"Quisiera saber llorar como un niño para sentirme mejor hombre"
"Vivo para creer; creo para vivir"

sábado, 22 de octubre de 2022

Una flecha amarilla

           

   


        Las prisas nunca son buenas; el afán por alcanzar en tiempo y forma las metas, en ocasiones, tampoco. Lástima que como en otras muchas ocasiones nos demos cuenta algo tarde.

Recordando los pasos andados, los lugares transitados y el sentido dado a una experiencia ya de por sí atrayente como es la de realizar el camino de Santiago, me doy cuenta de los errores o digamos novatadas de inexperto.

En nuestra defensa diré que éramos totalmente primerizos en algo así. No ya como senderistas, que también, sino como almas que no aprovecharon en su plenitud lo que Dios creó para nosotros .

Pienso que transitamos por un camino paralelo, pero diferente al que deberíamos haber hecho.

Echando la vista atrás, me doy cuenta que fue un error involuntario pero mayúsculo transitar por esos caminos, calles, montes y paisajes con las prisas de quien quiere a toda costa llegar a la meta con el tiempo suficiente para alcanzar una buena mesa y mantel en la que reponer fuerzas para el día siguiente.

Y es ahora cuando la rutina nuevamente nos envuelve en la gran ciudad, cuando esos tres que recorrieron una pequeña parte de Galicia, abren los ojos a ese otro camino que pudo ser y no fue.

No nos arrepentimos por ello, porque de los errores se aprende en ocasiones mucho más que de los aciertos y sólo tenemos que dar gracias a Dios porque para empezar y no está nada mal, conseguimos finalizar la peregrinación sin mayor novedad que alguna rodilla maltrecha y unas ampollas traicioneras.

Pero ahora y con la vista puesta en otro mañana, percibo que fueron muchas las cosas que perdimos en ese camino.

Perdimos el sonido de nuestras propias pisadas; el agua del riachuelo que bajo nuestros pies nos gritaba “haz un alto y descansa en mí tus pies”; la escucha de nuestra propia respiración jadeante en empinadas cuestas; perdimos la soledad necesaria también en algún momento de reflexión individual aunque fuéramos más allá de uno; perdimos amaneceres entre los árboles con la necesaria contemplación del milagro de un nuevo día; la mirada del animal que tranquilo pace en verdes valles; el trinar del ave que sin verla acompaña campos y vientos; unas nubes en el cielo con su azul más cielo que nunca; el cobijo de un árbol; el semblante del peregrino que irradia felicidad o de aquel otro que por el contrario despide sufrimiento. Perdimos quizás alguna charla de taberna en aldeas y un cantero de pan con un poco de queso y quizás un chorizo o jamón que degustar a la sombra de cualquier árbol y vino de la tierra. Perdimos en definitiva todo aquello que las prisas del hombre moderno nos roba.

 

¿Arrepentimiento? Nunca

¿Aprendizaje? Siempre

 

Perdimos muchas cosas, sí; pero también encontramos muchas otras. Encontramos el espíritu de superación; nos dimos cuenta que aún en circunstancias adversas, somos capaces de superarnos a nosotros mismos.

Reconocimos la necesidad de un abrazo; el poder de una sonrisa; la esencia de unos ojos sin maldad en un perro; el poder del silencio en un templo perdido o aquel otro que siendo pariente de la cercana Catedral nos envolvió con el recogimiento imposible de encontrar en aquella que alberga multitudes; el dulce canto de unas monjitas tras unas rejas o de un grupo de peregrinos portugueses cantando su fe.

Degustamos la amabilidad de las gentes y el compartir sueños o ronquidos a partes iguales con personas que muy probablemente nunca volveremos a ver; superamos etapas a golpe de mojones kilométricos y desayunos bajo un sol reconfortante; subidas infames y bajadas criminales y aunque alguna bajada era hasta denunciable, sin rencor.

Una llegada a Santiago de Compostela a son de Louis Armstrong y la sonrisa de unos peregrinos extranjeros tan felices con su música y su fe.

Y el perdón en mayúsculas que el Señor quiso regalarnos a un señor mayor y a mí que tuvimos un encontronazo dialéctico sin razón por ambas partes. Pero ya es “casualidad” que al día siguiente en un lugar muy diferente y a varios kilómetros de la ira del día anterior, zanjáramos con una mirada sincera, un abrazo y unas palabras que grabé en lo profundo:

 

¿Sin rencor, verdad? Buen camino

 

Hoy, nos quedan los recuerdos y una hucha que sin ser la más hermosa, espero, deseo y rezo por ello, pueda llenarse de buenas intenciones para volver a caminar con paso firme, oído dispuesto y el alma de par en par siguiendo siempre una flecha amarilla para encontrar la meta final del encuentro con nosotros mismos.


P.D. Al Señor, a una hermosísima Virgen peregrina, a mi gente y a todos aquellos que de una u otra forma hicieron de este camino un recuerdo imborrable, G R A C I A S y B U E N  C A M I N O.