Una noche más, una madrugada menos; en la capilla donde se detiene el tiempo durante las dos horas de reloj que marcan el tiempo de dos a cuatro.
Un relevo habitual y un cuerpo tumbado abrazado a Morfeo en
uno de los bancos de madera ocupado por un hombre cuyo destino no parece
permitirle encontrar el refugio de un colchón que abrigara sus sueños.
¿Qué hacer en estos tiempos de mascarillas y miedos de
almas y cuerpos?
¿Debiera por salud despertar al dormido e invitarle a salir
dejando atrás ronquidos y estertores?
¿O por el contrario debiera velar su sueño mientras
converso con el Santísimo que desde lo alto nos observa?
En esa tesitura, busco consejo. El Consejo. No fue larga la espera ni la conversación.
Le miré, me respondió y comprendí:
“Abre ventanas y puerta y que corra el aire”
Así hice y una suave brisa inundó la estancia dejando un
ambiente de cierto frescor de recién estrenado otoño y una sensación de calma
espiritual por la comprensión hacia el hermano que quizás soñaba y seguro
merecía mejores días.