Desde pequeños, un redoble de tambor nos hacía pensar en
algo que estaba a punto de suceder. Una cierta tensión en el ambiente cuando el
trapecista, el mago, o simplemente la persona que hacía intento de algo
extraordinario se disponía a culminar su propósito.
Hoy es un día de vísperas; un día de nervios ajenos, de
incertidumbres en el ambiente y sobre todo de inquietud en dos personas muy
queridas para mí.
Dos amigos, hombre y mujer, separados por los suficientes
años de existencia como para no coincidir en demasiadas cosas que les pudiera
unir.
Pero existen nexos comunes y uno en especial que ni el
más potente de los disolventes pudiera destruir: su fe.
Ambos han padecido en sus carnes el mal del siglo
presente y pudiéramos decir que también del pasado. Hablar de cáncer, es hablar
de miedos y techos que se nos caen encima.
Han pasado por mil y una vicisitudes; mil y una pruebas,
molestias, dolores, insomnios, soledades y quizás lo peor, incomprensiones.
Pero ambos coinciden en algo; esto que les ha sucedido no
lo cambiarían por nada.
¿Están locos?
No.
¿Son felices?
Sin alcanzar a ver sus procesiones interiores, creo que
sí.
¿Les ha servido de algo tanto sufrimiento?
Pienso sin duda, que así es. No todo el mundo es capaz de
ver a Dios en pequeños detalles entre batas blancas, jeringuillas y pruebas
diagnósticas y sentirse acompañados aún en la soledad de una habitación por todas
las personas que a kilómetros de allí tenían un pensamiento, una plegaria u
oración por ellos.
Hoy el tambor que anuncia algo, comienza a redoblar a la
espera de unos resultados que confirmen que la tranquilidad que alcanzaron,
puede seguir durmiendo hasta una próxima ocasión.
Nadie escapa al nerviosismo que en estas horas previas
pueda acechar a estas dos personas, estos dos amigos.
En la distancia, quienes les apreciamos, también sentimos
una cierta inquietud; nadie puede predecir un qué, cómo, ni cuándo; pero nos
distingue algo muy necesario en estos casos: la unión en la oración.
No existe mayor ni mejor hermanamiento entre cristianos que
la oración compartida; pero no una oración de costumbre arraigada sino aquella
otra que usa más la patata que hace pom pom y menos el insípido cerebro que
también todos llevamos dentro.
Es el momento ahora de llevar a la práctica todo esto y
esperar con ellos lo que un papel con título de diagnóstico les diga.
¿Los resultados?
Yo los tengo clarísimos. Sólo Dios sabe de antemano lo
que dirán; pero si de algo estoy seguro es de que el platillo al final de ese
redoble, siempre sonará en un enorme abrazo para ambos.
* Dedicado a Laura y Ricardo; dos espejos en los que
mirarme.