Se
llenó de luces la estancia; donde había penumbra, se alumbraron los
rincones del silencio. Todo medido, ensayado, casi cronometrado; los
pasos, el momento, los gestos, las palabras; todo, estaba
concienzudamente preparado y premeditado para que miles de personas
de toda España pudieran contemplar liturgias de una semana que
comenzando en Jueves, ha sido y será siempre la más Santa y grande
para un cristiano que se precie de ello.
La
televisión fue testigo y director de unos actos que por su
trascendencia abarcan a millones de personas que creyeron, creen y
creerán en unos hechos, en un hombre que supo morir como ninguno
para que todas las generaciones viviéramos de un futuro eterno.
Una Catedral llena de cámaras, cables, operadores de cascos y micro
ceñido en cabeza que con su trabajo aséptico y profesional
mostraban lo que unos ojos podían ver.
Pero meditando, una cámara, una voz en off, un ojo artificial moviéndose
en las alturas, jamás podrá mostrar el sentir de un cristiano ni el
olor a incienso, ni los pensamientos de un corazón lleno de fe y
esperanza.
Objetivamente,
el hecho de televisarse todos esos actos desde mi querida Catedral,
me hicieron sentir encorsetado en algo que no es lo que yo busco
siempre en estos días.
El
recogimiento, la meditación, el silencio y las enseñanzas en libros
que sin ser de colegio enseñan vidas pasadas y futuras, brillaron
por su ausencia en esas tardes de Oficios que esta vez, al menos para
mí, carecieron de beneficios.
Un
acto tan íntimo como que el mismo Jesús disfrazado de Obispo se
humillara y besara un pie que siendo mío, en ese momento podía ser
de cualquier alma con ganas de fe, se convirtió en una luz
deslumbrante.
La
luz de un gran foco que no paraba de recordarme que el Hermano que yo
buscaba, era entonces ese otro gran hermano que vigila movimientos
con un solo ojo lleno de electrónica.
No
fueron nervios los que deslucieron mis sentimientos; no fueron
guiones escritos los que impidieron vivir el momento; fue simple y
llanamente, la falta de naturalidad, de sencillez, de soledad que uno
busca entre tanta gente.
Así
fueron esas liturgias vistas desde todos los ángulos que un enfoque
de ojos sin vida pueden alcanzar.
Pero
hay otros ángulos que jamás los avances tecnológicos llegarán a
escudriñar para ser vistos.
Esos
ángulos que sólo ve el corazón humano.
Esos
otros momentos de pensamientos, recuerdos, historias lejanas,
enseñanzas y comunión sin pan.
Unas
maravillosas siete palabras de Jesús en la Cruz que pronunciadas,
explicadas y meditadas por un sacerdote cuyo nombre desconozco pero
conoceré; unas catequesis que hablaban de significados de días y
celebraciones santas para acabar en una noche llena de gozo y
resurrección; unas tuercas y maderos que apretados querían ser base
de un Cristo crucificado; ese director sin orquesta que siendo quizás
cansino, se ha convertido ya en tradición de nervios a templar, para
no ahogarlo con todo el cariño.
Subir,
bajar, sujetar, mover, repartir, escuchar, repetir… fueron verbos
tradicionales en estas fechas en el mismo lugar y a las horas
habituales de siempre.
Eché
de menos familia, eché de menos amigos y gentes que sin serlo,
hubiera querido que compartieran esas mañanas de reflexión en un
templo alejado de esos focos, movimientos de gentes y falta de
espontaneidad, para acabar quizás en un intercambio de opiniones o
sentimientos al abrigo de un buen café o cervezas entre personas
unidas por la fe.
No
pudo ser; quizás otro año; quizás en otra ocasión.
Pero
siempre digo que soy un tipo afortunado; que Dios me quiere y que
nunca permitirá que llegue a percibir soledad sin buscarla.
Pude
sentir y escuchar el abrazo del Amigo en una anciana que apoyada en
una maltrecha muleta, con el cuerpo encorvado y los huesos desechos
por el paso de los años junto a mí, de pie y admirando una figura
que pareciera dormida, me pidió con toda la amabilidad y educación
del mundo si podía ayudarla a besar a Quien dormía a los pies de un
altar.
¿Cómo
negarme a la voz de la fe? ¿Cómo negarme a acompañar la devoción
que quizás me falte? ¿Cómo decir no a quien busca el sí
verdadero?
Mis
brazos la ayudaron y mi alma la abrazó para que dejara un beso en
una imagen inerte que parecía cobrar vida.
Esa
anciana que a duras penas pude incorporar y que con ojos al borde del
llanto acertó a darme de lleno en la línea de flotación de mi
sensibilidad cuando me dijo:
“Ahora
ya puedo marchar tranquila a casa; que Dios se lo pague por el bien
que me ha hecho”.
Esa
mujer me había regalado en unos segundos lo que unas luces y unas
cámaras no podían conseguir; me regalaron un afianzamiento en mis
convicciones de que un mundo sin Dios, sin Cristo, sin Jesús, sin
devoción, no es mundo.
Y
acabé rodilla en tierra, besando a Quien besó, y pronunciando una
sola palabra:
*Al mundo entero pero particularmente a quien esto lea, le deseo una FELIZ PASCUA DE RESURRECCIÓN.