"Quisiera saber llorar como un niño para sentirme mejor hombre"
"Vivo para creer; creo para vivir"

lunes, 9 de diciembre de 2019

A dos velas




A dos velas de una nueva Navidad; a dos velas que aguardan expectantes a ser encendidas para completar las cuatro de un Adviento. Sólo dos para engalanar mentes, cuerpos y espero que almas.
Se pasa el tiempo más deprisa de lo que pensamos; dos meses casi sin asomarme a este rincón para volcar pensamientos, palabras y alguna que otra omisión en ciernes. Dos meses de silencio, dos meses en cierto modo, de desierto.
De silencios y desiertos, también se aprende; se aprende a conjugar pasados con futuros imperfectos; a recordar aquello que pareciera ser y no fue; a balancear lo positivo y lo que no es tanto. ¿Y qué quedó entre las manos? Posos.
Posos de incomprensión, de tristeza disfrazada de sonrisa, de miradas sin mirarse, de almas centradas en limbos lejanos sin reconfortar cercanos. Esos posos van quedando de un discernimiento que no acaba de abrir sus puertas ni soltar fumatas blancas.
Si esas puertas no se abren, siempre permaneceremos en un lado que no por conocido será el mejor. Discernir no debiera ser conjeturar, porque ello podría llevarnos a una mala conclusión.
El arranque momentáneo, la ira disparada a ráfaga, el razonamiento sin razonar, no ayudan a discernir aunque la lógica sea aplastante. Pero enfrentemos la lógica a lo que no vemos, respiremos hondo y hablemos con Quien realmente debemos hablar.
Quizás el resultado sea similar a lo acordado con uno mismo, pero la diferencia estribará en el Notario que levante acta.
Así que a falta de dos velas, dejaré a Sus pies interrogantes esperando respuestas, aunque la firma acabe rubricándola yo.
Mientras tanto, dejemos en pausa esa película de ratones persiguiendo gatos en un mundo al revés que ni busco, ni quiero, ni comparto.
A dos velas de Navidad, a dos velas…


jueves, 19 de septiembre de 2019

De tú a Tú


Cuando se conversa, se alcanzan conclusiones; cuando se buscan explicaciones o consejos, tarde o temprano se acaban encontrando.
Tenía que suceder donde siempre; en ese garaje reformado donde Dios está presente con forma de redondeado pan. Él y yo sin más testigos que el silencio de la noche.
Sin premeditación; con el convencimiento de que sería una noche sin más trascendencia espiritual que la que cabe en dos horas de vigilia, acudí allí como siempre.
Pero claro, no contaba con el factor sorpresa de Quien realmente elige el momento de tocar la fibra sensible de aquel que últimamente más que en fibra se protegía en un caparazón de duro material.
Sin preguntar, comencé a preguntarme:
¿Por qué debo renunciar a mi modus operandi a la hora de practicar mi fe?
¿Por qué debo alejarme más que huir de lo que me provoca inquietud espiritual?
¿Por qué, si esto fuera una película, dejar que ganen los “malos”?
Si tengo la habilidad de poder abstraerme a voluntad de insanos pensamientos, escabullirme de personas con carga negativa hacia mí y enfocar sólo lo que realmente me importa en un momento, ¿por qué debo alejarme de la casa en la que mi alma ha reposado y disfrutado como en ninguna otra?
¿Por qué debo fustigarme buscando nuevamente lo que ya tenía, por culpa de ajenos?
¿Por qué dejar de ser un “revolucionario” contrario a la quietud de una rutina?
¿Por qué no continuar luchando contra corriente entre tanta iniquidad?
¿Por qué? ¿Por qué? ¿Por qué…?
Demasiadas preguntas para las que ya tengo respuesta.
Es la hora del regreso al futuro. Es la hora de volver a cruzar la gran puerta de siempre, pero a sabiendas de que quien la cruza es otro espiritualmente diferente al yo de hace algún tiempo. Ni mejor, ni peor; sólo diferente.
Un tipo más experimentado al que su fe y el Espíritu Santo le siguen protegiendo de elementos contrarios a lo que busca.
Un tipo que mirará al frente y verá oficiantes donde antes quizás veía o quería ver sobre todo, buenos samaritanos.
Un tipo que seguirá correspondiendo al saludo, la sonrisa sincera y la paz del amigo del mismo banco que siempre me busca la mirada.
Un tipo que escuchará la Palabra, sin importarle quien la pronuncie porque pensará, sabrá o estará obligado a pensar que es el mismísimo Señor el que allí nos habla.
Quizás ese tipo a ojos vista de quien realmente no le conozca, haya dejado en cierto modo de ser el de antaño, pero que nadie se equivoque, porque por dentro sigue jugando como un niño a ser mayor, solo que esta vez, sabe perfectamente con quien jugar y con quien, no.
Podría pensarse que no es una postura demasiado cristiana o acorde con lo que se promulga; pero por otro lado, no jugaré más en la ruleta de la hipocresía con tintes de una presunta santidad. Eso se acabó.
Es el momento de mirar a lo más cercano, a lo mío, a los míos entendiendo por ello a las personas que con sus actos me demostraron y me siguen demostrando que están ahí independientemente de dónde y cómo se encuentren o me encuentre yo.
El resto, sin ser malo, será secundario.
Con seguridad los miércoles dejarán de ser especiales como eran. Me cerraré definitivamente la puerta de una reunión con visos de decaimiento para quizás retomar y volver a abrir cualquier día aquella otra en la que siempre fueron escuchadas mis plegarias y un rosario a ras de suelo.
La costumbre de una misa de once los domingos se convertirá en otra distinta quizás un sábado por la tarde en cualquier templo. No me importa, porque por encima de todo, debo respetar y apoyar los pensamientos de mi compañera de siempre con la que comulgo plenamente en éste como en tantos asuntos y a la que no le faltará la compañía y el apoyo que no supieron o quisieron darle.
Como una santa dijo una vez, nada debe turbarnos, ni espantarnos; quien a Dios tiene, nada le faltará.
Sólo Dios basta
Pues con ese pensamiento, con esa certeza, retomo un camino sacudiendo el polvo de mis zapatos y mirando al cielo.

miércoles, 21 de agosto de 2019

Pray Station



No es la última versión; ni tan siquiera sirve para entretener con ocio lo que de aburrido en ocasiones nos regala la vida.
Suena casi igual que ese artefacto que costando cientos nos sumerge en mundos irreales de héroes, batallas, o extremos virtuales.
Esta otra es todo lo contrario; es cerrar ojos para abrir almas. Pensar para sentir y llegar a sentir aún sin pensar. Orar no es un juego para el cristiano; más bien, diría que se asemeja a necesidad. Quien no ora, no mama de la espiritualidad necesaria de quien busca respuestas más allá de la lógica humana en la que nos perdemos todos.
Hermanarse mediante la oración; pedir cura de enfermo, rogar bienes de conciencia a quien la tiene hecha jirones; buscar imposibles donde imposible nos dicen que llegaremos.
Poco entendible para quien ni tan siquiera se moleste en intentar entender. Poco efectivo para quien teniendo intención de hacerlo, lo haga en la vergüenza de quien tema ser descubierto.
La oración es comunión, entendida ésta como la unión de gentes y propósitos para alcanzar un fin. Un fin que va hasta más allá del más allá.
Muchos testimonian su cercanía estando a muchos kilómetros de quien reza por ellos; muchos más son los huérfanos de ayuda que quisieron serlo por cerrazón de sus mentes o por buscar en sitios de vacío contenido.
No les culpo; todo lo contrario. Optaron por lo fácil, por la costumbre anticostumbrista de los que no presignan ideales aunque por dentro busquen lo inalcanzable teniéndolo ahí mismo.
No necesito mandos, ni wifi, ni bluetooth, ni pantalla para jugar al juego de buscar sentido a mi existencia; sólo necesito mi pray station para saber a conciencia cierta que mi partida tendrá siempre un ganador con el más Grande entre los premios.

martes, 6 de agosto de 2019

El hatillo

     


     Poco a poco como cualquier martes se acerca la hora de un mismo encuentro pero con sabores distintos día a día, hora a hora.
     Preparar, no hay que preparar demasiado; un libro por aquí, un rosario por allá, quizás una libreta en la que anotar recuerdos de una sensación, de un silencio, de un cerrar de ojos…
     Sólo cuando me encuentro ante Él puedo asegurar lo que veo, lo que escucho, lo que siento; no cabe aquí la imaginación de lo que será y quizás no sea.
     Hoy es un día especial; uno de esos días en los que encaminaré pasos por la misma calle desierta de siempre llevando a mi espalda un hatillo más que mi mochila de siempre.
     Un hatillo en el que llevar cuatro cosas y mucho alimento de ese que no se ve, que no se paladea pero que sí se degusta en oración, en charla con Quien tampoco se ve, ni se toca, ni se oye.
     Llevaré muchos nombres en ese hatillo y los extenderé en un mantel de pensamientos, plegarias y cuadritos de fe.
     Es la hora de la oración profunda, de la larga conversación, de pedir, de ofrecer, de esperar…
    Son muchos los que hoy van conmigo aunque esté solo.
    Niños de hospital y batas blancas que luchan por permanecer y hacer de este mundo un lugar mejor sólo con su sonrisa junto a sus padres y todos aquellos que sufren en una espera día a día, noche a noche pidiendo a ese otro Niño o a una señora de nombre Esperanza no les suelte de su mano.
    Me acompañará también mi amigo al que como el mejor de los soldados Dios sigue enviando a las batallas más difíciles.
    Irá conmigo también la mujer de sonrisa en los ojos que espera un resultado que siga dibujándole la cara de alegría.
   También la hija que en la distancia siento más cerca que nunca y aquellas mujeres que en casa hacen de mi existencia algo por lo que seguir luchando.
   Conmigo irán gentes que sufren en discusiones que sólo conducen a precipicios sin vuelta.
   Irán también los amigos que son y están e incluso aquellos otros que el tiempo olvidó y el destino se encargó de esconder quizás para siempre.
   Nombres desconocidos que asaltan mis retinas desde peticiones mil en grupos de redes cada vez más grandes y menos sociales y a los que contestaré sin letras, pero con el mayor de los silencios que quepan en una oración.

            ¡Cuánta gente me va a acompañar esta noche! Y sin embargo…

    … pediré a Dios soledades que signifiquen que las cruces que hoy son muchas, las hizo livianas Aquel que quiso, supo y glorificó un sufrimiento.


* Dedicado hoy en especial a los enfermos que no llegan a tres palmos, a esos otros que hace mucho los superaron y a las familias de todos los que con la fuerza del amor luchan codo a codo con ellos.


lunes, 15 de julio de 2019

Un vaso nuevo

Ciertamente echaba de menos alguna que otra de esas “Diosidades” que no hace mucho me dejaban perplejo con sus señales inequívocas.

Acudir a un banco de iglesia diferente, de estrecha madera, endeble sujeción y reclinatorio no apto para pieles delicadas, no es problema alguno cuando lo que se busca es lo perdido.

Degustar no sólo el Pan con mayúscula sino también la Palabra escuchada, es manjar al alcance de quien no perdió el hambre, pero sí las ganas.

Acudir con tiempo, una costumbre; meditar en silencio, una obligación.

A mi derecha, me acompaña una gruesa encuadernación de mil cantos de iglesia. Me llama la atención y decido abrir por cualquier página.

¿Conoceré su composición? ¿Sonará en mi mente música amiga?

Pues no; pero sus letras me confunden primero, me golpean después y me dibujan media mueca de sonrisa.

Dan en el clavo; letras que hablan de renovación, de un alfarero, de un vaso nuevo.

Justamente lo que necesito; renovarme por dentro para poder brillar por fuera; modelar y recomponer la arcilla de mi alma adormecida. Todo eso necesito y más.

Quedarme con la copla de sus letras fue fácil a ojos vista de un click de cámara. Tiempo habría de buscar sus músicas.

Comienza la liturgia y se escuchan esas otras Letras escritas en papel sagrado. Un evangelio que nos habla de un herido, un sacerdote, un levita y un buen samaritano. Una homilía certera; una explicación perfecta y esta vez la “bofetada” cariñosa la recibo con toda su crudeza y esplendor.

¿Actuaron mal ese sacerdote y ese levita al pasar de largo del herido en tierra?

No; actuaron conforme a la ley de entonces para no quedar impuros con su sangre y heridas.

Con esa explicación mi mente regresó de aquel entonces de hace más de dos mil años, al mundo actual. A mi mundo de hoy.

No hay heridos en tierra ni sangre vertida; pero sí que existen personas heridas en su orgullo, heridas en su alma, golpeadas en su fe en quien más debían buscar consuelo y no hallaron.

Los sacerdotes de entonces, siguen cumpliendo la ley hoy y aquí. Asépticos en su modo de actuar, se limitan a cubrir expedientes sin más comas ni puntos y seguidos que añadir al trabajo encomendado.

No ir más allá como hace muy poco recomendaba el propio Papa, hace de su labor un vaso viejo de caras jóvenes que conocen leyes pero no conocen personas heridas que buscando sanadores de almas, sólo encuentran a quien simplemente extiende sus recetas.

Así puedo entender aptitudes teológicas pero no las actitudes humanas de quienes deberían ser pastores, consejeros y si me apuran, incluso amigos.

Y me duele, aunque ahora lo entiendo. No me percaté antes y aunque no comparta pensamientos, seguiré rezando por quienes sólo ven asépticas leyes donde yo quisiera ver un corazón latiendo.

Sin acritud hacia nadie; entendiendo sin compartir, compartiendo sin entender, mientras un hermoso canto suena…





domingo, 23 de junio de 2019

Sabático



Suena a ricos sin serlo; puede parecer pretencioso sin pretenderlo; incluso sonará a descabellado sin más, pero sinceramente llegado el punto en el que se debe elegir, opto por esta opción.

La fe para mí, no es un trabajo aunque en ocasiones sea trabajosa. La fe (y hablo siempre a nivel personal), es un sentimiento. La tengo, o no la tengo; la siento, o no la siento.

Podré tener mil altibajos; mis días gloriosos y aquellos otros de solitario desierto; pero la fe, mi fe, sigue ahí inquebrantable gracias Al de siempre.

No obstante, eso no significa que como humano que soy, como pecador entre pecadores, sea un perfecto cristiano. Y como tal, también tengo mis debilidades, mis defectos y mis contrasentidos. Quizás entre todos ellos aunque habrá quien piense que no lo es, me ronda siempre por la cabeza que la rutina no debe ser buena nunca. Que hacer muchas repeticiones de algo, acabará siempre en un automatismo del que huyo y más en la fe en este caso en mi entorno parroquial.

Quien me conoce, independientemente de si me aprecia o no, podrá decir muchas cosas de mí; pero si alguien dijera que no me he involucrado en mi parroquia y sus parroquianos, mentiría como un bellaco.

En mi interior desde hace ya algún tiempo, viene anidando un sentimiento de hastío que ha asentado sus bases en mi conciencia y es ahora cuando ésta me obliga a actuar.

Cuando uno no se siente parroquiano en su parroquia; cuando uno no se siente alegremente llamado por campanas y los miércoles no dejan de ser un día más entre semana, es que algo no marcha. Cuando uno además se siente oveja sin pastor, es hora de buscar nuevos prados.

Cuando veo en la gente corriente (por ser la que corrientemente veo en los dominios de alta torre) más espaldas que frontales, es hora de apartarse y buscar otros caminos.

A la misma hora, en el mismo lugar, con los mismos protagonistas, bostezos y naturalidades que hace tiempo se perdieron, es tener un encuentro con la mediocridad de una vida sin más. Ir por ir, perder el humor que siempre existió, cerrar oídos voluntariamente a sapiencias extremas de libros leídos y sentimientos no hallados, no es un buen camino cristiano ni una forma para mí de vivir la fe, mi fe, con alegría. Aparentar lo que uno no siente es para mí falsedad y nada más alejado de mí que serlo.

Alrededor de una mesa, comenzó una hermosa historia que ahora doy por cerrada; será un buen recuerdo de lo que fue y ya no es. Miércoles de cansancios pero de alegrías por encuentros, rezos de un rosario o simplemente de mantel, viandas y risas quedarán atrás sin acritud, pero con la firmeza de una decisión que creo es la mejor para mí y mis alrededores.

Es hora de cerrar círculo con los míos; es hora de mirar más de puertas para adentro, es hora de regresar al encuentro de la Palabra en lugares en los que más que ver u oír, pueda llegar a sentir y escuchar lo que siempre sentí al sentarme en un banco de cualquier lugar con olor a incienso.

No padezco envidias, ni creo que mi pecado se traduzca en orgullos sin fundamento; simple y llanamente, me cansé de falsedades; me cansé de buenas palabras de diccionario, me cansé de gentes que sonríen como hienas amigables. Me cansé de la rutina.

Dineros no tengo, pero soy millonario en intenciones y miradas al cielo buscando una respuesta que siempre suelo encontrar. Y como millonario que soy, voy a permitirme el gran lujo de hacer de mi capa un sayo, de mis ideas intenciones y de los míos lo más y mejor.

El tiempo de este estado sabático, sólo Dios lo sabrá y sólo Él hará que eche o no de menos lo que ahora alejo de mí.

La gente que aprecio, me aprecia y extiende su cariño real y no ficticio a los que conmigo viven y por los que vivo, sabrán de mí como siempre y pueden estar seguros que no me tendrán lejos en pensamiento, palabra, obra y sin omisión.

Hasta más ver  

miércoles, 29 de mayo de 2019

El silencio de los corderos



Un rebaño, unos pastores, mil silencios. Así en tres palabras con su correspondiente artículo se podría resumir un sentimiento que va calando hondo y que va dejando posos insanos de lo que pensaba sería y mucho me temo que nunca llegará a ser.

La Iglesia es madre; sus Ministros, padres. ¿Cómo entonces no siento el abrazo, la preocupación, el refugio, el consuelo y la alegría de sentirme protegido y cuidado por mis padres espirituales?
Es una percepción muy personal, pero que perfectamente creo compatible con mi entorno más cercano; familia, amigos, gente joven, gente que ya no lo es tanto… Gente en definitiva a los que escucho y con los que comparto o no pensamientos, ideas u opiniones.
Hablar a la cara y a las claras, en un confesionario, en la terraza de un bar, en la calle o entre cuatro paredes de alturas catedralicias o de habitación de reunión monda y lironda, me ha llevado, no sin meditación y maceración de años, a percatarme de algo que ciertamente me confunde, preocupa y en cierto modo, asusta.
Soy un privilegiado y siempre que mis neuronas me lo permitan, no me cansaré de decirlo. A nivel personal, familiar o de mi entorno más habitual, sería de miserable quejarme.
Añadamos a esto que mi fe en Dios, mientras Dios quiera, creo que es y espero que sea siempre, inquebrantable.
Pero mi fe en el hombre en general y en los hombres de Dios y su entorno en particular, desgraciadamente, viene padeciendo de temblores que a modo de réplicas, pudieran parecerse a terremotos aunque éstos afortunadamente aún no hayan hecho acto de presencia.
No voy a generalizar, pero sí que cuando la probabilidad se acerca al cien por cien de los protagonistas de negras vestimentas que conozco y me conocen, debería de considerar una pandemia que en mi entorno parroquial se extiende más allá de sus muros.
Ya no me valen las excusas habituales ni vendas en ojos propios y ajenos con consabidos “estarán muy ocupados” “pobrecitos” “no dan abasto” “menudo papelón tienen”.
Y digo esto porque aunque sea cierto, que no lo discuto, tampoco creo que sea menos cierto el hecho de que la vocación de un pastor hacia las ovejas de su rebaño, entiendo que debería llevarle a una cercanía personal que no se percibe. Pero cercanía de la de verdad; cercanía en lo bueno de la vida y mayor cercanía aún en los momentos ingratos que a todos nos toca vivir.
Uno puede trabajar y codearse asépticamente con sus compañeros, jefes, o conocidos o por el contrario, puede hacer llevadero ese trabajo con dosis de humanidad; pero de la humanidad que se preocupa sinceramente del prójimo como bien común y propio.
Cubrir expedientes, está bien; dar imagen de simpatía, profundidad o cánticos gloriosos de buena voz, genial.
Pero sentir un feligrés, una oveja descarriada o no, un simple parroquiano, el latido revestido de cierta comprensiva amistad en su pastor, debe ser otro nivel.
Y ese nivel se me hace muy lejano por no decir desaparecido, o inesperado.
El propio Papa Francisco en la homilía de la última Misa Crismal, instaba a los sacerdotes a ser cercanos a la gente como evangelizadores que son.
Como cristiano que soy, católico practicante que me considero y observador por naturaleza que como gracia o cruz la vida y Dios me dieron, debía reflexionar sobre todo esto.
Seguramente, no sería entendido por aquellos mismos que habitualmente comparten su mismo PAN conmigo. Y si lo hago, precisamente es porque me duele allá en lo hondo, en lo escondido, que voces implorantes pidiendo consejo espiritual, consejo de hermano en la fe, o simple consejo de prójimo respetado y querido, se encuentren con el vacío de la pasividad o indolencia de aquel de quien esperan una mirada acompañada de palabras cargadas de apoyo, consejo o simple compañía sincera.
Y lo digo con conocimiento de causa por familiares de piel con piel, de rabiosa juventud que siendo fieles comienzan a no entender actitudes. Lo digo además por quien buscando un consejero espiritual acabó hallando una quimera o simple humo; y lo digo también por amigos en dificultades que esperando, se cansaron de esperar.
Se me podrá reprochar por quien no me conozca realmente, que no debería hablar con duras palabras hacia quien me trata bien o muy bien según se mire o quien lo mire. Pero si lo hago, precisamente es por aprecio hacia esas personas. Si lo hago también quizás sea por aquello de la corrección fraterna que como cristianos y hermanos deberíamos poner más en práctica todos. Y cuando digo todos, es todos.
Desde el más culto entre los cultos, al más humilde o ignorante entre los mismos.
No puedo consentir escuchar de jóvenes “me están obligando a buscar otra parroquia donde vivir la fe”.
No puedo consentir vivir una fe anquilosada en un simple transcurrir de días de Misa y mantel.
Soy un rebelde sin causa aparente, pero un rebelde inconformista que quiere luchar para que el silencio de los pastores, no acompañe al silencio de los corderos.

miércoles, 24 de abril de 2019

Media vuelta


Un Señor dio media vuelta en la noche cerrada mojada en lluvia. La ilusión era grande, pero la vista al frente se perdió en lo que pudo haber sido y no fue.
Días de ensayo; días de hombro con hombro y pies izquierdos iniciando marcha, para acabar regresando por sus propios pasos dieciocho hombres de fe que vieron frustrado el esfuerzo, empeño y esperanza en un camino de catorce estaciones que se quedó solamente en tres.
Fueron simplemente tres, pero como buen perfume, dejaron su esencia en mí.
El roce de la madera en mi cara; el peso en hombro derecho y el oído atento a las órdenes, no eran nada comparado a ese cielo en lo alto.
Mirar al crucificado, su melena y cuerpo tallado; su silencio roto sólo por el crepitar de una lluvia que vertía sus aguas cada vez con mayor intensidad, me transportó a otro lugar, a otra vida.
Me vi a los pies de otra cruz llena de muerte y Gloria; de ira y Esperanza; de castigo y Salvación.
Sin velo rasgado en ningún Templo, pero con el alma a años luz de donde mis pies se asentaban.
Tuve tiempo de hablarle a Él llamándole Padre mío, Padre nuestro; incluso me dirigí a la Llena de Gracia. Y a punto estuve de glorificar a las Tres Personas, cuando una voz sonó fuerte y bajó de golpe el telón de mis ensoñaciones.
¡Abortamos!, gritó alguien.
¿Abortamos? pensé yo, no sin ese humor repentino que a ráfagas me sacude. Porque hablar de aborto entre cristianos en una celebración tan especial, sonaba a cierto humor inglés de la parte baja de la Gran Bretaña.
El caso es que me vi empujado por mí y por todos mis compañeros en una media vuelta sin ápice de elegancia buscando el refugio de la Catedral que nos vio salir.
No puedo hablar de frustración; no puedo pensar en malas suertes, ni en rabias contenidas por misión incumplida.
Hablaré de voluntad. De la voluntad de unos hombres que sin poder, quisieron y de Aquel del que siempre proclamaremos “Hágase Su voluntad”.


P.D. Dedicado a todos los que participaron de una u otra forma en un Via Crucis que una pertinaz lluvia frustró, pero que la fe nos hará celebrar siempre.



miércoles, 3 de abril de 2019

Una estación, una caída, una mirada



La impaciencia, me atrapa; la necesidad, me corroe.

Tuvieron que sucederse días y semanas para encontrar nuevamente un remanso de meditación y presencia real.

Una noche más, en el Santísimo cara a cara con Él; pero no una noche como tantas últimamente.

A mi mente, vino una escena; a mis ojos unas letras, una historia, un relato escrito en hojas blancas.

Un Vía Crucis con antigüedad de un año y realizado, meditado y expuesto por una juventud italiana que contentó a Papa, clero y feligreses en un lugar llamado Roma en la Semana Santa del pasado año.

Lo leí con atención, lo sentí con devoción y me detuve en una de sus estaciones con parada y estancia larga.

Novena estación, decía hablando de una tercera caída del Señor.

Mi mente divagó, mi pensamiento viajó a una calle polvorienta, adornada con gritos y negras almas vociferantes.

Un Hombre herido, maltratado, vejado, cae al suelo y yo con Él.

Ambos mordimos el polvo; ambos nos miramos; frente a mí, una cara ensangrentada, irreconocible por los golpes certeros y unos ojos cargados de un extraño sufrimiento. Unos ojos agónicos iluminados por el color de la esperanza y el perdón. Frente a ellos, un tipo que cayó en la cuenta de un error; caído bajo el peso de su orgullo y el desamparo de sus actos. Un tipo de estupidez inconsciente, de manos inútiles a la hora de ofrecerse como debiera al prójimo por su intolerante tolerancia. Un tipo que quiere y no puede, que puede y en muchas ocasiones no quiere.

Un tipo que necesitaría aprender a caer como un niño para levantarse como un hombre nuevo, distinto, mejor.

Hacerlo con la piel herida, los rasguños y el alma en carne viva; un tipo que quisiera poder encontrar siempre Tu Santo Rostro en cada una de sus caídas y que mirándote escuchara de Tus ojos:

“Levantémonos juntos y sigamos nuestro camino a la Gloria”

jueves, 14 de febrero de 2019

Hombre menguante



Quisiera ser pequeño para alcanzar lo Grande; tan pequeño como un hombrecillo que pudiera colarse por la última rendija que quedara justo antes de que el sacerdote cerrara bajo llave un sagrario.

Colarme y sentir Tu cercanía y Tu luz en la oscuridad de un lugar tan pequeño.

Dialogar, abrazar, sentir, pedir, rezar, cantar, llorar, reír, morir, vivir…

Unas horas de bendita celda en la que dejar encerradas a perpetuidad mis imperfecciones, mis pecados, mis incongruencias, malos genios, falta de amor al próximo y prójimo, la cara oculta de mi alma.

Purgar heridas, malos pensamientos, juicios sin juicio, críticas, nubes negras y desiertos con tormenta de arena.

Todo eso dejaría en el silencio de un sagrario, en el que entrara a hurtadillas.

¿Y todo para qué?

Para que al escuchar el sonido de una cerradura que se abre, asomara un hombre nuevo; un hombre de traje a estreno, pies descalzos y manos desnudas.

Un hombre que viera reflejado en los demás un atisbo de la Gloria que le acompañó durante horas.      

Un hombre menguante que creciera al ritmo de una fe verdadera con Él, en Él y por Él.


jueves, 17 de enero de 2019

Esa imagen

Hoy sí que podemos decir que acabó; pasó la Navidad; guirnaldas, luces y turrones quedaron atrás en el calendario.

Cada uno la vive con mayor o menor intensidad, fe o costumbre; pero siempre quedará grabada la imagen de un detalle, un encuentro, unas palabras o un ambiente que hace de esos días algo inexplicablemente anormal en la conducta o el brillo en los ojos de la gente.

Inexplicable para muchos, pero no para mí. Mi fe me instruye, mi fe me guía y da respuesta a muchas preguntas.

Ese Niño que nace todos los años, se encuentra siempre presente para toda persona que realmente lo quiera buscar.

Yo lo encontré en una imagen; una imagen como todas, sin palabras; pero una imagen que dice y vale más que un millón de letras con sentido.

Serenidad, dulzura, quietud, paz, futuro, lucha, amor…

No hay mayor regalo que la mirada de un niño;  no existe nada más grande en este mundo que la inocencia de quien nació del amor de una pareja.

La vida puede ser dura, puede ser ingrata; pero dentro de sus adversidades, también nos regala una gran enseñanza. Y yo he aprendido a ver la Navidad en los ojos de un niño; en una preciosa cara de quien con su mirada nos inflama el corazón sólo de grandes y buenas cosas.

No se puede decir más con menos; nada como esos ojos, esa media sonrisa, esa imagen angelical.

Ahí he visto la cara de ese otro Niño que espero y deseo siempre nazca en nosotros.








*Dedicado al pequeño Alex, Dylan, Patricia y David con todo mi cariño.