Allá
donde el tiempo se detuvo; donde una maquinaria dejó de funcionar y sus
engranajes se oxidaron con ese otro inexorable tiempo que no deja de avanzar
para permanecer en una sempiterna hora de las doce y dieciséis; donde el olor a
incienso permanece en las alturas; donde la tenue luz se hace íntima y los
sonidos se hacen apenas audibles.
Donde
arrodillarse no es rendición sino alabanza y donde los silencios son gritos al
alma, allá me llevan los pasos de quien como yo busca respuestas a un mundo
inmundo.
No
es costumbre, ni hábito, obligación, ni automatismo existencial.
Quizás
es la búsqueda incesante del hombre que soy yo, con el que realmente quisiera
ser. Es el regreso al origen de donde todo partió y hacia donde todos tendemos
a ir de una u otra forma.
Incomprensible
para muchos, insondable para algunos e incluso odiada por otros, la fe se viste
de historia en piedra y mármol.
Cruzar
sus puertas, para mí es estar en casa. Un viaje al interior del pasado y una de
las puertas para llegar al futuro que grita la historia de sus cimientos.
Golpes
de pecho la pueblan. Quizás algunos de esos golpes no debieran ir dirigidos a
otro lugar que no fuera al de la hipocresía de gentes que queriendo disfrazarse
de lo que no son, se engalanan de falsedad.
Pero
estos, no debieran emborronar ni amargar el buen caldo que se cuece a fuego
lento dentro de los corazones y las almas de bien que la habitan.
Unos
vistiendo en negros colores, otros vistiendo en multicolores prendas.
Pero
todos, con un nexo común. Ese Señor presente en lo invisible de un Credo y que
callado abre brazos de amistad y amor a quien se deje abrazar.
Pero
¡qué difícil es eso de mantener la fe en buen estado de revista!
Tenerla
impoluta de sucios pensamientos, actos impuros, envidias, críticas, malhumores,
recelos… y tantas y tantas cosas que alejan el bien del Bien.
Como
un arma lista para el combate, deberemos mantenerla limpia y engrasada. Con su
mira y mirada bien ajustada o como diría muy acertadamente una amiga, midiendo
bien el calibre de nuestra fe.
Una
expresión que me parece acertadísima para quien pretenda ajustar la mira telescópica
que todos llevamos con el fin de ver con nitidez el objetivo final de quien
sale a cazar el bien por esos mundos de Dios.
¡Buena
caza!