El lugar, un bar; el motivo, un encuentro necesario.
Dos cafés en día frío y dos tostadas untadas de
mantequilla, melocotón y franquezas.
Era necesario que ese hombre y esa mujer por fin, después
de tantos años mantuvieran una conversación en busca de consejo, comprensión y
sinceridad mutuos.
No es buen año para ella; tampoco para él. Nubarrones
cargados de precipitaciones amenazan con descargar torrentes de palabras, obras
y omisiones.
Él la escucha; ella medita, explica y abre el tarro de
las esencias de quien ha madurado una personalidad que quizás ya tenía y nadie
acertó a descubrir.
Recorren juntos acontecimientos, situaciones, proyectos y
acciones futuras con el único fin de encontrar sentido entre tanto sinsentido.
Y llegado a un punto, esa mujer mira con hermosos ojos
llorosos a ese hombre pronunciando una frase enmarcada en verdadera sabiduría y
sentido espiritual.
“Estoy recibiendo más gracias, que desgracias”
No hay nada más complejo que aprender de los reveses; no
hay nada más maduro y profundo que
sentirse agraciado entre tanta desgracia y mirar futuros de esperanza y paz
interior. Lo vivido, vivido está; lo sentido, sentido estará; pero lo que
quizás resulta más difícil de aunar, es fe con contrariedad y paz entre tanto
interrogante.
Pero para eso están las conversaciones solitarias con
Quien nunca nos deja solos y acaba siendo el mejor consejero que nadie pueda
buscar y tener.
Ese hombre, se sorprendió de una madurez que no descubrió
hasta ahora en quien un día le arropó con humor de niñez.
Es bueno dar gracias y las da y aún mejor encontrar
gracias en desgracias en un día cualquiera en
cualquier bar y con una mujer extraordinaria que sigue dándole aún más sentido
a esta vida de fe que le ha tocado vivir con sabor a dulce de melocotón.
A ella, a Él, gracias.