En un rincón, acurrucada, amedrentada, incomprendida y olvidada, casi no se
atreve a salir.
Muchos le hicieron daño. Muchos fueron los que se alejaron de ella y
ninguno se atrevió a mirar atrás mientras la abandonaban sin piedad.
¿Qué mal causó? Sólo quiso hacer el bien. Sus ojos vidriosos aún esperan
una mano amiga. Alguien que llegue a comprender entre tanta incomprensión.
De nada sirvieron sus súplicas. Sus llamadas dejaron de ser escuchadas
y toda su grandeza, toda su bondad, acabaron en el ocaso del olvido.
La dulzura de sus palabras, dejaron de calar hondo en el corazón del
hombre.
Un hombre demasiado ocupado en sí mismo. Un hombre perdido en el egoísmo,
la egolatría, la política, el dinero.
Un corazón de piedra escudado en sus propios miedos que no quiere dejar
pasar nada que se engalane con el vestido de la humildad.
Por eso la abandonó. Mil excusas le bastaron para no fiarse de ella y
prefirió dejarla al margen de su existencia.
Pero ella, aún siendo abandonada, siempre encontrará un momento de perdón,
de reconciliación, de cobijo en su regazo. Porque su luz, nunca se apaga y su
casa siempre permanecerá abierta.
Y hoy, en estos malos tiempos que nos ha tocado vivir, más que nunca,
necesito cobijarme en ella. Necesito su calor, su tierno abrazo.
Y sé que esas dos manos que ofrezco, las apretará con fuerza, me mirará a
los ojos y una luz de esperanza se reflejará en ellos.