"Quisiera saber llorar como un niño para sentirme mejor hombre"
"Vivo para creer; creo para vivir"

jueves, 19 de septiembre de 2019

De tú a Tú


Cuando se conversa, se alcanzan conclusiones; cuando se buscan explicaciones o consejos, tarde o temprano se acaban encontrando.
Tenía que suceder donde siempre; en ese garaje reformado donde Dios está presente con forma de redondeado pan. Él y yo sin más testigos que el silencio de la noche.
Sin premeditación; con el convencimiento de que sería una noche sin más trascendencia espiritual que la que cabe en dos horas de vigilia, acudí allí como siempre.
Pero claro, no contaba con el factor sorpresa de Quien realmente elige el momento de tocar la fibra sensible de aquel que últimamente más que en fibra se protegía en un caparazón de duro material.
Sin preguntar, comencé a preguntarme:
¿Por qué debo renunciar a mi modus operandi a la hora de practicar mi fe?
¿Por qué debo alejarme más que huir de lo que me provoca inquietud espiritual?
¿Por qué, si esto fuera una película, dejar que ganen los “malos”?
Si tengo la habilidad de poder abstraerme a voluntad de insanos pensamientos, escabullirme de personas con carga negativa hacia mí y enfocar sólo lo que realmente me importa en un momento, ¿por qué debo alejarme de la casa en la que mi alma ha reposado y disfrutado como en ninguna otra?
¿Por qué debo fustigarme buscando nuevamente lo que ya tenía, por culpa de ajenos?
¿Por qué dejar de ser un “revolucionario” contrario a la quietud de una rutina?
¿Por qué no continuar luchando contra corriente entre tanta iniquidad?
¿Por qué? ¿Por qué? ¿Por qué…?
Demasiadas preguntas para las que ya tengo respuesta.
Es la hora del regreso al futuro. Es la hora de volver a cruzar la gran puerta de siempre, pero a sabiendas de que quien la cruza es otro espiritualmente diferente al yo de hace algún tiempo. Ni mejor, ni peor; sólo diferente.
Un tipo más experimentado al que su fe y el Espíritu Santo le siguen protegiendo de elementos contrarios a lo que busca.
Un tipo que mirará al frente y verá oficiantes donde antes quizás veía o quería ver sobre todo, buenos samaritanos.
Un tipo que seguirá correspondiendo al saludo, la sonrisa sincera y la paz del amigo del mismo banco que siempre me busca la mirada.
Un tipo que escuchará la Palabra, sin importarle quien la pronuncie porque pensará, sabrá o estará obligado a pensar que es el mismísimo Señor el que allí nos habla.
Quizás ese tipo a ojos vista de quien realmente no le conozca, haya dejado en cierto modo de ser el de antaño, pero que nadie se equivoque, porque por dentro sigue jugando como un niño a ser mayor, solo que esta vez, sabe perfectamente con quien jugar y con quien, no.
Podría pensarse que no es una postura demasiado cristiana o acorde con lo que se promulga; pero por otro lado, no jugaré más en la ruleta de la hipocresía con tintes de una presunta santidad. Eso se acabó.
Es el momento de mirar a lo más cercano, a lo mío, a los míos entendiendo por ello a las personas que con sus actos me demostraron y me siguen demostrando que están ahí independientemente de dónde y cómo se encuentren o me encuentre yo.
El resto, sin ser malo, será secundario.
Con seguridad los miércoles dejarán de ser especiales como eran. Me cerraré definitivamente la puerta de una reunión con visos de decaimiento para quizás retomar y volver a abrir cualquier día aquella otra en la que siempre fueron escuchadas mis plegarias y un rosario a ras de suelo.
La costumbre de una misa de once los domingos se convertirá en otra distinta quizás un sábado por la tarde en cualquier templo. No me importa, porque por encima de todo, debo respetar y apoyar los pensamientos de mi compañera de siempre con la que comulgo plenamente en éste como en tantos asuntos y a la que no le faltará la compañía y el apoyo que no supieron o quisieron darle.
Como una santa dijo una vez, nada debe turbarnos, ni espantarnos; quien a Dios tiene, nada le faltará.
Sólo Dios basta
Pues con ese pensamiento, con esa certeza, retomo un camino sacudiendo el polvo de mis zapatos y mirando al cielo.