Por
exceso de cañas, licores o mal empleo de la fe en Dios, uno puede acabar siendo
pasto del día, mes o tiempo siguiente
sufriendo una terrible resaca espiritual.
Después
de un bestial ascenso del alma sin tocar cielos, creo que estoy padeciendo una
caída en picado sin arnés de seguridad.
Bajón
físico, moral y lo más grave, bajón en forma de una de esas crisis de fe que
nunca pensé padecer.
No
hallo un oasis en el desierto en el que me encuentro.
No
percibo el abrazo de la fe.
La
desgana, la apatía, la desilusión, la falta de positivismo, puede que sean
claros síntomas de que estoy sufriendo una pájara de Espíritu que en mí ha
dejado de ser Santo últimamente.
Me
encuentro solo sin estarlo.
Me
sentí muy solo en una lejana iglesia de un barrio bien. Sin amigos, sin
compañeros, sin hermanos.
Y
no debiera ser excusa, pero lo es.
Estoy
con la familia sin ser familiar.
Estoy
con los amigos, pero sin la alegría de quien quiere dar a cambio de nada.
Veo,
pero no escucho. Escucho, pero no veo.
Lo
negro, me domina; lo negativo, me atrapa.
Miro
al frente y a escasos tres metros, no Te veo; no Te rezo, no Te escucho, no Te
siento.
Estoy
vacío, muy vacío. No sé si marchaste, o marché. Si fui débil y me dejé atrapar
por nuestro enemigo común en una red de la que me costará salir.
Bonitos
tiempos para un cristiano elegí para caer; pero soy humano, soy débil, soy
miserable y no soy nada sin Ti.
Pido
perdones por adelantado, pero confieso que son de boca estrecha. Ya quisiera yo
que fueran perdones de corazón desbocado, pero no lo son.
¡Ayúdame!
Por mí y por todos mis compañeros.
Sé
que Tus tiempos no son los míos, pero también sé que no me abandonarás en este
desierto que quizás yo mismo forjé; pero como escuché por ahí…
“Date
prisa en socorrerme”