¡Qué frágil es el
alma y la fe de quien no se asienta con cimientos profundos cuando los vientos
y tempestades de la vida nos hacen tambalear!
Cuando en la
escalada de la fe, la nuestra permanece aún en el campamento base, algo,
alguien o un estímulo, son necesarios en ocasiones para retomar cordajes, pertrecharnos
de fuerza de voluntad y reanudar la ascensión hacia la cima que todo buen
cristiano debería al menos, intentar alcanzar.
Sentirse en
ocasiones abstraído por el pesimismo, la desgana, el flaqueo de fuerzas, es
humano. Incluso el Divino con toda Su Divinidad también tuvo momentos de
flaqueza.
Más aún yo, pobre e
ignorante Don Nadie que hago míos problemas donde no los hay; rutinas que no lo
son o incluso personas que seguramente sin serlo, me propongo en ver como
nocivas.
Y es en esos
momentos en los que lo que yo llamo “casualidades”, se convierten en realidades
a tiempo completo.
Pasó la Semana Santa
y olvidé una Cuaresma sin Cuaresma.
No esperé nada
inusual; mismos lugares, mismas celebraciones, iguales liturgias, procesiones y
encuentros con personas y almas de siempre.
Pero sí ha sido
diferente. Cuando menos uno lo espera, ahí actúa Quien siempre lo hace y pocas
veces somos capaces de reconocer.
Sin motivo ni
necesidad aparente, un amigo te invita a cantar a Dios rodeado de hombres que
un día serán mis pastores entre tanta oveja descarriada que vagamos por el
mundo.
Me tuve que armar de
valor e incluso disfrazar mi fe de blanca alba.
Pero ¿cómo negarme si
a ciencia cierta sé y sabré siempre que quien me empujó a hacerlo no fue nadie
con alzacuello sino el Mismo Amigo, Colega y Señor que me hizo forzosamente
voluntario a seguirle entre corcheas colgando de pentagramas?
No fue orgullo sino
honor; no fue canto sino alabanza; no fui yo sino alguien mejor que yo quien se
vistió de fe en un Jueves y Viernes que además de Santos, serán imborrables en
mí.
Pero hubo más, mucho
más. Hubo perdón, penitencia y propósito.
Hubo comunión con
Dios y con mis gentes de bien; camaradería, risas, enfados disimulados,
trabajo, torrijas y bacalao.
El gran abrazo del
amigo enfermo que no necesita hablarme para expresarme lo que ambos sentimos
mirándonos a los ojos.
Una caricia a un
pelo corto de mujer que tomó su cruz con la convicción y la fortaleza de quien
sabe que su fe es mayor que sus miedos.
Guante blanco
acariciando madero, crucificado y espaldas en abrazos de porteadores que
cumplieron con su deber.
Una mujer tranquila,
muy tranquila, envuelta en dolor, leyendo como nunca palabras de Dios en la
noche más especial de todas sabiendo que a sus espaldas era sostenida por un
Espíritu más Santo que nunca.
Una hija que supo
ver al Señor sentado a su lado con forma de pedigüeña habitualmente apartada
por la insensibilidad humana a precio de una taza de café.
Aquella otra hija,
que quiso enviarme desde lejos una fotografía de hoguera de fuego eterno.
En definitiva,
tantas y tantas cosas que poco a poco van llenando esa alma cántaro que sólo
busca no romperse jamás.
P.D. No voy a dar
nombres porque prefiero brindis y abrazos con las personas que han hecho
posible que esta Semana Santa sin ser especial, realmente lo haya sido.
Si sólo pudiera
poner un pero a estos días, sería el de que corrió mucha fe, pero poca cerveza.
Tiempo habrá de retomar caminos y espuma blanca.