"Quisiera saber llorar como un niño para sentirme mejor hombre"
"Vivo para creer; creo para vivir"

sábado, 21 de marzo de 2020

Qué difícil




Qué difícil se me hace asistir a misa sin iglesia;
Qué difícil se me hace dar la paz sin estrechar manos;
Qué difícil se me hace buscar al hermano y no verlo;
Qué difícil se me hace recibir a Dios sin pan;
Qué difícil se me hace volver a casa sin salir de ella;
Qué difícil tantas y tantas cosas…

¡Cuánta dificultad y cuanto bien sin merecerlo!

Pensarán que estoy loco, pero así lo siento. Estamos viviendo días de encierro involuntario; días de miedo en las miradas; días de sospechas infundadas o de certezas confirmadas. Todo eso y mucho más pondríamos en la balanza de lo que no queríamos que sucediera y sucedió.

Son siete días de confinamiento los que llevamos, pero muchos años sin mirar a Dios; sin contemplar su obra; sin cuidar nuestro mundo ni preparando el que deberíamos dejar a los que vienen detrás; pateando la naturaleza con la vista puesta sólo en el vil dinero y la vil codicia; maltratando al prójimo como a ti mismo; perdonando sin perdonar; mirando sin escuchar y escuchando sin mirar; orando sin devoción y siendo devotos de nuestros orgullos y apariencias; golpeándonos el pecho y sólo sentir su dolor cuando un maldito virus lo ataca; siendo infieles incluso a nosotros mismos de pensamiento, palabras y omisiones; pidiendo paz y haciendo guerras; en definitiva, siendo Adán con su Eva y un paraíso que dejamos escapar nuevamente innumerables generaciones después.

¿Y quién viene al rescate? El Mismo de Siempre.

Un Señor que a pesar de los pesares, nos sigue diciendo “Te quiero”; que nos quiere como somos y nos perdona incluso lo imperdonable. Ni clavos en las manos y en los pies hicieron mella en Su amor hacia nosotros. Y hoy, ahora, estos días, seguimos usando martillos y coronas de espinas para matar el mundo que nos dio, la vida que nos regaló y el don preciado del Amor por el Amor.

Estamos viendo multitud de escenas de sufrimiento; de agotamientos físicos y mentales; de enfados por ese material que no llegó o ese o aquel político que no debió llegar. De reproches sin mirar atrás pensando en lo que se dijo y ahora pretendemos que se olvide. De ataúdes esperando; de despedidas sin serlo y de familias rotas en un aislamiento forzoso sin besos de despedida a ese ser que marchó en soledad.

Pero yo quiero ver la otra cara de la moneda y sentir o buscar el bien que en el mal se encuentra. Y lo estoy viendo, lo estoy sintiendo y aunque me tachen de loco, lo estoy agradeciendo.

Porque en este encierro me siento acompañado; de los míos, de los que a kilómetros de mí están tan lejos como a mi lado; de los hermanos que sin sangre de por medio, me demuestran serlo; de la mirada de un viejecillo y su barra de pan bajo el brazo buscando el refugio del hogar; del barrendero que me suplica un “buenos días” y me encuentra; de metro y medio de solidaridad en una cola buscando el alimento; de aplausos en terrazas, himnos sin esconderse y esfuerzos de sonrisas cansadas. Y sobre todo, me siento acompañado por la mejor compañía que uno pudiera tener:

D I O S  
  
Sí, ese mismo Dios, Jesús, Cristo, Señor o como le queramos llamar; Ese mismo al que se culpará de males y plagas y al que ni en éstas muchos verán Sus Obras.
Ese Dios que me llama a misa sin toque de campanas y teniendo como banco la comodidad de un sofá; Aquel que me tiende la mano para dejar en ella un rosario de plástico perdido entre tanto guante de latex color azul; el que me hace pensar, valorar, añorar lo que durante mucho tiempo di por hecho o habitual; el que me une al vecino de enfrente, arriba o abajo; el que me incita a beber en la fuente de la solidaridad entre las gentes más que en la blanca espuma de la rubia cerveza; el que abre sus brazos para abrazarme sin miedo a mis contagios; el que me grita “Confía” y a la vez me recluye en la oración; el que provoca que mis ojos se nublen de esperanza y mi corazón de ritmos bondadosos; el que me hace pensar siempre que somos un número y Uno más… En definitiva, el que un día dio la vida por todos y que aún hoy la sigue dando en un mundo que necesita romperse para volver a encajar.
Hoy mis letras, mis pensamientos, mis oraciones apuntarán a esa hermosa madre Tierra que me cobija y sé ciertamente que está en los brazos del Único que la puede sanar, cuidar y acompañar.
¡Qué difícil imaginar que todo esto no tenga un sentido que nos lleve a todos por fin a retomar un camino que nunca debimos abandonar!