La chica
Finisterre es la sonrisa perenne en un rostro joven de mujer. Una mujer que
decidió un buen día marcarse como reto una peregrinación fuera de toda lógica y
grandeza. Porque grande, muy grande se vislumbra el reto de peregrinar desde
Finisterre a Jerusalén ayudada “únicamente” por sus pies, una mochila a la
espalda y una fe mirando al cielo de esas que estoy seguro deben provocar, más
allá de las nubes, el mismo rictus de admiración que sin duda provoca en
quienes aquí abajo la seguimos desde hace ya algún tiempo.
Quizás esta chica
habrá tenido o tendrá momentos de soledad sintiéndose verdaderamente sola, pero
además de su fe inquebrantable, debe saber que detrás de ella vamos miles y
miles de personas que sin vernos, alentamos cada uno de sus pasos, cada uno de
sus sufrimientos, sonrisas y encuentros con Dios y consigo misma.
Porque para quienes
piensen que Dios no existe o es algo así como una quimera, les diría que ese
Dios es Aquel que la recibe con las puertas abiertas de corazones y casas en
cada uno de los lugares en los que va
haciendo escala.
Son seis mil
kilómetros; son más de siete meses de camino ya recorrido cruzando países,
idiomas y costumbres; pero todo con el denominador común de la fe y el esfuerzo.
Y más allá de la fe que contagia, de esa sonrisa que transmite, está la
enseñanza particular en mí de una persona valiente como pocas que en un mundo
como el nuestro cegado por nubes oscuras, ve brillar entre ellas un rayo de
esperanza con nombre de mujer.
*Mi admiración más
absoluta y oraciones por Carlota Valenzuela con el deseo de que Dios y la
Virgen la guíen y pueda llegar con la sonrisa de siempre al lugar donde todo
empezó.
Quien
bien me conoce, sabe que la música y yo formamos buena pareja casi desde que
nací. Mi oído se educó entre clásicos de rock, heavy, contry, blues, baladas y
músicas iluminadas por grandes bolas de cristales en lo que antes eran discotecas
y ahora no sé muy bien cómo denominar.
He
mantenido siempre la certeza de que si algún día pierdo el interés por la
música, habrá llegado el momento de decir claramente que mi mente es demente y
podrán sacrificarme como a un caballo del lejano oeste que se rompió una pata
corriendo por algún polvoriento camino de Oklahoma.
Queen,
Rolling Stones, Springsteen, Dire Straits, Fito y muchos otros etcéteras,
forman parte del repertorio que habitualmente reproduzco en el propio ordenador
del trabajo. No molesto a nadie; es más, algún compañero e incluso jefes me han
pedido alguna que otra de esas selecciones que siempre me gusta tener como
fondo de cualquier jornada laboral que me lo permita.
Pero
ayer resultó curioso que dos compañeros en diferentes momentos se me acercaran
y me preguntaran: ¿De dónde has sacado la música que tienes puesta Luismi?
Con
media sonrisa, sólo pude contestarles… “Una larga historia para contar mientras
tomamos unas buenas birras”. Dicho y hecho.
Una mochila amarilla asoma de
una maleta desecha. Atrás quedaron kilómetros de cielo azul y nubes blancas. Y
atrás quedaron también pedacitos de nuestra historia. Simplemente cinco días de
nuestra vida, que dibujan en mí una mueca de nostalgia. No es necesario el paso
de un tiempo lejano para echar de menos lo vivido.
Días de soles justicieros por
caminos, calles y montes; de piedras sin fin y corazones de piedra que no
resistieron una lluvia intensa de emociones.
Días de músicas, banderas y
lenguas mezcladas en unas gentes que muchas veces tomados por locos, son locura
hermosa de unión fraterna.
Podrán decirnos que nuestra fe
se viste de invisibles certezas; quizás tengan razón, pero la caricia del
viento también lo es y siempre será bienvenida en la piel y el alma de quien
necesita un asomo de dulzura en un mundo tan inhóspito como el que estamos
creando.
He visto en cinco días muchas
miradas al cielo y mucha gente arrodillada en lo más bajo de un pensamiento.
He visto y oído el testimonio
de un hombre cuya soledad resumió en una total falta de amor de la gente, de un
Dios e incluso de un demonio que buscara su amistad. Me sobrecogió el hecho de
poder sufrir una soledad tan atroz teniendo como única compañera una siniestra
heroína para empujarle al vacío de la desesperación. Pero una mano amiga
rescató su cuerpo y su espíritu y hoy es una de esas almas que pueden recibir
el título de verdaderas HEROÍNAS en un mundo que suele mirar hacia el otro lado
de unas gentes que quizás sólo necesitaban un abrazo que les confortara. Me
quito el sombrero ante todos los que han conseguido remontar desde lo más
profundo una vida que nunca merecieron vivir.
He compartido mesa, mantel,
risas y asombros con personas de todos los puntos cardinales de un país como el
nuestro que sabiendo estar unido, quizás se esfuerza en hacer difícil lo fácil.
¡Que hermoso es ver que cuando nos mueve un mismo sentimiento, no hay lengua,
lugar ni ideología que impida que el ser humano se entienda movido más por el
corazón que por la cabeza!.
Durante cinco días, todos
fuimos conocidos perfectamente desconocidos. Sin embargo, se han creado
vínculos que ojalá perduren en un tiempo nuevo y maravillosamente esperanzador.
Fui buscando una devoción por
una Virgen que permanece aún escondida sin saltar al terreno de juego en el que
el Señor sí que juega como titular indiscutible de un equipo que sólo formamos
dos. No encontré esa devoción buscada, pero sí que siento la certeza de que una
semilla voló conmigo desde tierras tan lejanas para ir brotando en mí sin
prisas; macerando lo visto y escuchado y sobre todo, lo percibido con esos
otros sentidos que un hombre como yo debe aprender a desarrollar.
No tengo prisas por encontrar
esa devoción que quizás nunca llegue. Sé que una Madre vestida de blanco como
aquella que dejé en aquel lugar del que vengo, nunca abandona a un hijo por muy
distraído que se encuentre dentro de su propia fe.
Mil detalles guardo más en una
hoja de papel que en una memoria tan maltrecha como la mía. Pero hay cosas que
no necesitan de memoria porque quedan grabadas para siempre en ese rincón que
todos tenemos dentro en el que guardamos de lo bueno, lo mejor.
Viviría mil veces lo vivido;
brindaría mil veces por un futuro como este reciente pasado y ajustaría a mis
espaldas una mochila amarilla que vistió mi ser de un tipo que siendo como yo,
regresó intentando ser mejor.
*Dedicado a todas las personas
que hicieron posible que lo que parecía imposible, se convirtiera en una
hermosa realidad.No daré nombres porque
no sería justo olvidar a nadie y todos de una u otra forma, sois protagonistas
de esta hermosa historia.
Regresé con la certeza de que
mi familia se agrandó con más de ciento veinte nuevos hermanos en la fe y
aunque quizás a la gran mayoría no os vuelva a ver, os guardo igualmente en mis
oraciones y rezaré por vosotros y vuestras familias. Y desde este mi pequeño
rincón que más que mío es vuestro, brindo por un mejor futuro para todos.
Mi agradecimiento más profundo
al pueblo de Medjugorje y a su Reina con el pensamiento de que algún día
volveré.
Recordar también a esos hermanos polacos que han fallecido en accidente de tráfico al dirigirse en peregrinación también a Medjugorje. Que Dios los reciba en su Gloria y dé consuelo a sus familias.
Y cómo no, a esa otra reina de la casa que un día me dijo; "Luismi, me ha dicho la Virgen que tenemos que ir a Medjugorje". La Virgen dice... Gracias Mercedes.