Pasaron días,
lluvias y vistas cansadas en pantallas de todos los tamaños. Días de
entretenimiento como fuera y al precio que fuera.
Como si de una
burbuja habláramos, en alguna ocasión intenté hacer oídos sordos a lo que
escuchaba y ojos ciegos a lo que veía, simplemente para ver y oír con un
corazón a ritmo lento que hiciera caso sólo a pensamientos más allá de las
nubes; pero debo admitir que fracasé estrepitosamente.
Me pudo la ira, la
incomprensión, la perplejidad de los acontecimientos y ese estado de tensa
espera a futuros de inciertos presagios.
Lo que hubiera
debido interiorizarse de puertas para adentro en conversaciones íntimas de Dios
conmigo y yo con Él, se convirtió mayormente en telediarios de tres de la tarde
o noticias a las ocho.
Sí que grabé en la
retina a un Papa cruzando en solitario una Plaza de San Pedro abarrotada de
silencio y lluvia. Grabé también un Cristo de la Misericordia tras unas rejas
de Catedral que pareciera como muchos confinadamente apenado y una Virgen de
Fátima a hombros de medio mundo representado en las pocas personas que en una
explanada que amo, también se llenó de silencio y niebla.
Tiempos oscuros de
almas inquietas; tiempos de plegarias buscando consuelos; de muertos
acompañados solo por su propia muerte y quizás alguna mano extraña que no quiso
que mereciera esa soledad en un último hálito de vida.
Tiempos de
esperanza venida a menos y de crisis económica venida a más.
Pero también un
tiempo de unión entre hermanos aún sin ser de sangre. De enfermos de
convicciones profundamente cristianas que supieron apoyar sus sufrimientos
primero en Dios y después en todo aquel que supiera y quisiera escucharles con rosarios
a cuatro pantallas o risas en la distancia.
Acercarnos en lejanía,
pareciera poco común, pero muy necesario. No nacimos para estar solos como
tampoco pienso que naciéramos para estar en multitud. Dios nos acercará o
alejará de quien Él quiera y como siempre decimos, “hágase Su voluntad”.
Quizás no esté
aprovechando como debiera este tiempo de interiorización cristiana, pero por
otro lado, esa voz que me acompaña siempre, está callada y eso para mí es buena
señal. No forzaré lo que por natural deba venir. Miraré cielos cuando el
corazón sienta que deba hacerlo y no lo haré cuando esa voz interior no me
anime a ello.
Dentro de poco,
las puertas de hierro se abrirán y mis pasos podrán atravesar umbrales de
templos para encontrarme nuevamente cara a cara con una Comunión que dejará de
ser espiritual para retomar caminos de pasillo y genuflexión. Si será más o
menos sentida, sólo Él y yo lo sabremos cuando ese momento llegue.
*Dedicado
especialmente a L@s pochit@s confinad@s.