Echar la vista atrás hasta una hermosa mañana del veintiuno de agosto de 2011, me lleva a rememorar una parte importante, quizás esencial de mi vida.
Son diez años, ni más ni menos. Diez
años de asombros, de certezas, de muchos interrogantes, de alegrías, tristezas,
meditaciones y enseñanzas.
Un encuentro conmigo mismo a través de
la parte más escondida de mi existencia. Mi propia alma.
Un viento silencioso rodeado de más de
un millón y medio de personas, no sólo despeinó mis sienes sino también el
telón de fondo que cubría una fe que existía y no supe reconocer hasta ese
instante en el que mi interior habló con la furia de un silencio que me gritó a
voces.
Hoy se cumplen diez años de aquella
mañana en Cuatro Vientos con un invitado que no por inesperado, me miró a la
cara y me dijo: Aquí Estoy.
Desde entonces, la vida transcurrió del
modo en el que todo destino nos va marcando; pero con una diferencia esencial:
sobresaliendo una esperanza por encima de futuros teñidos de negro color.
Conocí gentes; desconocí otras y supe
apreciar lo que de bueno y a la vez complicado, tiene una vida de fe. Una vida
llena de altibajos; una vida duramente gratificante. Un proceso interminable de
miradas al cielo aún con los brazos y el pensamiento por los suelos. Una vida
de desiertos existenciales regados en muchas ocasiones por oasis de remansos y
paz interior.
Si tuviera que regresar y recomenzar mi
vida desde aquel día, puliría muchos errores cometidos aunque en esencia, no
quisiera que esa historia se reescribiera. Quizás sí que pondría en marcha
algún corrector de voluntades y malos hábitos que han sabido perseguirme con la
velocidad de todo aquello que termina alcanzándome.
Pero soy así; perfectamente pecador con
voluntad de no serlo, aunque en esta película muchas veces triunfe la mala
compañía de mi propia iniquidad.
Hoy es un día de celebración, de
recuerdos, de gratitud y de peticiones. Celebrar lo que sucedió, recordar de lo
bueno todo y aprender de lo malo que también hubo y sin duda habrá; agradecer a
quien con su existencia me enseñó a ser mejor persona, mirándome en espejos
ajenos.
Y como cristiano en prácticas, pedir.
Pedir por los míos, los más cercanos y también por aquellos que aún sin
saberlo, con sus acciones buenas o malas, me ayudan a aprobar un curso tras
otro la difícil carrera que emprendí desde aquel bendito día.
Un recuerdo especial también a un
viejecillo criticado por muchos pero admirado también por otros tantos que supo
y quiso apartar su magnificencia como Papa para dar paso a otros aires que por
renovadores no tienen que ser necesariamente mejores. Al Papa Emérito Benedicto
XVI, desde el corazón, gracias.
Y sobre todo, gracias a Aquel que
siendo Amigo desde mi primer hálito de vida, quiere jugar conmigo más
intensamente desde hace ya diez años.
El proceso, sigue. Tendrá sus
altibajos, sus reseteos, quizás un formateo y puede que un gran reciclaje. Pero
me queda la tranquilidad, la esperanza y la dicha de saber que Su mano siempre
estará abierta para agarrar la mía.