"Quisiera saber llorar como un niño para sentirme mejor hombre"
"Vivo para creer; creo para vivir"

martes, 11 de septiembre de 2018

Detrás de la muralla


Un viaje, una peregrinación, un deseo, una esperanza entre interrogantes.
Marcharon cristianos, católicos, parroquianos, amigos y conocidos a tierras lejanas, pero Tierras Santas.
Dos motivos principales impidieron unirme a ellos. El primero y primordial, mi situación económica que me hace poco aconsejable realizar desembolsos de este calibre.
Y una segunda que siendo o considerándome creyente, pudiera parecer antagónica con ese viaje. Siempre he pensado que un viaje, una peregrinación así, debe ser algo muy íntimo; sin prisas, sin horarios que cumplir, sin marabuntas de gentes ni ruidos. Con momentos para la interiorización completa; con silencios en silencio; con plegarias mirando al cielo y no a la hora de un reloj. Algo que era imposible de verse cumplido en este tipo de peregrinaciones organizadas en grupo.
Viajar por tanto, no viajé. No pisé Tierra Santa, pero estuve. Estuve en pensamiento y oraciones. Con un deseo claro en las plegarias que no era otro que el éxito espiritual de esa avanzadilla de unos pocos con los que también en la distancia íbamos muchos.
Pedí por encontrarme a su vuelta unos ojos con brillo color Dios; pedí por uniones de brazos más que de boquillas; pedí por alegrías vestidas de humilde gala; pedí por abrazos sinceros de hermanos en la fe; pedí, pedí, pedí…
y no hallé.
Quizás mucho pedí; quizás mucho esperé.
Pasaron los días, hablé con varios, me crucé con otros y observé a todos. De todos los colores, tamaños y género.
Quise saber, siendo todo oídos; quise escuchar y sentir removerse en mí una pizca de otros tiempos de parroquia alegre, aparentemente unida y con ganas de no demostrar cosas sino de serlo. Aquellos tiempos de risas comunes, lágrimas compartidas y esfuerzo por un bien común.
Y no lo hallé.
He encontrado incluso frialdades de palabra y obra, orgullos sempiternos que ni el polvo de un desierto consiguieron ocultar; pensamientos llenos de ruidos malsanos y en general, un punto y seguido en un capítulo que no acaba nunca en uno nuevo y mejor en la historia que entre todos pienso yo deberíamos escribir.
Quizás alguna chispa, un atisbo de brillo en los ojos, unas palabras extrañamente pronunciadas en un tono de esperanza; pero poco más.
¿Quién soy yo para sentenciar esto? Nadie. Sólo un simple opinante que opina.
Sólo un tipo que observa, intenta escuchar más que oír y sentir más que ver. Así lo pienso y así lo digo.
No obstante, seré positivo y pensaré que tiempo al tiempo; que ese grupo que partió, que ese grupo que regresó, trajo consigo en alguno de sus miembros una semilla que necesita reposo, cuidados y madurez para alcanzar la plenitud que particular y “egoístamente” en el momento actual, pienso se quedó a muchos kilómetros de aquí detrás de una muralla.