"Quisiera saber llorar como un niño para sentirme mejor hombre"
"Vivo para creer; creo para vivir"

lunes, 17 de abril de 2017

Alma cántaro



Éste sería perfectamente el apelativo que pudiera añadir a mi nombre y dos apellidos.

¡Qué frágil es el alma y la fe de quien no se asienta con cimientos profundos cuando los vientos y tempestades de la vida nos hacen tambalear!
Cuando en la escalada de la fe, la nuestra permanece aún en el campamento base, algo, alguien o un estímulo, son necesarios en ocasiones para retomar cordajes, pertrecharnos de fuerza de voluntad y reanudar la ascensión hacia la cima que todo buen cristiano debería al menos, intentar alcanzar.
Sentirse en ocasiones abstraído por el pesimismo, la desgana, el flaqueo de fuerzas, es humano. Incluso el Divino con toda Su Divinidad también tuvo momentos de flaqueza.
Más aún yo, pobre e ignorante Don Nadie que hago míos problemas donde no los hay; rutinas que no lo son o incluso personas que seguramente sin serlo, me propongo en ver como nocivas.
Y es en esos momentos en los que lo que yo llamo “casualidades”, se convierten en realidades a tiempo completo.
Pasó la Semana Santa y olvidé una Cuaresma sin Cuaresma.
No esperé nada inusual; mismos lugares, mismas celebraciones, iguales liturgias, procesiones y encuentros con personas y almas de siempre.
Pero sí ha sido diferente. Cuando menos uno lo espera, ahí actúa Quien siempre lo hace y pocas veces somos capaces de reconocer.
Sin motivo ni necesidad aparente, un amigo te invita a cantar a Dios rodeado de hombres que un día serán mis pastores entre tanta oveja descarriada que vagamos por el mundo.
Me tuve que armar de valor e incluso disfrazar mi fe de blanca alba.
Pero ¿cómo negarme si a ciencia cierta sé y sabré siempre que quien me empujó a hacerlo no fue nadie con alzacuello sino el Mismo Amigo, Colega y Señor que me hizo forzosamente voluntario a seguirle entre corcheas colgando de pentagramas?
No fue orgullo sino honor; no fue canto sino alabanza; no fui yo sino alguien mejor que yo quien se vistió de fe en un Jueves y Viernes que además de Santos, serán imborrables en mí.
Pero hubo más, mucho más. Hubo perdón, penitencia y propósito.
Hubo comunión con Dios y con mis gentes de bien; camaradería, risas, enfados disimulados, trabajo, torrijas y bacalao.
El gran abrazo del amigo enfermo que no necesita hablarme para expresarme lo que ambos sentimos mirándonos a los ojos.
Una caricia a un pelo corto de mujer que tomó su cruz con la convicción y la fortaleza de quien sabe que su fe es mayor que sus miedos.
Guante blanco acariciando madero, crucificado y espaldas en abrazos de porteadores que cumplieron con su deber.
Una mujer tranquila, muy tranquila, envuelta en dolor, leyendo como nunca palabras de Dios en la noche más especial de todas sabiendo que a sus espaldas era sostenida por un Espíritu más Santo que nunca.
Una hija que supo ver al Señor sentado a su lado con forma de pedigüeña habitualmente apartada por la insensibilidad humana a precio de una taza de café.
Aquella otra hija, que quiso enviarme desde lejos una fotografía de hoguera de fuego eterno.
En definitiva, tantas y tantas cosas que poco a poco van llenando esa alma cántaro que sólo busca no romperse jamás. 



P.D. No voy a dar nombres porque prefiero brindis y abrazos con las personas que han hecho posible que esta Semana Santa sin ser especial, realmente lo haya sido.
Si sólo pudiera poner un pero a estos días, sería el de que corrió mucha fe, pero poca cerveza. Tiempo habrá de retomar caminos y espuma blanca.