"Quisiera saber llorar como un niño para sentirme mejor hombre"
"Vivo para creer; creo para vivir"

jueves, 12 de febrero de 2015

Velando armas

Cuando la ciudad duerme, cuando el frío del invierno azota con toda su crudeza, no faltan locos por el mundo que pertrechados en abrigos y con mochilas al hombro, inician viaje al encuentro del Amigo.

Esas mochilas, esos abrigos, esas personas, van repletas de obligaciones, de deseos, de peticiones, de sueños sin conciliar, de cansancios acumulados.
El silencio y  unas calles solitarias son los únicos testigos de unos pasos decididos de todas esas gentes que se dirigen a sus lugares de encuentro, dejando atrás familias, calores de hogar o el resguardo de un descanso reparador.

Yo soy uno de esos locos que han llegado a un punto en el que la conjugación de obligación o devoción se entremezclan para dar paso a otro sentimiento más profundo y en muchas ocasiones, muy difícil de explicar; la FE.
Hoy, sólo quiero relatar cómo me he sentido cara a cara con Ese Amigo al que visito regularmente cada semana  a horas intempestivas en una pequeña Capilla de Adoración Perpetua.

No sé exactamente el motivo, pero en cierto momento, vino a mi mente un personaje que en su locura, una noche, la pasó en vela como yo con un propósito fijo en su desordenada mente.

Este personaje, de nombre Alonso de Quijano, dio por bueno su esfuerzo para alcanzar un fin.
Veló armas Don Quijote; veló armas con locura y consiguió al fin ser investido caballero de armadura ese que llamaban “de la triste figura”.

Yo no quiero ser caballero.

Prefiero ser escudero y velar esa armadura que no es otra que mi Señor.
Él es mi escudo y protege; Él es quien me escucha, atiende, comprende y aconseja; me acompaña en mil batallas y ha sido capaz siempre de hacerme sentir que mis desvelos, sirven para algo.

Necesito poco para esa vela. Lo que yo llamo mi pequeño hatillo de oración. Pocas cosas que encierran algo grande.¡Con qué poco, se consigue tanto!.
Porque con tan poco y buenos sentimientos, siempre consigo que ese Luis que entró por una puerta, salga por la misma totalmente renovado, fortalecido y feliz.

Ojalá nunca me falte un caramelo; que nunca me falte una oración.