Lo que comenzó siendo prácticamente una misión imposible, casi once años después siento que se ha convertido en una misión cumplida.
De aquel Luismi de menos canas y más fervor, el tiempo, las circunstancias y quizás la voluntad del Señor, han modelado ese otro que pareciéndose en lo físico, no se asemeja tanto en lo espiritual.
El
bombardeo de adrenalina católica que supuso en mí aquella añorada y siempre
presente JMJ de Madrid 2011, ha dado paso al cabo de los años, a un estado de
inquietante rutina de cuerpo y alma.
La
fe, persiste; el amor al Señor, también. Incluso el ansia por descubrir y
descubrirme a mí mismo a través de prójimos próximos, perdura sin mayor
problema. Pero cuando la devoción se convierte más en obligación y la
obligación pierde la intensidad de la devoción, es cuando he decidido echar el
ancla y recapacitar en esas aguas tan mansas como poco atrayentes de un mar de
dudas que me asaltan de vez en cuando.
La
conclusión final no es otra que la de abandonar un sacrificio semanal realizado
con gusto por y para el Señor y dar paso a otra persona que aproveche más
intensamente y mejor las dos horas que siempre me servían de cobijo para conocerle
más a Él y mejor a mí mismo.
Cuando
el sacrificio se convierte en rutina y la rutina se hace sacrificio, es mejor
hacerse a un lado y preguntarse si el Señor no buscará en mí nuevos retos,
nuevas ilusiones o nuevos granitos de arena que de otro modo alienten una fe
que existiendo, pasa por momentos de letargo.
Aquellos
detalles que mi retina siempre captó y mi fe adornó, llevan demasiado tiempo
sin dejarse ver. Y casualidades o no, una confesión, una misa y una despedida
de madrugada, me hicieron sentir que mi decisión era consecuente con el momento
elegido. El tiempo y Dios certificarán si así fue, pero el tipo de la mochila que
surcaba amaneceres en la ciudad con destino a una pequeña capilla al encuentro
del Amigo, regresa al puerto del hogar para surcar en un futuro nuevos mares
llenos de aventuras de fe, amor y esperanza.
Con
el corazón lleno de agradecimiento por lo rezado, vivido, sentido, sufrido, llorado
y gozado entre esas paredes, me lleno de “sano” orgullo con la satisfacción del
deber cumplido y muchas ilusiones por cumplir.