A
falta sólo de nueve días para cumplirse exactamente dos años, mi misión
encomendada finalizó ayer con una ceremonia hermosa para toda persona de
corazón sincero.
Fue
un reto atrayente, expectante y en cierto modo, interrogante para mí.
Nunca
antes se me pidió fuera guía de ningún grupo que no vistiera con colores de
ejército. Mucho menos aún, que mi misión consistiera en marcar los tiempos de
marcha de unos adultos hacia un encuentro con el Espíritu Santo que aún no
habían recibido.
Acepté
de buen grado el encargo y hoy, dos años después, si el tiempo retrocediera,
volvería a hacerlo.
Dejamos
atrás muchas mañanas de encuentro sabatino a la hora del Ángelus. Siete
reunidos alrededor de una mesa. Seis adultos y Él, siempre Él.
Recuerdo
con especial cariño esa primera reunión. Cinco caras llenas de símbolos de
interrogación que no se conocían apenas y casi no se atrevían a dibujar
sonrisas y hablándoles, un tipo como yo, lleno de dudas y con pocas ideas
realmente claras de lo que había que decir, hacer o proponer.
Pero
la respuesta no tardó en llegar; respiré hondo y mi pensamiento fue mucho más
allá de una habitación con personas y busqué cielos.
Me
encomendé al de Siempre y sólo tuve que pensar: “pues sea lo que Dios quiera”.
Dios
quiso, vaya que si quiso. Esa persona que lleva mi nombre y es idéntica a mí,
comenzó a hablar con calma, sin esforzarse a la hora de pensar qué decir y las
palabras fluyeron con orden e incluso concierto.
Mil
ideas, mil propuestas se agolpaban en mi cabeza, pero sólo un objetivo. Que al
menos cuando acabáramos este camino que iniciábamos juntos, hubiera tocado el
Señor con mayor o menor intensidad sus corazones para cambiar o dar plenitud en
cierto modo la vida con fe o sin ella que hasta entonces llevaban.
Se
dice por ahí que dos no riñen si uno no quiere. También se podría decir que seis
son hermanos si sus apellidos son “buena voluntad”.
Y
hoy, casi dos años después, me atrevo a decir que todos podemos llevar con
orgullo esos apellidos y autoproclamarnos hermanos en la fe.
Atrás
quedan días de preguntas y preguntarse; de risas y algunas lágrimas furtivas;
de ojos de asombro y otros de bondad. De días de frío y calefactor ruidoso; de
oídos que escuchan más que oyen. En definitiva, de buenas gentes que sin
proponérselo, se buscaron y se encontraron.
No
seremos los mejores, ni los más cristianos. Ni tan siquiera los que más han
estudiado Escrituras Sagradas o libros de santos más allá de una estampita.
Pero hemos conocido realidades; hemos entreabierto las puertas de una iglesia
que siempre nos han parecido herméticas; nos han arañado el corazón testimonios
de gentes vestidas de enfermedad que son ejemplos cercanos del amor que
encuentran en Dios hasta en los peores momentos.
Hemos
rezado sin la vergüenza de antaño; hemos pedido siempre incluso “por mí y por
todos mis compañeros”. En definitiva, quiero pensar que aquellos que un 24 de
febrero de 2018 éramos unos perfectos pecadores, hoy casi dos años después, lo
somos un poquito menos.
La
de ayer fue una ceremonia entrañable para algunos y ciertamente hermosa para
mí. Ver mi grupo encaminarse hacia un altar en el que les esperaba el propio
Espíritu Santo vestido de Sr. Obispo, me llenó no ya de orgullo, que también,
sino de esperanza. Esperanza para que esto no acabe en una ceremonia de iglesia
a rebosar y mil fotos hechas y para que este sea el comienzo de una hermandad
de verdaderos hermanos en la fe que se alegren de reencontrarse cualquier día, a
cualquier hora, en cualquier lugar.
Doy
gracias al Colega con C mayúscula por las personas encomendadas, por lo vivido
y por lo realizado y como siempre, brindo yéndome de cañas con Dios.
Que
el Espíritu Santo nos bendiga a todos nosotros y nuestras familias.
*Debo
dar las gracias desde aquí a todas las personas que han hecho con su ayuda y
predisposición que esta misión haya sido mucho más fácil de lo que jamás
hubiera imaginado. A mis "niños de Catequesis ( Ana, Jesús, Lucía, Paco y Tamara).
A los sacerdotes, diáconos y personal encargado de la
iglesia, por su colaboración en todo aquello que les propuse. A mis compañeros
catequistas (especialmente a Pedro con quien más relación he tenido compartiendo
cervezas y pensamientos y a su grupo de Confirmación por hermanarse con
nosotros y demostrar que además de ser familia, lo demuestran.
Muy
especialmente agradecido a las personas que desde la enfermedad nos otorgaron
ejemplares testimonios de superación teniendo la mano del Señor como mejor
apoyo en la adversidad (a Patricia, Laura, Ricardo y ahora también a Ana, con
mi mayor cariño y reconocimiento).
Y
dejo para el final, un último pensamiento. Es la hora de embarcarme en esa otra
catequesis de puertas hacia adentro en la que me espera mi gente; esa gente sin
cuyo aliento, no hubiera sido posible llevar a buen puerto esta historia. A mi
mujer (esa pochita a la que tengo que cuidar y confieso que descuido, con la
promesa de un esfuerzo) y a mis hijas, la de allá y la de acá, a las que pienso
seguir arropando sin distancias o años cumplidos.