En el punto de mira, sólo un objetivo; acabar en pleno centro del Corazón de Dios. Mirarle y no desviar la mirada; despejar el pensamiento del diario devenir de la vida.
¡Fuera
ataduras de sociedades que mirándose al espejo no se reconocen. Dejar a un lado
la distracción de la vacía vanidad del mundo!
Es hora de abandonar superfluas costumbres que sólo conducen al maltrato existencial de quien pareciera no querer vivir un anticipo o tráiler de la vida eterna y futura.
¡Cuántas ocasiones, horas y días perdidos en egos mundanos sin más enseñanza que la propia dejadez de funciones hacia nuestra misma persona y aquellos que nos rodean!
Llegó
la hora de cargar el arma de oraciones y súplicas; de peticiones y ruegos; de
confianza y actuación sin más miedo al qué dirán.
Desde la humildad, orgulloso de ser lo que Dios quiera que sea.