Un
viaje, una peregrinación, un deseo, una esperanza entre
interrogantes.
Marcharon
cristianos, católicos, parroquianos, amigos y conocidos a tierras
lejanas, pero Tierras Santas.
Dos
motivos principales impidieron unirme a ellos. El primero y
primordial, mi situación económica que me hace poco aconsejable
realizar desembolsos de este calibre.
Y
una segunda que siendo o considerándome creyente, pudiera parecer
antagónica con ese viaje. Siempre he pensado que un viaje, una
peregrinación así, debe ser algo muy íntimo; sin prisas, sin
horarios que cumplir, sin marabuntas de gentes ni ruidos. Con
momentos para la interiorización completa; con silencios en
silencio; con plegarias mirando al cielo y no a la hora de un reloj.
Algo que era imposible de verse cumplido en este tipo de
peregrinaciones organizadas en grupo.
Viajar
por tanto, no viajé. No pisé Tierra Santa, pero estuve. Estuve en
pensamiento y oraciones. Con un deseo claro en las plegarias que no
era otro que el éxito espiritual de esa avanzadilla de unos pocos
con los que también en la distancia íbamos muchos.
Pedí
por encontrarme a su vuelta unos ojos con brillo color Dios; pedí
por uniones de brazos más que de boquillas; pedí por alegrías
vestidas de humilde gala; pedí por abrazos sinceros de hermanos en
la fe; pedí, pedí, pedí…
…
y
no hallé.
Quizás
mucho pedí; quizás mucho esperé.
Pasaron
los días, hablé con varios, me crucé con otros y observé a todos.
De todos los colores, tamaños y género.
Quise
saber, siendo todo oídos; quise escuchar y sentir removerse en mí
una pizca de otros tiempos de parroquia alegre, aparentemente unida y
con ganas de no demostrar cosas sino de serlo. Aquellos tiempos de
risas comunes, lágrimas compartidas y esfuerzo por un bien común.
Y
no lo hallé.
He
encontrado incluso frialdades de palabra y obra, orgullos sempiternos
que ni el polvo de un desierto consiguieron ocultar; pensamientos
llenos de ruidos malsanos y en general, un punto y seguido en un
capítulo que no acaba nunca en uno nuevo y mejor en la historia que
entre todos pienso yo deberíamos escribir.
Quizás
alguna chispa, un atisbo de brillo en los ojos, unas palabras
extrañamente pronunciadas en un tono de esperanza; pero poco más.
¿Quién
soy yo para sentenciar esto? Nadie. Sólo un simple opinante que
opina.
Sólo
un tipo que observa, intenta escuchar más que oír y sentir más que
ver. Así lo pienso y así lo digo.
No
obstante, seré positivo y pensaré que tiempo al tiempo; que ese
grupo que partió, que ese grupo que regresó, trajo consigo en
alguno de sus miembros una semilla que necesita reposo, cuidados y
madurez para alcanzar la plenitud que particular y “egoístamente”
en el momento actual, pienso se quedó a muchos kilómetros de aquí
detrás de una muralla.