"Quisiera saber llorar como un niño para sentirme mejor hombre"
"Vivo para creer; creo para vivir"

domingo, 15 de octubre de 2017

Monumental


Visitar una ciudad como Toledo, es un regalo a los sentidos. Empaparse de su historia, sus calles y sus monumentos emblemáticos, es un ejercicio de reflexión con siglos de vida.

Calles empinadas, sudor en la frente, cansancio en las piernas, no son obstáculos para quien sepa apreciar lo hermoso de un lugar con olor añejo de otros tiempos lejanos en el recuerdo, pero muy presentes en el corazón de la grandeza de una cultura que debe perpetuarse en generaciones pasadas, presentes y futuras.

Mis pies traspasaron el umbral de una pequeña capilla casi escondida dentro de la majestuosidad de una catedral revestida de grandeza.

Una celebración eucarística que no por inusual, llamó mi atención en un reconocimiento que iba más allá de un acto afortunadamente habitual en mí.

La espiritualidad del momento, el silencio acordado de antemano, se vieron desbordados por la figura de un hombre cansado.

Un hombre ornamentado con ropajes obligatorios de quien por oficio debía presidir una liturgia siempre conocida y a la vez diferente para quien asiste a ella con hambre de paz espiritual.

Un hombre de pasos muy cortos, inseguro en sus movimientos, pero de férrea voluntad de servicio a los demás.

De voz engalanada de suspiros; de gestos imperfectos y movimientos a cámara lenta.

Su homilía, fue tan sincera como inexistente. Sólo unas palabras encerrando un gran discurso:

“La mejor homilía que puedo ofrecerles es que hoy me pueda encontrar ante ustedes”

Gran verdad para quien pareciera necesitar más una cama en descanso que una obligación del alma.


No pudo extenderse más allá de la propia celebración. Marchó por donde vino; en solitario, sus torpes pasos le llevaron a perderse por el interior de la historia, dejando atrás a un tipo como yo que además de a Dios, se llevó de allí el reconocimiento y la gratitud hacia un hombre al que seguramente jamás vuelva a ver, pero que me hizo sentir que la grandeza de una persona se mide también por la monumentalidad de sus actos.


sábado, 7 de octubre de 2017

A ras de suelo




Busqué un lugar donde llorar como un niño para sentirme mejor hombre.

Busqué un lugar, donde enterrar lo peor de mí abriendo alma, corazón y sentimiento.

Y lo encontré. Y al encontrarlo, me encontré también conmigo mismo. Con ese otro yo que no sabía, o no quería que existiera.

Un tipo imperfecto como el que más; desmadejado en pensamiento y obra; acelerado en conclusiones, crítica y orgullos.

Uno que pensó que era y no era así. Uno de tantos, que de poco hacía mucho sin darse cuenta que para ser algo, debía comenzar por ser nada.

Me dejé llevar. Ver, oír y sentir, fueron los verbos que me acompañaron y deseo me acompañen siempre.

He visto, oído y sentido, en apenas cuarenta y ocho horas, asombros escondidos, palabras en torrente, pañuelos enjugando miserias, abrazos en brazos de grandes hombres fundidos en ojos sinceros.

Hombres de grandes cumbres venidos a ras de suelo. Hombres que siendo grandes, ahora lo son aún más siendo pequeños.

Hoy, quien me conoce, sabe que mi fachada no cambió; pero mi mirada sí.

Una mirada con ojos de comprensión, de respeto, de sinceridad, de tristezas decoradas de alegría, de iras en calma y soledades tumultuosas.

Busqué un lugar donde llorar como un niño para sentirme mejor hombre…

… y lloré



INVOCACIÓN AL ESPÍRITU SANTO

Oh Espíritu Santo, Amor del Padre y del Hijo.
Inspírame siempre lo que debo pensar,
lo que debo decir, cómo debo hacerlo,
lo que debo callar, cómo debo actuar,
lo que debo hacer, para la Gloria de Dios,
bien de las almas y mi propia santificación.

Espíritu Santo, dame agudeza para entender,
capacidad para retener,
método y facultad para aprender, 
sutileza para interpretar,
gracia y eficacia para hablar.
Dame acierto al empezar,
dirección al progresar
y perfección al acabar.

Amén