Ayer lo vi; sentí frío por el viento y ese
viento me hizo ver. Sentado allí, escuchando, lo vi. No quise parpadear; no
quise dejar instante ni palabra que se perdiera en el olvido y lo vi.
Una mujer hablaba. Una mujer conocida, querida
y admirada. Una mujer que luchó lo indecible para llevar a buen puerto la tarea
encomendada.
No era fácil; las circunstancias, las gentes,
corazones oxidados, verdades a medio gas, lágrimas sentidas, oídos sordos…
hacían difícil su misión.
Pero su fe pudo más; su tenaz fe pudo con todo.
Allí, frente a un público silencioso,
expectante, habló. Habló de agradecimientos, de emociones, de un Jefe Amigo…
Y habló de una Madre; de una Madre especial. De
aquella que en fino manto cobija lágrimas alumbrando oscuridades con luz de
esperanza.
Sin guion
previo, porque lo que está escrito en el corazón no necesita ser leído, se
refirió a Ella como sostén de lo que ha sido un trabajo duro pero grandiosa y
hermosamente reconfortante buscando un premio muy difícil de lograr:
PAZ
Esa paz que ahora veo en sus ojos;
esa paz, esa fortaleza que ahora transmite.
Paz
y perdón; perdón y fe; fe y esperanza.
No
hay nada más grande que haya podido alcanzar que esas tres palabras fundidas en
dos días y una vida futura.
Yo
vi a esa mujer que hablaba mientras dos manos sujetaban fuertemente sus
hombros. Dos manos amigas que un día recibieron el odio del mundo a golpe de
martillo y clavo y que ayer sostuvieron con el Amor más grande a quien por su
lucha, entrega, fortaleza y fe merece con creces ser feliz y vivir en paz.
Hace casi siete años, una brisa me
hizo sentir Su presencia.
Ayer,
pude Verle detrás de ti.
* Dedicado especialmente a mi hija Ana y a todos aquellos que hicieron posible que el Retiro de Effetá celebrado del 13 al 15 de abril en el Convento de la Inmaculada Concepción de Loeches fuera un acontecimiento memorable.