En
ocasiones, las casualidades, coincidencias o simplemente el destino, nos llevan
a pensar en hechos, relatos o vivencias que sin saber muy bien el motivo,
vienen a nuestra mente.
Las tres y
cuarto de la madrugada, seguramente no sea una hora demasiado común para que
una persona piense en lo que un día ocurrió en un monte de nombre Tabor y un
hecho tan extraordinario como la Transfiguración del Señor.
Pero si esa
hora es aprovechada en un intimista espacio como una pequeña capilla de
adoración perpetua, la cosa va teniendo un mayor sentido.
Son esos
momentos que llegan como ráfagas, como uno de esos vientos que nos azotan al
abrir una ventana.
Con mi
maltrecha garganta y escombrado cuerpo desecho por uno de esos antibióticos que
te dejan para un arrastre sin puntilla, no era muy común que acudiera y me abdujera
un pensamiento que a un tal Pedro hace mucho, mucho tiempo, también le vino a
la boca:
“Qué bien se está aquí”