Tres meses después, cuando los relojes hablan de madrugadas,
me postro a Sus pies, rodeado de silencio. Echo la vista atrás y además de unos
alineados bancos de madera, me acompañan miles de almas que habiendo abandonado
este mundo, quise traer conmigo en el pensamiento.
Traje conmigo también muchas noches con sus solitarios días
de calles vacías de gentes con miedos a lo invisible que acechaba más allá de
la puerta de sus casas.
Mil gracias, pensé, por protegerme y hacerlo también con los
míos y aquellos otros que sin serlo, también siento como tales.
Dejé a Sus pies también miedos, agobios, iras, preocupaciones
y conseguí vaciarme de malos recuerdos y peores vivencias.
Sólo me quedó un pensamiento:
“Qué bien se está aquí”
Cuando los minutos parecieron un puñado de pocos segundos y
las prisas por marchar se quedaron en olvido, descubro que no hay mejor lugar o
momento que un “ahora” a Su lado.
No necesito hablar para conversar. Una mirada, una plegaria,
una intención, bastaron para regresar a un tiempo que nunca debió quedar atrás.
Quiera ese Dios ante el que me postro, que el mundo regrese
al camino que nunca debió abandonar a su suerte.