Esas
mochilas, esos abrigos, esas personas, van repletas de obligaciones, de deseos,
de peticiones, de sueños sin conciliar, de cansancios acumulados.
El silencio
y unas calles solitarias son los únicos
testigos de unos pasos decididos de todas esas gentes que se dirigen a sus
lugares de encuentro, dejando atrás familias, calores de hogar o el resguardo
de un descanso reparador.
Yo soy uno
de esos locos que han llegado a un punto en el que la conjugación de obligación
o devoción se entremezclan para dar paso a otro sentimiento más profundo y en
muchas ocasiones, muy difícil de explicar; la FE.
Hoy, sólo
quiero relatar cómo me he sentido cara a cara con Ese Amigo al que visito
regularmente cada semana a horas intempestivas
en una pequeña Capilla de Adoración Perpetua.No sé exactamente el motivo, pero en cierto momento, vino a mi mente un personaje que en su locura, una noche, la pasó en vela como yo con un propósito fijo en su desordenada mente.
Este personaje, de nombre Alonso de Quijano, dio por bueno su esfuerzo para alcanzar un fin.
Veló armas Don Quijote; veló armas con locura y consiguió al fin ser investido caballero de armadura ese que llamaban “de la triste figura”.
Yo no quiero ser caballero.
Prefiero ser
escudero y velar esa armadura que no es otra que mi Señor.
Él es mi
escudo y protege; Él es quien me escucha, atiende, comprende y aconseja; me
acompaña en mil batallas y ha sido capaz siempre de hacerme sentir que mis
desvelos, sirven para algo.
Necesito
poco para esa vela. Lo que yo llamo mi pequeño hatillo de oración. Pocas cosas que
encierran algo grande.¡Con qué poco, se consigue tanto!.
Porque con tan poco y buenos sentimientos,
siempre consigo que ese Luis que entró por una puerta, salga por la misma
totalmente renovado, fortalecido y feliz.Ojalá nunca me falte un caramelo; que nunca me falte una oración.