"Quisiera saber llorar como un niño para sentirme mejor hombre"
"Vivo para creer; creo para vivir"

lunes, 20 de abril de 2015

En un rincón




En un rincón, acurrucada, amedrentada, incomprendida y olvidada, casi no se atreve a salir.

Muchos le hicieron daño. Muchos fueron los que se alejaron de ella y ninguno se atrevió a mirar atrás mientras la abandonaban sin piedad.

¿Qué mal causó? Sólo quiso hacer el bien. Sus ojos vidriosos aún esperan una mano amiga. Alguien que llegue a comprender entre tanta incomprensión.

De nada sirvieron sus súplicas. Sus llamadas dejaron de ser escuchadas y  toda su grandeza, toda su bondad, acabaron en el ocaso del olvido.

La dulzura de sus palabras, dejaron de calar hondo en el corazón del hombre.

Un hombre demasiado ocupado en sí mismo. Un hombre perdido en el egoísmo, la egolatría, la política, el dinero.

Un corazón de piedra escudado en sus propios miedos que no quiere dejar pasar nada que se engalane con el vestido de la humildad.

Por eso la abandonó. Mil excusas le bastaron para no fiarse de ella y prefirió dejarla al margen de su existencia.
Pero ella, aún siendo abandonada, siempre encontrará un momento de perdón, de reconciliación, de cobijo en su regazo. Porque su luz, nunca se apaga y su casa siempre permanecerá abierta.

Y hoy, en estos malos tiempos que nos ha tocado vivir, más que nunca, necesito cobijarme en ella. Necesito su calor, su tierno abrazo.

Y sé que esas dos manos que ofrezco, las apretará con fuerza, me mirará a los ojos y una luz de esperanza se reflejará en ellos.

Porque la fe, con todas sus caras, es así. Sólo dos letras que irradian una luz entre tanta oscuridad.

domingo, 5 de abril de 2015

El corredor

Toda su vida estuvo marcada por el esfuerzo, por un afán de superación, por alcanzar metas. Día a día, se entrenó para ello.

 Compartió penurias, alegrías, éxitos y también fracasos. Muchas veces, tuvo que entrenar solo; pero no le importaba, porque en el fondo, sabía que todo gran esfuerzo requiere también el sufrimiento de la soledad.

Poco a poco, fue destacándose de los demás llegando a ser punto de mira de esa mala compañera de viaje llamada envidia.

Muchos fueron los que le envidiaron; otros, le adoraron; los más, ni tan siquiera habían oído hablar de él, e incluso algunos, recelaron, murmuraron y llegaron a odiarle. Pero su dignidad, su bondad, humildad y una infinita dosis de paciencia le llevaron a no cejar en el empeño y siguió entrenando con más y más fuerza para llegado el gran día, cruzar la meta como gran triunfador de la carrera más dura e ilusionante a la que se inscribió.

Los brazos abiertos, abrazando el mundo. Los brazos en alto, en señal de triunfo; la mirada agónica, dulce y compasiva a la vez, de quien llega exhausto a la meta, sintiéndose y siendo el gran vencedor.

No sonaron aplausos, mucho menos ovaciones y nadie se atrevió a colgarle una medalla; ninguna bandera se izó y ningún himno sonó, pero ese corredor ganó y nos hizo ganar la carrera más importante de la historia:



LA VIDA ETERNA