"Quisiera saber llorar como un niño para sentirme mejor hombre"
"Vivo para creer; creo para vivir"

domingo, 17 de mayo de 2020

Puertas abiertas


Pasaron días, lluvias y vistas cansadas en pantallas de todos los tamaños. Días de entretenimiento como fuera y al precio que fuera.
Como si de una burbuja habláramos, en alguna ocasión intenté hacer oídos sordos a lo que escuchaba y ojos ciegos a lo que veía, simplemente para ver y oír con un corazón a ritmo lento que hiciera caso sólo a pensamientos más allá de las nubes; pero debo admitir que fracasé estrepitosamente.
Me pudo la ira, la incomprensión, la perplejidad de los acontecimientos y ese estado de tensa espera a futuros de inciertos presagios.
Lo que hubiera debido interiorizarse de puertas para adentro en conversaciones íntimas de Dios conmigo y yo con Él, se convirtió mayormente en telediarios de tres de la tarde o noticias a las ocho.
Sí que grabé en la retina a un Papa cruzando en solitario una Plaza de San Pedro abarrotada de silencio y lluvia. Grabé también un Cristo de la Misericordia tras unas rejas de Catedral que pareciera como muchos confinadamente apenado y una Virgen de Fátima a hombros de medio mundo representado en las pocas personas que en una explanada que amo, también se llenó de silencio y niebla.
Tiempos oscuros de almas inquietas; tiempos de plegarias buscando consuelos; de muertos acompañados solo por su propia muerte y quizás alguna mano extraña que no quiso que mereciera esa soledad en un último hálito de vida.
Tiempos de esperanza venida a menos y de crisis económica venida a más.
Pero también un tiempo de unión entre hermanos aún sin ser de sangre. De enfermos de convicciones profundamente cristianas que supieron apoyar sus sufrimientos primero en Dios y después en todo aquel que supiera y quisiera escucharles con rosarios a cuatro pantallas o risas en la distancia.
Acercarnos en lejanía, pareciera poco común, pero muy necesario. No nacimos para estar solos como tampoco pienso que naciéramos para estar en multitud. Dios nos acercará o alejará de quien Él quiera y como siempre decimos, “hágase Su voluntad”.
Quizás no esté aprovechando como debiera este tiempo de interiorización cristiana, pero por otro lado, esa voz que me acompaña siempre, está callada y eso para mí es buena señal. No forzaré lo que por natural deba venir. Miraré cielos cuando el corazón sienta que deba hacerlo y no lo haré cuando esa voz interior no me anime a ello.
Dentro de poco, las puertas de hierro se abrirán y mis pasos podrán atravesar umbrales de templos para encontrarme nuevamente cara a cara con una Comunión que dejará de ser espiritual para retomar caminos de pasillo y genuflexión. Si será más o menos sentida, sólo Él y yo lo sabremos cuando ese momento llegue.

*Dedicado especialmente a L@s pochit@s confinad@s.