Rodeado de nadie; sentado a Tus
pies. Pensar en multitudes, era quimera;
pensar
en soledades, fue decepción.
Un cojín, un respaldo de pared; unas
cuentas, una fe; un niño en el pensamiento y un milagro de horizontes negros.
Preguntas en el pensamiento con
respuestas sin respuesta.
El objetivo era uno y las
oraciones dirigidas; pero la soledad me pudo. Me pudo la incomprensión, la
perplejidad, el desánimo, la fe escondida, la espalda del amigo o la falta de
fe en el ser humano. En el cercano y en el de la habitación de al lado.
Pensé en lo que no debía; miré
hacia afuera, hacia el resto sin tener en cuenta a la persona que soy yo y a
Quien en silencio me escuchaba. Error del que no aprendo o quizás no quiero
seriamente aprender.
Muchas fueron las ocasiones para
reconducir lo mal conducido; muchos fueron los momentos de pensar “hasta aquí”;
pero siempre tomando el mismo desvío para llegar a ninguna parte.
Pero si un día pensé que Dios me
quería, hoy digo: “Dios me quiere”.
Porque en ese silencio
engalanado de soledad y pensamientos de abandono, Tu palabra me habló al oído.
“No estás solo, me dijiste; me
tienes a Mí. Y tienes a un niño que te espera, a unos padres que te escuchan y
necesitan que les hables y reconfortes. Olvídate del resto; no importan. Tu
misión es clara; tu objetivo, definido; céntrate en él“.
Dicho y hecho; el pensamiento se
hizo palabra y las palabras, oración; las cuentas pasaron rápida pero
intensamente con la mente y corazón en una isla a muchos kilómetros de allí.
Lo que vino después, ya fue
rutina. Pero atrás quedaron un cojín, una pared, Un Señor, un deseo y un
AMÉN
* A Alfie Evans y sus padres. Con la esperanza de un milagro y la certeza de ser un niño de Dios.