Con
una cruz al cuello se marchó. No pude darle otra cosa; no quise darle más.
Resulta triste retomar un encuentro Contigo después de tanto tiempo para relatar algo que ya sabes,
pero no podía dejar este rincón vacío de letras en honor, en memoria de quien
fue y será por siempre la persona a la que deberé mi bien más preciado:
La
vida
Esa
cruz que a mí un día me llevó a Tu luz, he querido que la acompañara en su
despertar a Ti, a la fe, al amor que está más allá de donde la conciencia
humana no alcanza pero el alma sí.
Esa
pequeña cruz va cargada de plegarias, de deseos, de oraciones y de pensamientos
de un mundo nuevo y sin duda, mejor.
Un
mundo sin odios, sin dolores, sin envidias, sin rencores.
Un
mundo, una vida de eternos gozos sin sombras.
Esa
viejecita de pelo canoso que reposa para siempre a unos pocos metros bajo la
tierra que la vio nacer, se lleva mucho más de mí que esa pequeña cruz.
Se
lleva mi orgullo de hijo, mi reconocimiento más sincero, mil gracias y amores
por lo que me dio y me sigue dando estando sin estar.
Y
es hoy, precisamente hoy estando en Tu presencia en esa capilla de siempre con
mi Amigo de siempre, cuando más la echo de menos.
Hoy
echo más de menos que nunca sus manos, su suave piel, sus ojos claros, su risa
loca, su lengua de trapo…su vida, mi pasado.
Siento
como en ráfagas se encoge mi corazón aprisionado por la pérdida; no soy fuerte
y no es momento de perder miradas bajo ojos anegados de lágrimas, pero la
emoción me puede; soy humano y sé que sabrás comprenderme.
Vivo
en la certeza que viaja Contigo y hacia Ti; pero un sentimiento de soledad me
embarga ahora; ese sentimiento de quien se siente huérfano del amor más intenso
que no es otro que el de una madre hacia su hijo.
Mil
perdones pediría; mil te quieros le diría y mil besos le daría.
Ya
es tarde, pero viviré en la esperanza de un nuevo encuentro donde se pierda la
memoria y sólo exista un futuro eterno Contigo y en Ti en el que le pediré que
me devuelva esa cruz y entre mil amores, cogerla de la mano como el niño que
fue y el hombre que me ayudó a ser.
Hoy
y siempre, esa caña, mi querido Dios, la levanto brindando por esa mujer que
nunca podré reemplazar y que me deja como consuelo que cada vez que levante los
ojos y mire al cielo, me hará ver no una madre, sino dos.