrimientos, sonrisas y encuentros con Dios y consigo misma.

Porque para quienes piensen que Dios no existe o es algo así como una quimera, les diría que ese Dios es Aquel que la recibe con las puertas abiertas de corazones y casas en cada uno de los lugares en los que va haciendo escala.

Son seis mil kilómetros; son más de siete meses de camino ya recorrido cruzando países, idiomas y costumbres; pero todo con el denominador común de la fe y el esfuerzo. Y más allá de la fe que contagia, de esa sonrisa que transmite, está la enseñanza particular en mí de una persona valiente como pocas que en un mundo como el nuestro cegado por nubes oscuras, ve brillar entre ellas un rayo de esperanza con nombre de mujer.

 

*Mi admiración más absoluta y oraciones por Carlota Valenzuela con el deseo de que Dios y la Virgen la guíen y pueda llegar con la sonrisa de siempre al lugar donde todo empezó.



jueves, 11 de agosto de 2022

Una larga historia

 

Quien bien me conoce, sabe que la música y yo formamos buena pareja casi desde que nací. Mi oído se educó entre clásicos de rock, heavy, contry, blues, baladas y músicas iluminadas por grandes bolas de cristales en lo que antes eran discotecas y ahora no sé muy bien cómo denominar.

He mantenido siempre la certeza de que si algún día pierdo el interés por la música, habrá llegado el momento de decir claramente que mi mente es demente y podrán sacrificarme como a un caballo del lejano oeste que se rompió una pata corriendo por algún polvoriento camino de Oklahoma.

Queen, Rolling Stones, Springsteen, Dire Straits, Fito y muchos otros etcéteras, forman parte del repertorio que habitualmente reproduzco en el propio ordenador del trabajo. No molesto a nadie; es más, algún compañero e incluso jefes me han pedido alguna que otra de esas selecciones que siempre me gusta tener como fondo de cualquier jornada laboral que me lo permita.

Pero ayer resultó curioso que dos compañeros en diferentes momentos se me acercaran y me preguntaran: ¿De dónde has sacado la música que tienes puesta Luismi?

Con media sonrisa, sólo pude contestarles… “Una larga historia para contar mientras tomamos unas buenas birras”. Dicho y hecho.


sábado, 6 de agosto de 2022

Una mochila amarilla

 

Una mochila amarilla asoma de una maleta desecha. Atrás quedaron kilómetros de cielo azul y nubes blancas. Y atrás quedaron también pedacitos de nuestra historia. Simplemente cinco días de nuestra vida, que dibujan en mí una mueca de nostalgia. No es necesario el paso de un tiempo lejano para echar de menos lo vivido.

Días de soles justicieros por caminos, calles y montes; de piedras sin fin y corazones de piedra que no resistieron una lluvia intensa de emociones.

Días de músicas, banderas y lenguas mezcladas en unas gentes que muchas veces tomados por locos, son locura hermosa de unión fraterna.

Podrán decirnos que nuestra fe se viste de invisibles certezas; quizás tengan razón, pero la caricia del viento también lo es y siempre será bienvenida en la piel y el alma de quien necesita un asomo de dulzura en un mundo tan inhóspito como el que estamos creando.

He visto en cinco días muchas miradas al cielo y mucha gente arrodillada en lo más bajo de un pensamiento.

He visto y oído el testimonio de un hombre cuya soledad resumió en una total falta de amor de la gente, de un Dios e incluso de un demonio que buscara su amistad. Me sobrecogió el hecho de poder sufrir una soledad tan atroz teniendo como única compañera una siniestra heroína para empujarle al vacío de la desesperación. Pero una mano amiga rescató su cuerpo y su espíritu y hoy es una de esas almas que pueden recibir el título de verdaderas HEROÍNAS en un mundo que suele mirar hacia el otro lado de unas gentes que quizás sólo necesitaban un abrazo que les confortara. Me quito el sombrero ante todos los que han conseguido remontar desde lo más profundo una vida que nunca merecieron vivir.

He compartido mesa, mantel, risas y asombros con personas de todos los puntos cardinales de un país como el nuestro que sabiendo estar unido, quizás se esfuerza en hacer difícil lo fácil. ¡Que hermoso es ver que cuando nos mueve un mismo sentimiento, no hay lengua, lugar ni ideología que impida que el ser humano se entienda movido más por el corazón que por la cabeza!.

Durante cinco días, todos fuimos conocidos perfectamente desconocidos. Sin embargo, se han creado vínculos que ojalá perduren en un tiempo nuevo y maravillosamente esperanzador.

Fui buscando una devoción por una Virgen que permanece aún escondida sin saltar al terreno de juego en el que el Señor sí que juega como titular indiscutible de un equipo que sólo formamos dos. No encontré esa devoción buscada, pero sí que siento la certeza de que una semilla voló conmigo desde tierras tan lejanas para ir brotando en mí sin prisas; macerando lo visto y escuchado y sobre todo, lo percibido con esos otros sentidos que un hombre como yo debe aprender a desarrollar.

No tengo prisas por encontrar esa devoción que quizás nunca llegue. Sé que una Madre vestida de blanco como aquella que dejé en aquel lugar del que vengo, nunca abandona a un hijo por muy distraído que se encuentre dentro de su propia fe.

Mil detalles guardo más en una hoja de papel que en una memoria tan maltrecha como la mía. Pero hay cosas que no necesitan de memoria porque quedan grabadas para siempre en ese rincón que todos tenemos dentro en el que guardamos de lo bueno, lo mejor.

Viviría mil veces lo vivido; brindaría mil veces por un futuro como este reciente pasado y ajustaría a mis espaldas una mochila amarilla que vistió mi ser de un tipo que siendo como yo, regresó intentando ser mejor.

 

*Dedicado a todas las personas que hicieron posible que lo que parecía imposible, se convirtiera en una hermosa realidad.  No daré nombres porque no sería justo olvidar a nadie y todos de una u otra forma, sois protagonistas de esta hermosa historia.

Regresé con la certeza de que mi familia se agrandó con más de ciento veinte nuevos hermanos en la fe y aunque quizás a la gran mayoría no os vuelva a ver, os guardo igualmente en mis oraciones y rezaré por vosotros y vuestras familias. Y desde este mi pequeño rincón que más que mío es vuestro, brindo por un mejor futuro para todos.

Mi agradecimiento más profundo al pueblo de Medjugorje y a su Reina con el pensamiento de que algún día volveré.

Recordar también a esos hermanos polacos que han fallecido en accidente de tráfico al dirigirse en peregrinación también a Medjugorje. Que Dios los reciba en su Gloria y dé consuelo a sus familias.

Y cómo no, a esa otra reina de la casa que un día me dijo; "Luismi, me ha dicho la Virgen que tenemos que ir a Medjugorje". La Virgen dice... Gracias Mercedes.

 

¡UNIDOS EN LA FE!




   

jueves, 30 de junio de 2022

Nuevos retos, viejos recuerdos

 



Lo que comenzó siendo prácticamente una misión imposible, casi once años después siento que se ha convertido en una misión cumplida.

De aquel Luismi de menos canas y más fervor, el tiempo, las circunstancias y quizás la voluntad del Señor, han modelado ese otro que pareciéndose en lo físico, no se asemeja tanto en lo espiritual.

El bombardeo de adrenalina católica que supuso en mí aquella añorada y siempre presente JMJ de Madrid 2011, ha dado paso al cabo de los años, a un estado de inquietante rutina de cuerpo y alma.

La fe, persiste; el amor al Señor, también. Incluso el ansia por descubrir y descubrirme a mí mismo a través de prójimos próximos, perdura sin mayor problema. Pero cuando la devoción se convierte más en obligación y la obligación pierde la intensidad de la devoción, es cuando he decidido echar el ancla y recapacitar en esas aguas tan mansas como poco atrayentes de un mar de dudas que me asaltan de vez en cuando.

La conclusión final no es otra que la de abandonar un sacrificio semanal realizado con gusto por y para el Señor y dar paso a otra persona que aproveche más intensamente y mejor las dos horas que siempre me servían de cobijo para conocerle más a Él y mejor a mí mismo.

Cuando el sacrificio se convierte en rutina y la rutina se hace sacrificio, es mejor hacerse a un lado y preguntarse si el Señor no buscará en mí nuevos retos, nuevas ilusiones o nuevos granitos de arena que de otro modo alienten una fe que existiendo, pasa por momentos de letargo.

Aquellos detalles que mi retina siempre captó y mi fe adornó, llevan demasiado tiempo sin dejarse ver. Y casualidades o no, una confesión, una misa y una despedida de madrugada, me hicieron sentir que mi decisión era consecuente con el momento elegido. El tiempo y Dios certificarán si así fue, pero el tipo de la mochila que surcaba amaneceres en la ciudad con destino a una pequeña capilla al encuentro del Amigo, regresa al puerto del hogar para surcar en un futuro nuevos mares llenos de aventuras de fe, amor y esperanza.

Con el corazón lleno de agradecimiento por lo rezado, vivido, sentido, sufrido, llorado y gozado entre esas paredes, me lleno de “sano” orgullo con la satisfacción del deber cumplido y muchas ilusiones por cumplir.

domingo, 10 de octubre de 2021

La llave


 

Un domingo cualquiera en una iglesia cualquiera para una misa cualquiera. Una misa en ese caso sin mayor pretensión o trascendencia que la de cumplir con lo pactado por cualquiera que se precie de llamarse cristiano y católico.

Un sermón un poco largo; los pensamientos, más alejados que cercanos de allí. Un día de trámite que sin deber serlo, lo era.

Pero de vez en cuando, suceden cosas extraordinarias que dan la vuelta a una tortilla ese día poco hecha. Llegó la hora de la consagración, la comunión del sacerdote y el momento de poder compartir con todos el pan de ese día. Resuelto, se giró el celebrante llave en mano para abrir el sagrario; pero éste no abría. Vanos fueron sus intentos por más que forzara el giro de esa dichosa llave; no fue posible. Pidió ayuda y un señor de cierta edad, subió al altar para echar una mano, sin resultado. Era la primera vez que un sacerdote que yo viera, tuvo que suspender la comunión por un sagrario que ese día se resistía a ser abierto.

Así que como hecho excepcional comulgamos espiritualmente sin nada que llevarnos a la boca ni al alma. O eso pensaba yo, porque lo que vino después me sirvió como mil comuniones anteriores.

Acabada la misa, mi santa esposa y yo permanecimos un rato más esperando por si podíamos ayudar en algo. Allí sólo quedamos el sacerdote, el señor que intentó ayudar en la celebración y nosotros dos.

Nuevamente, aquel buen señor hizo vanos intentos de abrir el sagrario. Se le ocurrió que con algún aceite lubricante, la cerradura dejaría de presentar batalla. No fue así; el aceite tampoco surtía efecto.

No pensé nunca que yo pudiera ayudar en mucho por mi más que declarada inutilidad en temas de bricolaje, pero había que intentarlo, así que amablemente le pedí que me dejara probar a mí con esa “maldita” llave.

La llave era antigua; restañada por algún percance que ya hubiera tenido anteriormente. La cogí, la inserté en la cerradura y la giré hacia la derecha. Ni se movió. Intenté no introducirla hasta el fondo y repetir la operación. No hubo forma humana de poder hacerla girar tras varios intentos.

Entonces, me vino a la mente que en una iglesia, ante un sagrario y un gran Cristo crucificado, podía rezar un Padrenuestro mientras seguía en mi testarudez de tener que abrirlo.

Comencé diciendo en pensamientos, Padre Nuestro que estás en el Cielo y antes de llegar al santificado… la puerta abrió y me encontré de bruces con el Señor escondido al fondo del santo sagrario.

El vello se me erizó, un escalofrío de verano recorrió mi cuerpo y borbotones de lágrimas que tuve que contener más por vergüenza que por ganas, a punto estuvieron de mojar mi rostro.

Alcé los ojos y miré al Crucificado; sólo acerté a decirle en silencio “GRACIAS”.

No quise comentar este hecho con el sacerdote y con el buen señor y sí lo hice a la salida con mi perpleja chica de siempre.

Han pasado días ya desde aquello y es ahora cuando medito el significado de una nueva diosidad que acaeció siendo yo partícipe y que tanto tiempo hacía que no me sucedía.

Me he dado cuenta que nosotros mismos somos la llave de nuestra fe. Si no la engrasamos de vez en cuando, podemos caer en el error de oxidarla, de dejarla inútil para aquello para lo que nos debería servir.

Nosotros también somos sagrario y con nuestros actos, pensamientos y palabras, no sólo nos cerramos a nosotros mismos sino que dejamos sin libertad al alma que Dios quiso otorgarnos.

Una llave, como una fe, pueden ser viejas; pero bien cuidadas, no hay ni habrá males que por bien no vengan. De nosotros dependerá que esa llave se utilice mayormente para abrirnos o cerrarnos al mundo y a Dios.

sábado, 21 de agosto de 2021

El proceso

 


    

   Echar la vista atrás hasta una hermosa mañana del veintiuno de agosto de 2011, me lleva a rememorar una parte importante, quizás esencial de mi vida.

   Son diez años, ni más ni menos. Diez años de asombros, de certezas, de muchos interrogantes, de alegrías, tristezas, meditaciones y enseñanzas.

    Un encuentro conmigo mismo a través de la parte más escondida de mi existencia. Mi propia alma.

   Un viento silencioso rodeado de más de un millón y medio de personas, no sólo despeinó mis sienes sino también el telón de fondo que cubría una fe que existía y no supe reconocer hasta ese instante en el que mi interior habló con la furia de un silencio que me gritó a voces.

   Hoy se cumplen diez años de aquella mañana en Cuatro Vientos con un invitado que no por inesperado, me miró a la cara y me dijo: Aquí Estoy.

   Desde entonces, la vida transcurrió del modo en el que todo destino nos va marcando; pero con una diferencia esencial: sobresaliendo una esperanza por encima de futuros teñidos de negro color.

   Conocí gentes; desconocí otras y supe apreciar lo que de bueno y a la vez complicado, tiene una vida de fe. Una vida llena de altibajos; una vida duramente gratificante. Un proceso interminable de miradas al cielo aún con los brazos y el pensamiento por los suelos. Una vida de desiertos existenciales regados en muchas ocasiones por oasis de remansos y paz interior.

   Si tuviera que regresar y recomenzar mi vida desde aquel día, puliría muchos errores cometidos aunque en esencia, no quisiera que esa historia se reescribiera. Quizás sí que pondría en marcha algún corrector de voluntades y malos hábitos que han sabido perseguirme con la velocidad de todo aquello que termina alcanzándome.

   Pero soy así; perfectamente pecador con voluntad de no serlo, aunque en esta película muchas veces triunfe la mala compañía de mi propia iniquidad.

  Hoy es un día de celebración, de recuerdos, de gratitud y de peticiones. Celebrar lo que sucedió, recordar de lo bueno todo y aprender de lo malo que también hubo y sin duda habrá; agradecer a quien con su existencia me enseñó a ser mejor persona, mirándome en espejos ajenos.

  Y como cristiano en prácticas, pedir. Pedir por los míos, los más cercanos y también por aquellos que aún sin saberlo, con sus acciones buenas o malas, me ayudan a aprobar un curso tras otro la difícil carrera que emprendí desde aquel bendito día.

  Un recuerdo especial también a un viejecillo criticado por muchos pero admirado también por otros tantos que supo y quiso apartar su magnificencia como Papa para dar paso a otros aires que por renovadores no tienen que ser necesariamente mejores. Al Papa Emérito Benedicto XVI, desde el corazón, gracias.

  Y sobre todo, gracias a Aquel que siendo Amigo desde mi primer hálito de vida, quiere jugar conmigo más intensamente desde hace ya diez años.

 El proceso, sigue. Tendrá sus altibajos, sus reseteos, quizás un formateo y puede que un gran reciclaje. Pero me queda la tranquilidad, la esperanza y la dicha de saber que Su mano siempre estará abierta para agarrar la mía.






jueves, 18 de marzo de 2021

Ruinas

         


Es curioso observar mientras esperamos en los bancos de la Iglesia el comienzo de la Santa Misa, un elemento sin cuya presencia, quizás nada de eso sería factible.

Una columna de siglos, permanece a mi lado como testigo mudo de cientos de años de fe, devoción y seguramente también de alguna que otra hipocresía o falsedad.

Una columna con arrugas en forma de marcas, ahondamientos o señales de un paso inexorable del tiempo y de los tiempos. Vieja y quizás con la cara sin lavar, pero firme como siempre en su propósito y utilidad. Sin ella, se tambalearía una estructura que cedería a la maldad del derrumbe.

Y como ella, en una pequeña capilla, una barra de hierro acabada en una plancha metálica sirve como apuntalamiento de un techo que grita venirse abajo.

Así es la fe, así es mi fe; con momentos de firmeza y otros que necesitan ser apuntalados para no caer en la frialdad del insensible.

Suerte tenemos de contar con el gran Maestro de obras que sostiene las ruinas de nuestros pensamientos, palabras y omisiones.

miércoles, 23 de diciembre de 2020

Conjunciones



Llegó de puntillas, pero llegó la Navidad; aquella tan amada por unos, denostada por otros y disfrazada de rechazo por muchos que sin saberlo, de uno u otro modo también la albergan en sus corazones.

Este año, quizás la reservo para mí; sin estridencias, sin algarabías, sin accesos de bondad exagerada, sin panderetas, sin felicitaciones grupales ¿sin alegría?...

Quizás ese interrogante se marca en mi cerebro de punta a punta sin una respuesta que no admita discusión.

Ha sido un año difícil éste que hemos vivido, que seguimos viviendo en un estado pandémico no sólo por el virus.

La desidia, el mal humor, la impaciencia, el miedo…

Todo ayudó para que siendo un año más, se recuerde como aquel maldito año que sacó lo mejor y lo peor de muchos entre los que me incluyo.

Y luego está la fe. Esa que unas veces me persigue y otras asemejo esconder por no negar en cierto modo. Vaivenes que me hacen estar vivo en mares llenos de tempestades. Pero cuando la duda aparece, la certeza se hace más presente a golpe de Presencia sentida en el fondo de mí. ¡Esa suerte tengo!

Y si faltara algún detalle, hemos vivido una conjunción de planetas que me han llevado a un desierto, a unos personajes que hace dos mil años también siguieron una estrella muy brillante que ha iluminado e iluminará siempre los corazones de la gente de bien.

A toda esa gente, mi felicitación más sincera y el deseo de un año, de un mundo mejor que éste.

 

¡¡¡FELIZ Y SANTA NAVIDAD!!!    

sábado, 21 de noviembre de 2020

En el punto de mira


            En el punto de mira, sólo un objetivo; acabar en pleno centro del Corazón de Dios. Mirarle y no desviar la mirada; despejar el pensamiento del diario devenir de la vida.

¡Fuera ataduras de sociedades que mirándose al espejo no se reconocen. Dejar a un lado la distracción de la vacía vanidad del mundo!

Es hora de abandonar superfluas costumbres que sólo conducen al maltrato existencial de quien pareciera no querer vivir un anticipo o tráiler de la vida eterna y futura.

¡Cuántas ocasiones, horas y días perdidos en egos mundanos sin más enseñanza que la propia dejadez de funciones hacia nuestra misma persona y aquellos que nos rodean!

Llegó la hora de cargar el arma de oraciones y súplicas; de peticiones y ruegos; de confianza y actuación sin más miedo al qué dirán.

        Desde la humildad, orgulloso de ser lo que Dios quiera que sea. 

viernes, 23 de octubre de 2020

Ave Fénix

 


Dejar pasar los días y razonar o más bien razonando, dejé pasar los días. Ante noticias que tocan la fibra sensible, caben dos posibilidades:

Lanzarse a galope a escribir lo que se piensa, o por el contrario, macerar la respuesta. He optado por esta última opción.

Escuché, vi y a duras penas asimilé que hace unos días con el pretexto de una manifestación en Santiago de Chile, un grupo de personas, en su mayoría jóvenes, no encontraron mejor forma de protesta a sus reivindicaciones que la quema de dos iglesias.

Imágenes dantescas de un vivo fuego que arrasó torres, enseres y todo aquello por lo que se pudo abrir paso.

Pero más allá de la barbarie de jóvenes vociferantes y llenos de odio disfrazados de razones dentro de su sinrazón, pasado el tiempo, me doy cuenta que no es el hecho del acto en sí lo que provocó mi ira inicial.

Es el hecho más bien de pensar qué de bueno debió inspirar esos actos en estos jóvenes. ¿Se sintieron más realizados? ¿Pueden presumir de algo ante alguien? ¿Realmente jugando con fuego hasta una parte de la juventud se siente atraída por estos fanatismos más propios de otras épocas, lugares o creencias?. No llegué a entenderlo en un principio, pero transcurridos unos días, me llegan respuestas a tantas conjeturas o más bien, alcanzo certezas ilógicas seguramente para esos desalmados que así actuaron.

¿Qué han conseguido con sus actos? Nada. Si acaso la reprobación de personas con un mínimo de sentido común y espero que también el reconocimiento de las leyes que se les pudieran aplicar.

Y en mi caso y aunque pudiera parecer paradójico, puedo decirles lo que han provocado en mí:

Un fortalecimiento de mi fe; no como escudo, sino como esperanza, porque en esas iglesias hoy quemadas, las oraciones perdidas entre sus escombros, las peticiones de esa viejecilla que hablaba con Dios, el cobijo de un pobre, o la simple paz espiritual de quien atravesara sus puertas, también se elevaron al cielo igual que el humo que provocó la inconsciencia del ejecutor de la maldad.

Hoy quedaron restos de humo tan negro como la negrura del corazón de quien fue capaz de hacer algo así. Pero en esos restos, sigue vivo el espíritu de la iglesia que jamás podrán quemar. Porque iglesia, somos todos los que abrazamos una fe que nada ni nadie podrá borrar con ningún fuego.

Y no seré yo quien juzgue lo hecho, dicho o pensado para obrar así; es más, elevo mis oraciones también por ellos simplemente para que algún día despierte de verdad esa conciencia que acabará alcanzándoles por mucho que ahora corran.

Todo se quemó, todo se arrasó, pero de las llamas quedan rescoldos; de las cenizas se alzará un resurgir de almas que como ave fénix volverá a brillar en los corazones de las gentes de bien. 

Alguien dijo una vez: “Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen”…



miércoles, 23 de septiembre de 2020

 



    Una noche más, una madrugada menos; en la capilla donde se detiene el tiempo durante las dos horas de reloj que marcan el tiempo de dos a cuatro.

   Un relevo habitual y un cuerpo tumbado abrazado a Morfeo en uno de los bancos de madera ocupado por un hombre cuyo destino no parece permitirle encontrar el refugio de un colchón que abrigara sus sueños.

   ¿Qué hacer en estos tiempos de mascarillas y miedos de almas y cuerpos?

   ¿Debiera por salud despertar al dormido e invitarle a salir dejando atrás ronquidos y estertores?

   ¿O por el contrario debiera velar su sueño mientras converso con el Santísimo que desde lo alto nos observa?

   En esa tesitura, busco consejo. El Consejo.  No fue larga la espera ni la conversación.

   Le miré, me respondió y comprendí:

 

“Abre ventanas y puerta y que corra el aire”

 

    Así hice y una suave brisa inundó la estancia dejando un ambiente de cierto frescor de recién estrenado otoño y una sensación de calma espiritual por la comprensión hacia el hermano que quizás soñaba y seguro merecía mejores días.

miércoles, 26 de agosto de 2020

Cuatro sillas


        Cuatro sillas ocuparon bajo un hermoso y soleado día una familia que por nombre lo son y por sentimiento más si cabe.

El lugar era propicio; el día, festivo como cualquier domingo de mes; el país, extraña y maravillosamente familiar llamándose Portugal.

Día de misa atípica por la situación mundial. Sin paredes, sin encierros, sin distancias cortas; al aire libre de una iglesia que franqueó sus puertas aprovechando un hermoso sol de verano.

El oficiante, un sacerdote español hablando en un imperfecto portugués que siendo españoles, agradecimos por entenderle.

Muchas personas buscando sombras bajo un árbol y muchos voluntarios que vestidos cual boy scout ayudaban a limpiar manos con geles, colocar sillas donde faltaban o simplemente atendían necesidades de los allí concurridos.

Me pudo quizás la emoción de verme por fin después de tantos meses, al completo con los míos. Mi mujer, mis hijas y yo después de siete meses, por fin podíamos abrazarnos al completo sin una pantalla digital de por medio.

Y teníamos que dar gracias a ese Dios que al aire libre se hacía presente entre las manos de su ministro.

Gracias por estar vivos, por sentirnos vivos, por llegar hasta allí sin las heridas de una guerra contra un enemigo invisible que tanto daño está provocando en la Tierra que habitamos.

Fueron cánticos hermosos, oraciones conocidas que nosotros debíamos subtitular en castellano. Pero no fue impedimento para sentir esa misa como una de las más especiales que sentí jamás.

Comulgamos tres, pero aquella que no podía hacerlo, quizás no sepa que siempre lo hace conmigo aunque no esté.

Vi gente cantar, vi gente rezar, meditar e incluso a un señor mirar al cielo aunque sólo fuera para entre dientes “maldecir” a esa ave que no tuvo mejor momento ni mayor puntería para acertar su hombro.

Pero sobre todo, vi unión. La unión que solo Dios, nuestro Dios, puede conseguir en gentes de distinta habla, condición y lugar en un soleado día en el que cuatro sillas fueron ocupadas por una familia agradecida.