"Quisiera saber llorar como un niño para sentirme mejor hombre"
"Vivo para creer; creo para vivir"

lunes, 2 de abril de 2018

Luces, cámaras, devoción

Se llenó de luces la estancia; donde había penumbra, se alumbraron los rincones del silencio. Todo medido, ensayado, casi cronometrado; los pasos, el momento, los gestos, las palabras; todo, estaba concienzudamente preparado y premeditado para que miles de personas de toda España pudieran contemplar liturgias de una semana que comenzando en Jueves, ha sido y será siempre la más Santa y grande para un cristiano que se precie de ello.
La televisión fue testigo y director de unos actos que por su trascendencia abarcan a millones de personas que creyeron, creen y creerán en unos hechos, en un hombre que supo morir como ninguno para que todas las generaciones viviéramos de un futuro eterno.
Una Catedral llena de cámaras, cables, operadores de cascos y micro ceñido en cabeza que con su trabajo aséptico y profesional mostraban lo que unos ojos podían ver.
Pero meditando, una cámara, una voz en off, un ojo artificial moviéndose en las alturas, jamás podrá mostrar el sentir de un cristiano ni el olor a incienso, ni los pensamientos de un corazón lleno de fe y esperanza.
Objetivamente, el hecho de televisarse todos esos actos desde mi querida Catedral, me hicieron sentir encorsetado en algo que no es lo que yo busco siempre en estos días.
El recogimiento, la meditación, el silencio y las enseñanzas en libros que sin ser de colegio enseñan vidas pasadas y futuras, brillaron por su ausencia en esas tardes de Oficios que esta vez, al menos para mí, carecieron de beneficios.
Un acto tan íntimo como que el mismo Jesús disfrazado de Obispo se humillara y besara un pie que siendo mío, en ese momento podía ser de cualquier alma con ganas de fe, se convirtió en una luz deslumbrante.
La luz de un gran foco que no paraba de recordarme que el Hermano que yo buscaba, era entonces ese otro gran hermano que vigila movimientos con un solo ojo lleno de electrónica.
No fueron nervios los que deslucieron mis sentimientos; no fueron guiones escritos los que impidieron vivir el momento; fue simple y llanamente, la falta de naturalidad, de sencillez, de soledad que uno busca entre tanta gente.
Así fueron esas liturgias vistas desde todos los ángulos que un enfoque de ojos sin vida pueden alcanzar.
Pero hay otros ángulos que jamás los avances tecnológicos llegarán a escudriñar para ser vistos.
Esos ángulos que sólo ve el corazón humano.
Esos otros momentos de pensamientos, recuerdos, historias lejanas, enseñanzas y comunión sin pan.
Unas maravillosas siete palabras de Jesús en la Cruz que pronunciadas, explicadas y meditadas por un sacerdote cuyo nombre desconozco pero conoceré; unas catequesis que hablaban de significados de días y celebraciones santas para acabar en una noche llena de gozo y resurrección; unas tuercas y maderos que apretados querían ser base de un Cristo crucificado; ese director sin orquesta que siendo quizás cansino, se ha convertido ya en tradición de nervios a templar, para no ahogarlo con todo el cariño.
Subir, bajar, sujetar, mover, repartir, escuchar, repetir… fueron verbos tradicionales en estas fechas en el mismo lugar y a las horas habituales de siempre.
Eché de menos familia, eché de menos amigos y gentes que sin serlo, hubiera querido que compartieran esas mañanas de reflexión en un templo alejado de esos focos, movimientos de gentes y falta de espontaneidad, para acabar quizás en un intercambio de opiniones o sentimientos al abrigo de un buen café o cervezas entre personas unidas por la fe.
No pudo ser; quizás otro año; quizás en otra ocasión.
Pero siempre digo que soy un tipo afortunado; que Dios me quiere y que nunca permitirá que llegue a percibir soledad sin buscarla.
Pude sentir y escuchar el abrazo del Amigo en una anciana que apoyada en una maltrecha muleta, con el cuerpo encorvado y los huesos desechos por el paso de los años junto a mí, de pie y admirando una figura que pareciera dormida, me pidió con toda la amabilidad y educación del mundo si podía ayudarla a besar a Quien dormía a los pies de un altar.
¿Cómo negarme a la voz de la fe? ¿Cómo negarme a acompañar la devoción que quizás me falte? ¿Cómo decir no a quien busca el sí verdadero?
Mis brazos la ayudaron y mi alma la abrazó para que dejara un beso en una imagen inerte que parecía cobrar vida.
Esa anciana que a duras penas pude incorporar y que con ojos al borde del llanto acertó a darme de lleno en la línea de flotación de mi sensibilidad cuando me dijo:

Ahora ya puedo marchar tranquila a casa; que Dios se lo pague por el bien que me ha hecho”.

Esa mujer me había regalado en unos segundos lo que unas luces y unas cámaras no podían conseguir; me regalaron un afianzamiento en mis convicciones de que un mundo sin Dios, sin Cristo, sin Jesús, sin devoción, no es mundo.
Y acabé rodilla en tierra, besando a Quien besó, y pronunciando una sola palabra:

G R A C I A S




*Al mundo entero pero particularmente a quien esto lea, le deseo una FELIZ PASCUA DE RESURRECCIÓN.