Ciertamente echaba de menos alguna
que otra de esas “Diosidades” que no hace mucho me dejaban perplejo con sus
señales inequívocas.
Acudir a un banco de iglesia
diferente, de estrecha madera, endeble sujeción y reclinatorio no apto para pieles
delicadas, no es problema alguno cuando lo que se busca es lo perdido.
Degustar no sólo el Pan con mayúscula
sino también la Palabra escuchada, es manjar al alcance de quien no perdió el
hambre, pero sí las ganas.
Acudir con tiempo, una costumbre; meditar
en silencio, una obligación.
A mi derecha, me acompaña una gruesa
encuadernación de mil cantos de iglesia. Me llama la atención y decido abrir
por cualquier página.
¿Conoceré su composición? ¿Sonará en
mi mente música amiga?
Pues no; pero sus letras me confunden
primero, me golpean después y me dibujan media mueca de sonrisa.
Dan en el clavo; letras que hablan de
renovación, de un alfarero, de un vaso nuevo.
Justamente lo que necesito; renovarme
por dentro para poder brillar por fuera; modelar y recomponer la arcilla de mi
alma adormecida. Todo eso necesito y más.
Quedarme con la copla de sus letras
fue fácil a ojos vista de un click de cámara. Tiempo habría de buscar sus
músicas.
Comienza la liturgia y se escuchan
esas otras Letras escritas en papel sagrado. Un evangelio que nos habla de un
herido, un sacerdote, un levita y un buen samaritano. Una homilía certera; una explicación
perfecta y esta vez la “bofetada” cariñosa la recibo con toda su crudeza y
esplendor.
¿Actuaron mal ese sacerdote y ese levita
al pasar de largo del herido en tierra?
No; actuaron conforme a la ley de
entonces para no quedar impuros con su sangre y heridas.
Con esa explicación mi mente regresó
de aquel entonces de hace más de dos mil años, al mundo actual. A mi mundo de
hoy.
No hay heridos en tierra ni sangre
vertida; pero sí que existen personas heridas en su orgullo, heridas en su
alma, golpeadas en su fe en quien más debían buscar consuelo y no hallaron.
Los sacerdotes de entonces, siguen
cumpliendo la ley hoy y aquí. Asépticos en su modo de actuar, se limitan a
cubrir expedientes sin más comas ni puntos y seguidos que añadir al trabajo
encomendado.
No ir más allá como hace muy poco
recomendaba el propio Papa, hace de su labor un vaso viejo de caras jóvenes que
conocen leyes pero no conocen personas heridas que buscando sanadores de almas,
sólo encuentran a quien simplemente extiende sus recetas.
Así puedo entender aptitudes
teológicas pero no las actitudes humanas de quienes deberían ser pastores,
consejeros y si me apuran, incluso amigos.
Y me duele, aunque ahora lo entiendo.
No me percaté antes y aunque no comparta pensamientos, seguiré rezando por
quienes sólo ven asépticas leyes donde yo quisiera ver un corazón latiendo.
Sin acritud hacia nadie; entendiendo
sin compartir, compartiendo sin entender, mientras un hermoso canto suena…