"Quisiera saber llorar como un niño para sentirme mejor hombre"
"Vivo para creer; creo para vivir"

miércoles, 25 de julio de 2018

El renegado




Vaivenes da la vida constantemente; eso es normal. Lo que ya no es tanto, es que nosotros mismos nos movamos a un ritmo parecido al de un barco sin rumbo ni timón a merced de vientos y mareas.
Cuando el creyente o aquel que pretende aparentar serlo se dedica más al lamento, la crítica, el enfado, el remordimiento, resentimiento o inestabilidad emocional, se produce la renuncia del bien del alma.
Quien ha sabido lo que es sentir la mano amiga y el cobijo del Espíritu en la vida fácil, también debiera saber que esa mano y ese cobijo se hacen aún más presentes en quien atraviesa dificultades más o menos graves.
No es excusa sentirse azotado por la vida; mayores azotes reciben personas que seguramente lo merecieron menos.
Quien así se siente, reniega de sus principios, reniega de sí mismo; reniega de la fe.
Convertir personas en fantasmas, días en despropósitos rutinarios u oraciones en retailas con forma pero sin fondo, lleva al desconcierto, al desconsuelo, al negativismo, la desprotección, la angustia y los sudores fríos.
Y Alguien dijo una vez “Venid a mí los que os sintáis agobiados, que Yo os aliviaré…”
Un renegado con nombre y apellidos idénticos a los míos, dirigió sus pasos mecánicamente a la capilla de siempre, a la hora habitual y los mismos bancos vestidos de soledad.
Una soledad que lo acogió como siempre; pero una de esas soledades que en silencio, le habló como hacía tiempo no lo hacía.
Varias fueron las palabras que resonaron en esa estancia aunque sólo las escuchara el corazón de quien sentado en silencio mantuvo, supo y quiso por fin, mirar al frente con el alma de par en par:
FUERZA, FE, FAMILIA, SERENIDAD, ORACIÓN, CONFIANZA… se agruparon en pensamientos lúcidos de quien llegó envuelto en tinieblas de desbocada vida.
La cobardía, dio paso a la determinación; los humos negros, cambiaron a fumata blanca; los pasos tristes de la ida, se transformaron en otros alegres que desandaron lo andado en un principio con la cabeza gacha.
Las maldiciones interiores y los interrogantes en la mirada, se transformaron en admiraciones de carga positiva repelentes al desconsuelo.
El día amaneció con un mismo sol asomando por el este; pero su tonalidad a pesar del cansancio de alma y cuerpo, no es la misma en ese renegado que hoy espera volver a desenfundar su mejor arma, la de la fe, cargando su recámara con dosis de perdón y comunión con Él, conmigo, con todos.