Después de mucho tiempo de ausencia a una reunión semanal de gentes que buscan resquicios de luz y sabiduría espiritual y que siempre fue para mí un momento de pausa, reflexión y encuentro entre amigos que profesamos una misma fe, decidí regresar.
No fue una decisión meditada, ni
tampoco inconsciente. Lo que abandoné un día por cierto hastío, regresó de una
forma que como antaño, me hace mirar al cielo.
La inquietud, la falta de fe activa
de quien como yo pensó que siendo oveja perdida no tuvo un buen pastor que
fuera a buscarla, me ha tenido y aún me tiene navegando en mares demasiado
calmos espiritualmente que no me ayudan a bregar como antaño lo hacía. Pero sin
pensar en Él, no pudo ser otro el que me incitara a desandar caminos
equivocados.
Separarse de lo conocido aunque no
nos mueva a nada más que a la rutina, puede ser bueno si esa ausencia es bien
aprovechada. Pero si lo que hago es dar tumbos sin aposentar pensamientos,
creencias y situaciones, la cosa no puede llevarme más que al fracaso.
Tardé mucho en darme cuenta que se
hace camino al andar, pero también se hace al desandar.
Echaba de menos tiempos pasados de
risas, oraciones, reflexión y contacto con caras conocidas.
Algo o diría que Alguien me movió a
pensar en un regreso que tardó años en producirse. No estaba seguro, pero me
bastó la afirmación de un buen amigo cuando al verme aparecer me dijo:
“No sabes la alegría que me das con tu
vuelta”. Fueron palabras tan sinceras como el brillo de sus ojos. Con eso me
bastó para saber que lo que no hace mucho pensé, fue una decisión acertada.
No soy ningún hijo pródigo, pero sí
que me puedo considerar en cierto modo prodigio dejándome llevar como siempre por
lo que Dios quiere, mi fe y mi fuerza de voluntad me llevan a hacer y lo que el
futuro me depare.
El tiempo, Dios y yo dirán si lo que
reinicio me servirá para retomar de forma correcta un camino que aunque sea con
diferentes actores, quizás nunca debí abandonar.