"Quisiera saber llorar como un niño para sentirme mejor hombre"
"Vivo para creer; creo para vivir"

martes, 29 de noviembre de 2016

Meditación


Del santo Evangelio según san Mateo 8, 5-11

En aquel tiempo, al entrar Jesús en Cafarnaúm, se le acercó un oficial romano y le dijo: “Señor, tengo en mi casa un criado que está en cama, paralítico y sufre mucho”. Él le contestó: “Voy a curarlo”.

Pero el oficial le replicó: “Señor, yo no soy digno de que entres en mi casa; con que digas una sola palabra, mi criado quedará sano. Porque yo también vivo bajo disciplina y tengo soldados a mis órdenes; cuando le digo a uno: ‘¡Ve!’, él va; al otro: ‘¡Ven!’ y viene; a mi criado: ‘¡Haz esto!’, y lo hace”.

Al oír aquellas palabras, se admiró Jesús y dijo a los que lo seguían: “Yo les aseguro que en ningún israelita he hallado una fe tan grande. Les aseguro que muchos vendrán de oriente y de occidente y se sentarán con Abraham, Isaac y Jacob en el Reino de los cielos”.

Palabra del Señor.

Medita lo que Dios te dice en el Evangelio.

Yo también me he acercado a Ti, Señor, con esta actitud de súplica y un tanto desesperada.

Yo también te he contado mis problemas, mis enfermedades y he puesto en tus manos mi más minúscula tribulación.

En todo esto me identifico con aquel oficial; en la necesidad y en la petición, pero… me alcanza la inquietud…surgen dudas y temoresde pensar que él si fue escuchado y yo…no.

Más en aquella duda se esconde  la paz, pues sé que en eso consiste el amor. En creer, en confiar. No solamente ante una enfermedad; también cuando parece que no hay necesidad.

Yo iré a curarlo –dices. Veo tu iniciativa y, siempre, aunque muchas veces no lo vea,ahí estas Tú. Consolándome, acompañándome.

Creo que ésa es la fe que te sorprende. Aquella que no trata de ver los frutos de mi petición, sino la que sabe que Tú siempre estás,no sólo acompañándome, sino que sufres lo que sufro,disfrutas conmigo,vives lo que vivo,siempre…Tu presencia está siempre.

Dame la gracia de construir mi vida, Señor, con lo bello y también con lo que no lo es, sobre este amor y esa fe. Sabiendo que siempre dirás: Voy a curarlo (Mt 8, 5)…yo siempre estaré (Mt 28,20).

«Si el pastor no arriesga, no encuentra. No se queda parado después de las desilusiones ni se rinde ante las dificultades; en efecto, es obstinado en el bien, ungido por la divina obstinación de que nadie se extravíe. Por eso, no sólo tiene la puerta abierta, sino que sale en busca de quien no quiere entrar por ella. Y como todo buen cristiano, y como ejemplo para cada cristiano, siempre está en salida de sí mismo. El epicentro de su corazón está fuera de él: es un descentrado de sí mismo, centrado sólo en Jesús. No es atraído por su yo, sino por el tú de Dios y por el nosotros de los hombres.»

(Homilía de S.S. Francisco, 3 de junio de 2016).

 

lunes, 21 de noviembre de 2016

Incongruencias

Yo tengo un amigo. Un tipo de rostro rudo pero de corazón que necesita dos cuerpos para caber.

Me une con él, ante todo, la devoción por Cristo. Y me une también con él una cerveza compartida en buenos ratos de charlas.
Esos tercios o botellines de buena Mahou han ido marcando la necesidad de juntarnos tras compartir celebraciones eucarísticas de días corrientes y no tanto.
Hablar de la vida, la política, los hijos, son temas habituales en nuestras charlas. Y curiosamente, siempre llegamos a un acuerdo.
Este hombre, lleva inmerso un tiempo en conjeturas de salud que por desgracia, han dado pie a la realidad nunca deseada de un cáncer en este caso, de garganta.
Muchos han sido los rezos no sólo míos sino de toda la gente que de una u otra manera le quiere y aprecia, para que lo que comenzó en unas molestias, no acabaran siendo un diagnóstico negativo.
Pero como en tantas otras cosas, no somos dueños de nuestro destino y la realidad es tan pura como dura.
No contenta con eso, la fatalidad quiso que el mismo día y casi a la misma hora de recibir tan mala noticia, sus preocupaciones aumentaran cuando en el mismo hospital y urgentemente, era ingresada su nuera porque la bolsa de líquido amniótico del hijo que esperaba se había roto con más de un mes de antelación.
Han pasado ya unos días y aunque pueda resultar una incongruencia total, pienso y estoy convencido de que ambos hechos ocurridos casi al unísono, son una gran muestra del amor que Dios tiene por este hombre.
Porque el hecho de desviar el pensamiento de su enfermedad al inminente nacimiento de un nuevo ser, psicológica y moralmente, le ha hecho más que mucha medicación.
Han transcurrido pocos días desde entonces; ese niño nació bien y es una bendición para ese orgulloso abuelo al que se le nublan los ojos al hablar de él y creo que ha sido insuflado por una fuerza que le va a hacer afrontar este difícil reto con todas las garantías de éxito.
Compañía no le va a faltar; amigos, tampoco y peticiones al de Arriba para curarlo, se contarán por cientos.
Y cuando pase un tiempo y hablemos de esto como un mal sueño, discutiremos como dos buenos amigos birras en mano, sobre las formas tan extrañas que tiene nuestro Amigo común para demostrarnos su amistad.





lunes, 14 de noviembre de 2016

Oración compartida

Orar es hablar íntimamente mirando al Cielo aunque los ojos se mantengan cerrados y la cabeza gacha.

Orar es compartir pensamientos, tristezas, alegrías o simple charla entre amigos.

Orar no es perder el tiempo; es o debiera ser el encuentro con el tiempo perdido en las nimiedades de esta vida.

Buscar a ese Padre, esa Madre o ese Santo que aun estando en mí, debo llamar, hablar y exponer lo que mi cabeza y sobre todo el corazón, desea compartir con la intención de un favor, un ruego, una súplica o una confortación de mi alma o de la que queramos sea confortada.

Desde ese verdadero encuentro que tuve con la Señora, es práctica, necesidad y sacrificio realizado con devoción y humildad, rezar rosarios y hablar a esos Padres que no veo pero siento.

Lo realizo en la soledad de mí mismo, pero también en la compañía de la mujer que me acompaña casi desde siempre.

Compartir oraciones, letanías, misterios y cuentas de rosarios a diario, es una costumbre que comienza a cimentarse como una ley necesaria para una mejora en la compenetración que todo matrimonio cristiano que se precie debería intentar realizar.

La intimidad de un hogar puede que sea el marco perfecto para hacerlo. Sin embargo, a pesar de mi timidez innata, ayer me sentí bien en una pequeña capillita; una reducida habitación con dos pequeños bancos de madera, una luz en vela y todo un Señor en el interior de un sagrario.
No necesitábamos más; Él, nosotros, dos rosarios y unos librillos de oraciones.

Al poco de iniciar el rezo, una cara conocida asomó por la puerta;  un compañero de charlas, reuniones y cierta amistad.

Un buen hombre cuya vida últimamente no parece ser la balsa de aceite que por su actitud, rostro y conversaciones era.

En silencio se sentó, miró su móvil y comenzó a rezar para sus adentros lo que su pantalla mostraba.

Nosotros, disminuimos todo lo que pudimos el volumen de nuestra voz y continuamos inmersos en nuestros misterios gloriosos de ese día.

De repente, su voz se unió a la nuestra; al principio con cierta timidez. Lo miramos, nos miró y los tres comenzamos a orar sin tapujos, sin vergüenzas, sin silencios escondidos; cara a cara y dirigiendo nuestros rezos, súplicas y plegarias a Quien teníamos delante y muy dentro.

Fue una hermosa experiencia para mí que me hizo ver la comunión que es posible entre personas diferentes a las que les une un nexo común llamado fe.





jueves, 3 de noviembre de 2016

Cuentas que saldar


Como una venda en los ojos, como una noche sin luna, como una habitación a oscuras, así se encontraba una parte de mi alma.
Huérfana de besos consoladores, de consejos de mayor, de protección natural, de amor desmedido y muchas veces no comprendido. De todo eso y más he carecido prácticamente toda mi vida; he carecido, o más bien diría que a modo de masoquismo intrínseco he querido fustigarme con la soledad de vivir sin Madre.
Sin esa Madre de todos, sin la Mujer por excelencia, sin la Historia hecha futuro eterno.
Sin todo eso, he vivido o malvivido hasta ahora, excusándome en mi falta de fe en Ella; en mi cerrazón en el Padre y en mis paseos por la vida aferrándome sólo a la mano de uno de Ellos.
Ahora vuelvo a ser niño; regreso a una vida en la que camino feliz mirando al frente y sin soltar la mano de unos Padres que en su infinito amor sé que no soltarán jamás la mía.
Ya no camino solito, ya tengo el Regazo de una Madre; ya tengo el Consuelo de quien supo sufrir como nadie en la historia el dolor por excelencia de la pérdida del Hijo amado.
Tengo unos hermosos ojos en los que reflejarme; tengo una hermosa cara que acariciar y tengo unas “cuentas” que saldar a diario hablándole, pidiéndole y queriéndola a golpe de rezo de un hasta ahora desconocido rosario que forma parte ya de esa cajita de primeros auxilios espirituales que llevaré siempre conmigo.
Fátima la llaman; Señora la llamaré, o mejor Madre, pues quizás no pueda haber palabra más hermosa para el niño que sin saberlo apreciar, siempre fue de su mano.