A
dos velas de una nueva Navidad; a dos velas que aguardan expectantes a ser
encendidas para completar las cuatro de un Adviento. Sólo dos para engalanar
mentes, cuerpos y espero que almas.
Se
pasa el tiempo más deprisa de lo que pensamos; dos meses casi sin asomarme a
este rincón para volcar pensamientos, palabras y alguna que otra omisión en
ciernes. Dos meses de silencio, dos meses en cierto modo, de desierto.
De
silencios y desiertos, también se aprende; se aprende a conjugar pasados con
futuros imperfectos; a recordar aquello que pareciera ser y no fue; a balancear
lo positivo y lo que no es tanto. ¿Y qué quedó entre las manos? Posos.
Posos
de incomprensión, de tristeza disfrazada de sonrisa, de miradas sin mirarse, de
almas centradas en limbos lejanos sin reconfortar cercanos. Esos posos van
quedando de un discernimiento que no acaba de abrir sus puertas ni soltar
fumatas blancas.
Si
esas puertas no se abren, siempre permaneceremos en un lado que no por conocido
será el mejor. Discernir no debiera ser conjeturar, porque ello podría llevarnos
a una mala conclusión.
El
arranque momentáneo, la ira disparada a ráfaga, el razonamiento sin razonar, no
ayudan a discernir aunque la lógica sea aplastante. Pero enfrentemos la lógica
a lo que no vemos, respiremos hondo y hablemos con Quien realmente debemos
hablar.
Quizás
el resultado sea similar a lo acordado con uno mismo, pero la diferencia
estribará en el Notario que levante acta.
Así
que a falta de dos velas, dejaré a Sus pies interrogantes esperando respuestas,
aunque la firma acabe rubricándola yo.
Mientras
tanto, dejemos en pausa esa película de ratones persiguiendo gatos en un mundo
al revés que ni busco, ni quiero, ni comparto.
A
dos velas de Navidad, a dos velas…