"Quisiera saber llorar como un niño para sentirme mejor hombre"
"Vivo para creer; creo para vivir"

miércoles, 29 de mayo de 2019

El silencio de los corderos



Un rebaño, unos pastores, mil silencios. Así en tres palabras con su correspondiente artículo se podría resumir un sentimiento que va calando hondo y que va dejando posos insanos de lo que pensaba sería y mucho me temo que nunca llegará a ser.

La Iglesia es madre; sus Ministros, padres. ¿Cómo entonces no siento el abrazo, la preocupación, el refugio, el consuelo y la alegría de sentirme protegido y cuidado por mis padres espirituales?
Es una percepción muy personal, pero que perfectamente creo compatible con mi entorno más cercano; familia, amigos, gente joven, gente que ya no lo es tanto… Gente en definitiva a los que escucho y con los que comparto o no pensamientos, ideas u opiniones.
Hablar a la cara y a las claras, en un confesionario, en la terraza de un bar, en la calle o entre cuatro paredes de alturas catedralicias o de habitación de reunión monda y lironda, me ha llevado, no sin meditación y maceración de años, a percatarme de algo que ciertamente me confunde, preocupa y en cierto modo, asusta.
Soy un privilegiado y siempre que mis neuronas me lo permitan, no me cansaré de decirlo. A nivel personal, familiar o de mi entorno más habitual, sería de miserable quejarme.
Añadamos a esto que mi fe en Dios, mientras Dios quiera, creo que es y espero que sea siempre, inquebrantable.
Pero mi fe en el hombre en general y en los hombres de Dios y su entorno en particular, desgraciadamente, viene padeciendo de temblores que a modo de réplicas, pudieran parecerse a terremotos aunque éstos afortunadamente aún no hayan hecho acto de presencia.
No voy a generalizar, pero sí que cuando la probabilidad se acerca al cien por cien de los protagonistas de negras vestimentas que conozco y me conocen, debería de considerar una pandemia que en mi entorno parroquial se extiende más allá de sus muros.
Ya no me valen las excusas habituales ni vendas en ojos propios y ajenos con consabidos “estarán muy ocupados” “pobrecitos” “no dan abasto” “menudo papelón tienen”.
Y digo esto porque aunque sea cierto, que no lo discuto, tampoco creo que sea menos cierto el hecho de que la vocación de un pastor hacia las ovejas de su rebaño, entiendo que debería llevarle a una cercanía personal que no se percibe. Pero cercanía de la de verdad; cercanía en lo bueno de la vida y mayor cercanía aún en los momentos ingratos que a todos nos toca vivir.
Uno puede trabajar y codearse asépticamente con sus compañeros, jefes, o conocidos o por el contrario, puede hacer llevadero ese trabajo con dosis de humanidad; pero de la humanidad que se preocupa sinceramente del prójimo como bien común y propio.
Cubrir expedientes, está bien; dar imagen de simpatía, profundidad o cánticos gloriosos de buena voz, genial.
Pero sentir un feligrés, una oveja descarriada o no, un simple parroquiano, el latido revestido de cierta comprensiva amistad en su pastor, debe ser otro nivel.
Y ese nivel se me hace muy lejano por no decir desaparecido, o inesperado.
El propio Papa Francisco en la homilía de la última Misa Crismal, instaba a los sacerdotes a ser cercanos a la gente como evangelizadores que son.
Como cristiano que soy, católico practicante que me considero y observador por naturaleza que como gracia o cruz la vida y Dios me dieron, debía reflexionar sobre todo esto.
Seguramente, no sería entendido por aquellos mismos que habitualmente comparten su mismo PAN conmigo. Y si lo hago, precisamente es porque me duele allá en lo hondo, en lo escondido, que voces implorantes pidiendo consejo espiritual, consejo de hermano en la fe, o simple consejo de prójimo respetado y querido, se encuentren con el vacío de la pasividad o indolencia de aquel de quien esperan una mirada acompañada de palabras cargadas de apoyo, consejo o simple compañía sincera.
Y lo digo con conocimiento de causa por familiares de piel con piel, de rabiosa juventud que siendo fieles comienzan a no entender actitudes. Lo digo además por quien buscando un consejero espiritual acabó hallando una quimera o simple humo; y lo digo también por amigos en dificultades que esperando, se cansaron de esperar.
Se me podrá reprochar por quien no me conozca realmente, que no debería hablar con duras palabras hacia quien me trata bien o muy bien según se mire o quien lo mire. Pero si lo hago, precisamente es por aprecio hacia esas personas. Si lo hago también quizás sea por aquello de la corrección fraterna que como cristianos y hermanos deberíamos poner más en práctica todos. Y cuando digo todos, es todos.
Desde el más culto entre los cultos, al más humilde o ignorante entre los mismos.
No puedo consentir escuchar de jóvenes “me están obligando a buscar otra parroquia donde vivir la fe”.
No puedo consentir vivir una fe anquilosada en un simple transcurrir de días de Misa y mantel.
Soy un rebelde sin causa aparente, pero un rebelde inconformista que quiere luchar para que el silencio de los pastores, no acompañe al silencio de los corderos.