"Quisiera saber llorar como un niño para sentirme mejor hombre"
"Vivo para creer; creo para vivir"

viernes, 19 de junio de 2020

A Sus pies




Tres meses después, cuando los relojes hablan de madrugadas, me postro a Sus pies, rodeado de silencio. Echo la vista atrás y además de unos alineados bancos de madera, me acompañan miles de almas que habiendo abandonado este mundo, quise traer conmigo en el pensamiento.
Traje conmigo también muchas noches con sus solitarios días de calles vacías de gentes con miedos a lo invisible que acechaba más allá de la puerta de sus casas.
Mil gracias, pensé, por protegerme y hacerlo también con los míos y aquellos otros que sin serlo, también siento como tales.
Dejé a Sus pies también miedos, agobios, iras, preocupaciones y conseguí vaciarme de malos recuerdos y peores vivencias.
Sólo me quedó un pensamiento:

“Qué bien se está aquí”

Cuando los minutos parecieron un puñado de pocos segundos y las prisas por marchar se quedaron en olvido, descubro que no hay mejor lugar o momento que un “ahora” a Su lado.
No necesito hablar para conversar. Una mirada, una plegaria, una intención, bastaron para regresar a un tiempo que nunca debió quedar atrás.
Quiera ese Dios ante el que me postro, que el mundo regrese al camino que nunca debió abandonar a su suerte.

jueves, 4 de junio de 2020

Rebobinando


         
 Las puertas de hierro abrieron. El templo comenzó a respirar acogiendo a quienes tuvieron que aguardar encierros de obligatorio cumplimiento.
          Más de sesenta días después y con miles de almas que dejaron de vivir en esta tierra, el pasado regresó buscando futuros.
          No cambió lo que los ojos ven; las columnas continúan como siempre apuntalando cielos y plegarias; las imágenes siguen fijamente la mirada de quien las quiera ver y hasta el altar y las velas alumbran al son que los mortales queramos tocar, ver o escuchar.
          Pero las personas, quizás no todas, quizás solo aquella que siempre me acompaña y nunca conoceré aunque tenga mi mismo nombre, fisonomía y años, sí puede que haya cambiado; quizás haya cambiado máscara por mascarilla; buenos deseos, por deseos sin más; oraciones buscando hermanos por verdaderos hermanos encontrados en la oración; misas de siete por siete en misa.
          Quién sabe sino Él en qué hemos cambiado en estos días. Me acerqué a preguntar, a preguntarme; me acerqué a reencontrarme con altos techos, con bancos vacíos, con luces tenues y cantos de quien nunca deja de cantar.
          Y también quise, pude y me atreví a pedir perdones a sabiendas de que quien aguardaba el encuentro era alguien más allá de una cara conocida que ya también exculpó mis errores la última vez que mi conciencia me empujó a hacerlo.
          No debiera elegir, pero lo hago y quiero pensar que no fue casualidad reencontrarme con el mismo sacerdote con el que compartí secretos confesables, lágrimas y cierta charla con olor a despedida en aquella última confesión antes de la debacle que nos ha envuelto y aún nos sigue persiguiendo.
          Lo demás siendo esperado, me sorprendió. No di paces ni miradas; ni tan siquiera conté o canté. Me vi caminando por el mismo pasillo de otros tiempos en cuyo término, no me fijé en quien me ofrecía el pan, sino que sólo acerté a ver ese pan que tanto hacía no llenaba mi alma. Descubrí en ese momento lo que la tela cubría y me llené de paz cuando el Señor rozó la boca que tantas veces me contuve de abrir o me obligaron a tener cerrada.
          Regresé a mi asiento; hinqué rodillas y escondí la cara entre las manos; necesitaba aislarme conmigo, con Él y en Él.
          Lo que pensé, sentí, agradecí o deseé, permanece guardado en el rincón de los grandes momentos reservados a mí mismo.
          No sé si en un futuro cercano el lugar será el mismo; si las circunstancias serán iguales, las caras serán conocidas o mis intenciones irán más allá de lo que simplemente pido, pero siempre me quedará el regusto de rebobinar hacia algún tiempo que siendo pasado, siempre fue de lo mejor.