"Quisiera saber llorar como un niño para sentirme mejor hombre"
"Vivo para creer; creo para vivir"

martes, 21 de agosto de 2018

Setenta veces siete


Desconozco el motivo; de hecho, estos últimos años el veintiuno de agosto no dejaba de ser un día más en el calendario de un mes de verano como otro cualquiera.

Sin embargo, hace ya algún tiempo que concateno imágenes con recuerdos, sensaciones con medias sonrisas y agradecimientos hacia las más altas cumbres de un cielo que de vez en cuando me acompaña en esta tierra.

Un viejecito de blanco pelo viene a mi memoria con la intensidad que siendo cierta, nunca hasta ahora se dejó tanto notar. Un viejecito al que quizás debo una llave; una llave que sin proponérselo, desde hace hoy siete años, me abrió una puerta a lo desconocido en una vida en la que siempre miré hacia otro lado.

Un veintiuno de agosto de 2011, ese viejecito de nombre Joseph pero conocido como Benedicto XVI, me acompañó junto a más de millón y medio de cristianos venidos de todo el mundo en un acto que siendo una Santa Misa, se convirtió en mi verdadero bautismo en la fe; en mi verdadera conversión.

Muchos hechos sucedieron desde entonces; buenas y malas; mejores y peores como cualquier devenir en la vida de cualquiera. Pero con una diferencia esencial; la de afrontar lo bueno y lo malo con los ojos de la fe, con la mente del creyente convencido de que un Dios, mi Dios, el Dios de todos, está conmigo, quiso encontrarme y me halló.

Mil y una cosas podría relatar de estos años, pero no es éste el momento ni el lugar para hacerlo.

Sí diré que a ese viejecito de pelo blanco, a ese Papa Emérito que supo retirarse a un lugar apartado para rezar por el mundo, a ese Papa, mi Papa, dedico hoy letras, recuerdos, pensamientos y plegarias.

A mi familia, a los míos, a aquellos que saben aguantarme entre cuatro paredes y que son pilar fundamental en esta fe que quiero cimentar con la firmeza de quien no quiere jamás perderla.

Y hoy, especialmente también, quisiera dedicar estas letras a una persona que de una manera compleja y extraña el Señor ha puesto en mi camino como instrumento para llevar mi plegaria en acción de gracias a un lugar que a más de tres mil kilómetros de aquí, fue el marco de una soledad de un hombre que siendo Dios, sufrió lo que nadie para glorificarnos a todos.

A esa mujer, a esa amiga que derramó lágrimas en un huerto de olivos empapándose de ese mismo Señor y Amigo que a mí me abrazó aquel veintiuno de agosto, mi agradecimiento como amigo y ahora más que nunca espero que como hermano en la fe, siempre por ser y estar.

¿Brindaría por estos siete años? No

Lo haría por otros setenta veces siete.