Como un suspiro; así han pasado estos días de meditación y recogimiento en una Semana Santa más.
Viví
mal una cuaresma de promesas incumplidas; de desvaríos sin centrar, de
transcurrir días siendo sólo eso, una sucesión de claridades con tinieblas.
Pero
llegó un hermoso domingo. Ese en el que batiendo palmas, vivimos con gozo la
ignorancia de una muerte tan inverosímil, como injusta y anunciada.
Hermosa
celebración con regusto a cortedad aun cuando
mis pies no notaron el descanso de quien pudo encontrar asiento.
Vivir
la Eucaristía, es hermoso, gratificante y enormemente aleccionador. Es la razón
de ser del creyente; es la búsqueda a la que tiende toda alma de bien. Y eso,
sí que lo he conseguido.
Vivir
en profundidad un Jueves y un Viernes que nunca serán cualquieras.
Llenarme
de pensamientos, de deseos, de confraternización, de sentido a todo el
sufrimiento de Quien hace dos mil años, murió por mí. Sentir que formo parte de
algo y respirar inciensos como quien respira vientos de hogar.
Ese
es mi verdadero sentido buscado y hallado en esos días de fiesta para unos y de
paz interior para mí.
Recé,
canté; canté y pensé; pensé y descubrí el sentido del cristiano.
Somos
Dios con Él y en Él y siempre rodaremos hacia el Padre cuando nuestro corazón
piense lo que la razón del cerebro niega como existencia; que Dios está en mí
buscándome, llamando a mi puerta y acompañando mi alma y mi vida hasta el día
en el que diga adiós a esta existencia para decir “hola” a la eternidad.
*Dedicado
a mi Dios, con el agradecimiento de quien sabe y quiere reconocer el mayor de
los sacrificios que un Amigo me puede dar; su vida para alcanzar yo esa otra
que nunca acaba.