Las
prisas nunca son buenas; el afán por alcanzar en tiempo y forma las metas, en
ocasiones, tampoco. Lástima que como en otras muchas ocasiones nos demos cuenta
algo tarde.
Recordando
los pasos andados, los lugares transitados y el sentido dado a una experiencia
ya de por sí atrayente como es la de realizar el camino de Santiago, me doy
cuenta de los errores o digamos novatadas de inexperto.
En
nuestra defensa diré que éramos totalmente primerizos en algo así. No ya como
senderistas, que también, sino como almas que no aprovecharon en su plenitud lo
que Dios creó para nosotros .
Pienso que transitamos por un camino paralelo, pero diferente al que
deberíamos haber hecho.
Echando
la vista atrás, me doy cuenta que fue un error involuntario pero mayúsculo
transitar por esos caminos, calles, montes y paisajes con las prisas de quien
quiere a toda costa llegar a la meta con el tiempo suficiente para alcanzar una
buena mesa y mantel en la que reponer fuerzas para el día siguiente.
Y
es ahora cuando la rutina nuevamente nos envuelve en la gran ciudad, cuando
esos tres que recorrieron una pequeña parte de Galicia, abren los ojos a ese
otro camino que pudo ser y no fue.
No
nos arrepentimos por ello, porque de los errores se aprende en ocasiones mucho
más que de los aciertos y sólo tenemos que dar gracias a Dios porque para
empezar y no está nada mal, conseguimos finalizar la peregrinación sin mayor
novedad que alguna rodilla maltrecha y unas ampollas traicioneras.
Pero
ahora y con la vista puesta en otro mañana, percibo que fueron muchas las cosas
que perdimos en ese camino.
Perdimos
el sonido de nuestras propias pisadas; el agua del riachuelo que bajo nuestros
pies nos gritaba “haz un alto y descansa en mí tus pies”; la escucha de nuestra
propia respiración jadeante en empinadas cuestas; perdimos la soledad necesaria
también en algún momento de reflexión individual aunque fuéramos más allá de
uno; perdimos amaneceres entre los árboles con la necesaria contemplación del
milagro de un nuevo día; la mirada del animal que tranquilo pace en verdes
valles; el trinar del ave que sin verla acompaña campos y vientos; unas nubes
en el cielo con su azul más cielo que nunca; el cobijo de un árbol; el
semblante del peregrino que irradia felicidad o de aquel otro que por el
contrario despide sufrimiento. Perdimos quizás alguna charla de taberna en
aldeas y un cantero de pan con un poco de queso y quizás un chorizo o jamón que
degustar a la sombra de cualquier árbol y vino de la tierra. Perdimos en
definitiva todo aquello que las prisas del hombre moderno nos roba.
¿Arrepentimiento?
Nunca
¿Aprendizaje?
Siempre
Perdimos
muchas cosas, sí; pero también encontramos muchas otras. Encontramos el
espíritu de superación; nos dimos cuenta que aún en circunstancias adversas,
somos capaces de superarnos a nosotros mismos.
Reconocimos
la necesidad de un abrazo; el poder de una sonrisa; la esencia de unos ojos sin
maldad en un perro; el poder del silencio en un templo perdido o aquel otro que
siendo pariente de la cercana Catedral nos envolvió con el recogimiento
imposible de encontrar en aquella que alberga multitudes; el dulce canto de
unas monjitas tras unas rejas o de un grupo de peregrinos portugueses cantando
su fe.
Degustamos
la amabilidad de las gentes y el compartir sueños o ronquidos a partes iguales
con personas que muy probablemente nunca volveremos a ver; superamos etapas a
golpe de mojones kilométricos y desayunos bajo un sol reconfortante; subidas
infames y bajadas criminales y aunque alguna bajada era hasta denunciable, sin
rencor.
Una
llegada a Santiago de Compostela a son de Louis Armstrong y la sonrisa de unos
peregrinos extranjeros tan felices con su música y su fe.
Y
el perdón en mayúsculas que el Señor quiso regalarnos a un señor mayor y a mí
que tuvimos un encontronazo dialéctico sin razón por ambas partes. Pero ya es “casualidad”
que al día siguiente en un lugar muy diferente y a varios kilómetros de la ira
del día anterior, zanjáramos con una mirada sincera, un abrazo y unas palabras
que grabé en lo profundo:
¿Sin rencor, verdad? Buen
camino
Hoy, nos quedan
los recuerdos y una hucha que sin ser la más hermosa, espero, deseo y rezo por ello, pueda llenarse de
buenas intenciones para volver a caminar con paso firme, oído dispuesto y el
alma de par en par siguiendo siempre una flecha amarilla para encontrar la meta final del encuentro con nosotros mismos.
P.D. Al Señor, a una hermosísima Virgen peregrina, a mi gente y a todos aquellos que de una u otra forma hicieron de este camino un recuerdo imborrable, G R A C I A S y B U E N C A M I N O.