Dejar pasar los días y razonar o más bien razonando, dejé
pasar los días. Ante noticias que tocan la fibra sensible, caben dos
posibilidades:
Lanzarse a galope a escribir lo que se piensa, o por el
contrario, macerar la respuesta. He optado por esta última opción.
Escuché, vi y a duras penas asimilé que hace unos días con el
pretexto de una manifestación en Santiago de Chile, un grupo de personas, en su
mayoría jóvenes, no encontraron mejor forma de protesta a sus reivindicaciones
que la quema de dos iglesias.
Imágenes dantescas de un vivo fuego que arrasó torres,
enseres y todo aquello por lo que se pudo abrir paso.
Pero más allá de la barbarie de jóvenes vociferantes y llenos
de odio disfrazados de razones dentro de su sinrazón, pasado el tiempo, me doy
cuenta que no es el hecho del acto en sí lo que provocó mi ira inicial.
Es el hecho más bien de pensar qué de bueno debió inspirar
esos actos en estos jóvenes. ¿Se sintieron más realizados? ¿Pueden presumir de
algo ante alguien? ¿Realmente jugando con fuego hasta una parte de la juventud
se siente atraída por estos fanatismos más propios de otras épocas, lugares o
creencias?. No llegué a entenderlo en un principio, pero transcurridos unos
días, me llegan respuestas a tantas conjeturas o más bien, alcanzo certezas
ilógicas seguramente para esos desalmados que así actuaron.
¿Qué han conseguido con sus actos? Nada. Si acaso la
reprobación de personas con un mínimo de sentido común y espero que también el
reconocimiento de las leyes que se les pudieran aplicar.
Y en mi caso y aunque pudiera parecer paradójico, puedo
decirles lo que han provocado en mí:
Un fortalecimiento de mi fe; no como escudo, sino como
esperanza, porque en esas iglesias hoy quemadas, las oraciones perdidas entre
sus escombros, las peticiones de esa viejecilla que hablaba con Dios, el cobijo
de un pobre, o la simple paz espiritual de quien atravesara sus puertas,
también se elevaron al cielo igual que el humo que provocó la inconsciencia del
ejecutor de la maldad.
Hoy quedaron restos de humo tan negro como la negrura del
corazón de quien fue capaz de hacer algo así. Pero en esos restos, sigue vivo
el espíritu de la iglesia que jamás podrán quemar. Porque iglesia, somos todos
los que abrazamos una fe que nada ni nadie podrá borrar con ningún fuego.
Y no seré yo quien juzgue lo hecho, dicho o pensado para
obrar así; es más, elevo mis oraciones también por ellos simplemente para que
algún día despierte de verdad esa conciencia que acabará alcanzándoles por
mucho que ahora corran.
Todo se quemó, todo se arrasó, pero de las llamas quedan
rescoldos; de las cenizas se alzará un resurgir de almas que como ave fénix volverá
a brillar en los corazones de las gentes de bien.
Alguien dijo una vez: “Padre, perdónalos porque no saben lo
que hacen”…